Mostrando entradas con la etiqueta reflexión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta reflexión. Mostrar todas las entradas

domingo, 3 de septiembre de 2017

CUANDO EL SEGUNDO ES EL PRIMERO



Pues por fin ocurrió. Lo voy a narrar como si fuera un cuento.

Hace mucho, mucho tiempo -han pasado un montón de vidas de por medio- un joven ilusionado con su porvenir, se le ocurrió poner sobre el papel una historia a partir de una escena propia que vivió durante su segundo curso de carrera universitaria. Por supuesto, a partir de esa escena, todo lo demás era inventado.

Inventó los protagonistas, inventó los personajes que los rodean, las relaciones entre los mismos, las situaciones que viven y el final también lo inventó. Pero, si reflexiono un poco, no es verdad que ese muchacho los inventara. Fueron ellos, los personajes, los que fueron cobrando vida poco a poco.

El joven les dio el soplo vital necesario para que fueran surgiendo sus deseos, sus motivaciones, la forma en que iban actuando y las decisiones que iban tomando. Todos ellos empezaron a actuar independientemente. Y cuando el joven escritor quiso darse cuenta, los personajes se habían adueñado de la historia, la habían hecho suya, y decidían el final de la misma.

Y así surgió una novela. La primera novela que yo escribí. Y que quedó guardada en el cajón de una mesa, en espera de encontrar alguien que se decidiera a editarla. 

La segunda maravilla de esta historia que ahora os presento es que fue escrita hace la friolera -aunque más arriba no lo he dicho, ahora sí lo desvelo- de 30 años. Y no he variado una coma de ella. Por lo tanto, es un auténtico viaje en el tiempo, al autor que era yo hace 30 años.

Por todo ello, os invito a todos a disfrutar con estas páginas en las que la ilusión campa por todos los rincones de la obra. Se me olvidaba deciros su título. Como os habréis imaginado algunos de vosotros es éste:

jueves, 23 de abril de 2015

DESARROLLO CEREBRAL HUMANO (VIII): CONCLUSIONES

Durante mi primera juventud, me tocó ocuparme de un grupo de niños en campamentos de verano. Bien es verdad que eran de cinco a siete años de edad, pero mi disposición hacia ellos se diferenciaba bastante de la de mis compañeros. He de decir que el personal que dirigía el campamento nos permitía cierto grado de libertad, siempre dentro de las normas del respeto y de la educación, y eso facilitó mi forma de actuar. Y es que resulta que yo no les trataba como niños pequeños, como personas débiles mentalmente a las que hubiera que llevarles de la mano o estar de forma continua indicando el camino. Les hacía ver su parte de responsabilidad en las decisiones que tomábamos cada día de forma conjunta y en las acciones que llevábamos a cabo. Y a la hora de enseñarles un determinado tema, les hacía reflexionar sobre el mismo para llegar a una conclusión, y de esta manera que dicha conclusión fuera válida para todos.

Cuando contaba esta técnica a mis compañeros, incluso a personas versadas en el campo de la pedagogía, me hacían ver lo errado de mi planteamiento. Un niño de 5 o 7 años no era lo suficientemente maduro como para poder comprender o reflexionar de modo complejo y era necesario darle los resultados "cocinados". Pues bien ¿cuáles eran las consecuencias prácticas de mi forma de actuar con los niños? Que cada año no sólo repetían los mismos, sino que se sumaban más. No voy a decir que no hubo niños que desistieran y que prefirieran cambiarse a otros grupos menos, digámoslo así, "sesudos". Pero incluso estos últimos lo hicieron tras un ejercicio de reflexión y de contraste de opciones del que no hubieran podido disfrutar en otros grupos.


