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viernes, 6 de noviembre de 2015

LCP VII. LOS SAM. La iniciación de Nkosi (1ª parte)

Eland común

Nkosi estaba nervioso. El antílope eland estaba frente a él. Era un magnífico ejemplar. Superaba con creces la media tonelada. Nkosi miró su flecha, armada en el arco que le había ayudado a construir su padre, y que tantas veces le había permitido clavar acertadamente la presa que perseguían. Primero presas menores. Pájaros, lagartijas, dik-diks, que eran pequeños antílopes del tamaño de un conejo. Pocas veces había fallado. De hecho, era uno de los jóvenes con mejor puntería del grupo al que pertenecía. Después vino el uso del veneno. 

Nkosi aún se acordaba de la primera vez que vio cómo se extraía el veneno de la larva de un escarabajo, más bien de la crisálida. La crisálida era la fase de la vida del insecto en la cual se encerraba en una especie de coraza o piel y dormitaba hasta que la larva se convertía en escarabajo. Su padre se lo había contado cuándo Nkosi le descubrió aplastando dichas larvas.

Crisálidas de escarabajo
-¡Padre! ¿Qué estás haciendo? –preguntó Nkosi mientras miraba fijamente como su padre, en el fondo de una escudilla, aplastaba ayudándose de un palo romo unas criaturas redondeadas. Su padre levantó la cabeza.
-Te preparo el material para el siguiente paso en tu crecimiento. Ven. Acércate.
-¿Qué es?
-Se trata de las bubas del escarabajo que te enseñé ayer. ¿Te acuerdas?
-Sí. –respondió Nkosi sin dejar de mirar la labor de su padre. Poco a poco el fondo de la escudilla se iba llenando de una sustancia pastosa.
-Pues bien, debes aplastarlas y removerlas una y otra vez hasta que quede un unte como el que está quedando ahora. –el padre de Nkosi sonrió al ver cómo la sustancia del fondo iba quedando homogénea y adquiría el carácter untuoso que buscaba.
-¿Para qué? ¿Es una pintura? ¿Un remedio para algo?
Su padre sonrió nuevamente y, mirándole a los ojos, le dijo:
-No, Nkosi. Es veneno. Sirve para matar.
Nkosi se quedó sorprendido.
-¿Para matar? –preguntó.

Sam untando con veneno la punta de flecha
-Sí, Nkosi. Esta sustancia la debes untar en la punta de tus flechas. Una vez que las dispares y se claven en el animal, éste morirá. No importa lo grande que sea. Tardará más, tardará menos. Pero morirá. Lo único que tendrás que hacer será seguir su rastro hasta encontrar el cadáver. Y cuando lo encuentres lo podrás disfrutar con todo tu grupo. El veneno no pasa a la carne. Podrás comer tan tranquilo de él.
-¡Es estupendo! ¡Ningún animal se me resistirá! –exclamó Nkosi con una amplia sonrisa.

Su padre volvió la cabeza y le miró. Era la mirada severa que le dirigía cuando había hecho alguna travesura. El muchacho comprendió que había algo más. Su padre le dijo:
-Cuidado, Nkosi. El poder de esta sustancia puede matar a cualquiera de nosotros. No duraríamos nada si entrara en nuestra sangre. Debes utilizarla única y exclusivamente –subrayó estas dos últimas palabras- para los animales. Nunca para cualquier otro sam.
La expresión de su padre era seria. Nkosi sabía que no sólo le estaba transmitiendo un conocimiento. Le estaba trasmitiendo una responsabilidad. Una gran responsabilidad.

Nkosi recordaba este episodio conforme se acercaba, agachado, procurando disminuir la distancia que existía entre él y el joven eland. 


Y ahí dejáremos al joven sam, hasta que en la próxima entrega sigamos descubriendo su historia. Muchas gracias a todos y os espero en la siguiente entrada. Desde la red que nos une, un saludo cordial.

jueves, 23 de abril de 2015

DESARROLLO CEREBRAL HUMANO (VIII): CONCLUSIONES

Durante mi primera juventud, me tocó ocuparme de un grupo de niños en campamentos de verano. Bien es verdad que eran de cinco a siete años de edad, pero mi disposición hacia ellos se diferenciaba bastante de la de mis compañeros. He de decir que el personal que dirigía el campamento nos permitía cierto grado de libertad, siempre dentro de las normas del respeto y de la educación, y eso facilitó mi forma de actuar. Y es que resulta que yo no les trataba como niños pequeños, como personas débiles mentalmente a las que hubiera que llevarles de la mano o estar de forma continua indicando el camino. Les hacía ver su parte de responsabilidad en las decisiones que tomábamos cada día de forma conjunta y en las acciones que llevábamos a cabo. Y a la hora de enseñarles un determinado tema, les hacía reflexionar sobre el mismo para llegar a una conclusión, y de esta manera que dicha conclusión fuera válida para todos.

Cuando contaba esta técnica a mis compañeros, incluso a personas versadas en el campo de la pedagogía, me hacían ver lo errado de mi planteamiento. Un niño de 5 o 7 años no era lo suficientemente maduro como para poder comprender o reflexionar de modo complejo y era necesario darle los resultados "cocinados". Pues bien ¿cuáles eran las consecuencias prácticas de mi forma de actuar con los niños? Que cada año no sólo repetían los mismos, sino que se sumaban más. No voy a decir que no hubo niños que desistieran y que prefirieran cambiarse a otros grupos menos, digámoslo así, "sesudos". Pero incluso estos últimos lo hicieron tras un ejercicio de reflexión y de contraste de opciones del que no hubieran podido disfrutar en otros grupos.


Siempre he creído en las posibilidades innatas del ser humano. Éste puede ser más o menos capaz de retener datos, fechas, sensaciones, experiencias, pero hay algo común a todos los individuos de la especie Homo sapiens. La reflexión. Y ese fenómeno de la reflexión nos viene dado desde casi el inicio de nuestra vida, desde que empezamos a experimentar las primeras sensaciones. Somos capaces de compararlas, contrastarlas y preguntarnos qué son, por qué son y el resto de cuestiones que siempre han acuciado al hombre.


Por eso, cuando fui encontrando estos artículos sobre el desarrollo cerebral en la más tierna infancia, decidí realizar una serie de entradas en dónde pusiera de manifiesto todo dicho anteriormente. Y, como tenía pendiente los del padre Teilhard de Chardin, me pareció adecuado encadenarlos a los suyos, creando de esta manera una nexo de unión entre ambas reflexiones.

Por lo tanto, uno de los objetivos, el dejar palpable el hecho de que nuestros niños, nuestros bebés, son desde el primer momento capaces de reflexionar, a su nivel, con sus experiencias, pero que pueden desarrollar esta característica tan propia del ser humano, creo que puede darse por conseguido.

El segundo objetivo es darnos cuenta de lo importante que es el ambiente de crecimiento del bebé, del niño. No es verdad la expresión que oímos a algunos padres: "Si es pequeño, todavía no se entera." (por fortuna, cada vez menos). Desde un primer momento se puede estar influyendo en el niño, en el bebé. Pero no solo como creía yo hace años, cuando me encargaba de ese grupo de niños, pues entonces solo pensaba en su capacidad de raciocinio. Sino que incluso se le puede estar influyendo físicamente en su estructura cerebral para un mayor o menor rendimiento intelectual, incluso se le puede estar influyendo en la capacidad motora. Hemos visto en los últimos estudios que la movilidad del niño queda afectada según la atención que haya recibido por parte de sus padres y de su familia durante esos primeros tres años de vida. 

Por todo ello es importante que, tanto por parte de las autoridades públicas en general, como de cada uno de nosotros en particular, se creen las condiciones más adecuadas para que nuestros niños puedan desarrollar al máximo sus capacidades y alcancen con ello la plenitud como seres humanos.

Mientras tanto, como suelo decir al despedirme en estas entregas, y agradeciendo a todos el interés mostrado hasta aquí, disfrutemos del maravilloso milagro de la vida resumida en la alegre sonrisa de un bebé.