Siempre he creído en las posibilidades innatas del ser humano. Éste puede ser más o menos capaz de retener datos, fechas, sensaciones, experiencias, pero hay algo común a todos los individuos de la especie Homo sapiens. La reflexión. Y ese fenómeno de la reflexión nos viene dado desde casi el inicio de nuestra vida, desde que empezamos a experimentar las primeras sensaciones. Somos capaces de compararlas, contrastarlas y preguntarnos qué son, por qué son y el resto de cuestiones que siempre han acuciado al hombre.


Por eso, cuando fui encontrando estos artículos sobre el desarrollo cerebral en la más tierna infancia, decidí realizar una serie de entradas en dónde pusiera de manifiesto todo dicho anteriormente. Y, como tenía pendiente los del padre Teilhard de Chardin, me pareció adecuado encadenarlos a los suyos, creando de esta manera una nexo de unión entre ambas reflexiones.

Por lo tanto, uno de los objetivos, el dejar palpable el hecho de que nuestros niños, nuestros bebés, son desde el primer momento capaces de reflexionar, a su nivel, con sus experiencias, pero que pueden desarrollar esta característica tan propia del ser humano, creo que puede darse por conseguido.

El segundo objetivo es darnos cuenta de lo importante que es el ambiente de crecimiento del bebé, del niño. No es verdad la expresión que oímos a algunos padres: "Si es pequeño, todavía no se entera." (por fortuna, cada vez menos). Desde un primer momento se puede estar influyendo en el niño, en el bebé. Pero no solo como creía yo hace años, cuando me encargaba de ese grupo de niños, pues entonces solo pensaba en su capacidad de raciocinio. Sino que incluso se le puede estar influyendo físicamente en su estructura cerebral para un mayor o menor rendimiento intelectual, incluso se le puede estar influyendo en la capacidad motora. Hemos visto en los últimos estudios que la movilidad del niño queda afectada según la atención que haya recibido por parte de sus padres y de su familia durante esos primeros tres años de vida. 

Por todo ello es importante que, tanto por parte de las autoridades públicas en general, como de cada uno de nosotros en particular, se creen las condiciones más adecuadas para que nuestros niños puedan desarrollar al máximo sus capacidades y alcancen con ello la plenitud como seres humanos.

Mientras tanto, como suelo decir al despedirme en estas entregas, y agradeciendo a todos el interés mostrado hasta aquí, disfrutemos del maravilloso milagro de la vida resumida en la alegre sonrisa de un bebé.


martes, 17 de febrero de 2015

EL GRUPO ZOOLÓGICO HUMANO (II): EL ÁRBOL DE LA VIDA


El árbol de la vida: Gráfico o figura en dónde se expresa la historia de la diversidad de las formas vivas, desde su aparición hasta el Presente.

En el post anterior hablamos del proceso de vitalización que nos presentaba Teilhard de Chardin. Nos quedábamos en la aparición de moléculas proteicas y en la conglomeración de las mismas hasta la aparición de la vida. Por tanto, a partir de estos conglomerados comienzan a hacer su aparición los primeros organismos. Al principio seres simples, como los virus actuales, y que, poco a poco, van aumentando su complejidad. Y desde este aumento de complejidad se daría para Teilhard de Chardin la diferenciación entre unos seres vivos y otros.


Pasa posteriormente a explicar el desarrollo de los seres vivos, desde bacterias, protozoos hasta llegar al hombre. Para conseguir este desarrollo del árbol de la vida nos indica que en el proceso de corpusculización, que conocíamos en el post anterior, existe un hilo conductor que, de alguna forma, "dirige" este proceso. Y este hilo conductor sería el grado de interiorización del corpúsculo, que quedaría culminado en el hombre con la aparición de la conciencia. Para ésto, sería necesario que en el organismo, en el ser vivo, que se desarrolla por el proceso de vitalización, existiera una parte u órgano más conectada al desarrollo de esa conciencia, de la psique del ser vivo. Y esa parte "debería emplearse para apreciar el grado de corpusculización conseguido por el ser viviente".

A partir de este momento, Teilhard de Chardin nos muestra el proceso de corpusculización centrado en el desarrollo de ese órgano particular de los seres vivos, que no es otro sino el sistema nervioso. Y el desarrollo del sistema nervioso tiene su cumbre en el proceso de cerebralización. Con ello quedan desplazados grandes grupos de seres vivos: vegetales, trocóforos, celentéreos, equinodermos, etc. Has los artrópodos se ven frenados por el fenómeno de la cerebralización, pues los ganglios cefálicos de un insecto no llegan, ni de lejos, a constituir un órgano de la complejidad y posibilidades de las que disfruta el cerebro. Con ello nos queda un único grupo de seres vivos cuyas características permiten continuar el proceso de cerebralización: Los vertebrados.


Dentro de la rama de los vertebrados surge un grupo de mayor complejidad, los mamíferos. En ellos el proceso de cerebralización se acelera. Y dentro de ellos hay un grupo que se destaca principalmente por este hecho. Los primates.


Los primates presentan una serie de características que precisan un desarrollo en el control de los movimientos, en la percepción del mundo exterior, como son la visión binocular -para calcular adecuadamente las distancias-, el pulgar oponible -que permite ejercer a la mano el papel de pinza, no sólo el de garra-, el desplazamiento a través del ramaje -que conllevará la aparición de una articulación del hombro que permite el giro completo de los miembros superiores-, serie de características, repito, que les hacen idóneos para que en ellos prime el desarrollo del cerebro frente a otros órganos, aparatos o sistemas que poseen los seres vivos.


Con todo ello, Teilhard de Chardin nos dice: "una cantidad cada vez mayor de sustancia nerviosa no había cesado de aislarse (y de disponerse cada vez mejor) en el corazón de la materia vitalizada". Pero una mayor cantidad de materia vital, una mayor cantidad de tejido nervioso y, por tanto, de psiquismo no es suficiente para la aparición del Hombre tal y como lo conocemos actualmente. Se debe de dar un nuevo salto. Un salto de la misma importancia que los anteriores a los que nos hemos ido refiriendo. Un salto clave que si no se hubiera dado en el Hombre, se habría dado en otro ser vivo. El salto del psiquismo directo al psiquismo reflexivo. Con ello "la Vida se ha hipercentrado sobre sí misma, hasta el punto de hacerse capaz de previsión y de invención. Se ha hecho consciente". Este psiquismo reflexivo, esta Reflexión es la que permite en la familia de los homínidos, a la que pertenece el hombre, que la evolución divergente que se había experimentado hasta entonces dé un giro de 180º y se tienda a la "coalescencia de los individuos". Es decir, el avance y desarrollo del Homo sapiens en los pocos cientos de milenios de su vida como especie ha conseguido superar al resto de la Vida. Y ese avance se da gracias a ese giro de 180º, al paso de la divergencia a la convergencia, que empieza a experimentarse en la especie humana a partir de la aparición de la Reflexión.

Esa capacidad de reflexión será la que permitirá al hombre adaptarse, dominar, conquistar la Tierra, expandirse por la misma y crear sociedades en las que la influencia de la naturaleza irá siendo cada vez más escasa, y la misma naturaleza se verá arrinconada por la humanidad, por la materia viva reflexiva. Con todo ello, y en palabras del propio Teilhard de Chardin:
"Salimos de la última oscuridad de la Humanidad juvenil para llegar a la clara visión del Fenómeno humano."


En nuestro s. XXI ¿tenemos una clara visión del Hombre, tal como decía Teilhard hace setenta años? ¿O más bien el hombre continúa confuso en cuanto a su esencia?
Posiblemente, si nos acercáramos a esa "humanidad juvenil" de que nos habla, quizá descubriéramos que podemos haber perdido el rumbo en algún momento de la Historia y quizá, tan sólo quizá, aún podamos retomarlo.

Mientras tanto, sigamos disfrutando de lo que el Universo nos ofrece.