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miércoles, 4 de febrero de 2015

TEILHARD DE CHARDIN, EL JESUITA EVOLUCIONISTA.


Cuando yo cursaba el bachillerato, que en mi época se denominaba BUP, empecé a oír hablar de un monje jesuita que durante la primera mitad del s. XX se había dedicado a estudiar la evolución de las especies a lo largo de la historia natural de nuestro planeta. He de reconocer que me resultó muy curioso que alguien religioso se preocupara por los temas de la evolución, tanto más cuando la Iglesia siempre ha defendido que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza.

Fue otro religioso quien me explicó algo mejor la filosofía de este monje. En el instituto me daban clase de religión y uno de los sacerdotes de mi pueblo era el encargado de ello. Nos enseñó a todos que el jesuita Teilhard de Chardin había tratado de descubrir la conjunción entre fe y ciencia. Y había dirigido sus pasos hacia una de las ramas más polémicas de la ciencia, no solo entonces, sino también ahora en nuestros días: la evolución.

Trató la evolución desde el punto de vista de la paleoantropología. Como antropólogo, su mayor preocupación fue hallar el sentido de la aparición del ser humano en nuestro planeta. Y conseguir que ese sentido se encontrara en última instancia en la existencia de Dios. De esta forma, comenzó a desarrollar un pensamiento y un conjunto de teorías de las que hoy en día pocos se acuerdan pero que, sin embargo, en su momento causaron un gran revuelo en los círculos religiosos y científicos de mediados del s. XX. Ese revuelo fue debido a que quizás, y tan sólo quizás, consiguió fundir ciencia y fe en un terreno tan resbaladizo como la evolución humana.


Teilhard de Chardin reconocía la historia de la evolución humana. Aceptaba que antes del Homo sapiens había habido otras especies distintas de hombres, de homínidos, en nuestro planeta y que el hombre moderno provenía del desarrollo y evolución de una de ellas. ¡Peligroso pensamiento para una persona religiosa de los años treinta y cuarenta del siglo pasado! Estas afirmaciones le granjearon la enemistad de no pocos de sus compañeros y la incomprensión en el seno de la Iglesia. Fue forzado a retirarse de la vida pública y muchos de sus escritos vieron la luz después de su muerte. A pesar de ello fue reconocido en los años setenta y ochenta como uno de los pensadores más importantes de la primera mitad de siglo. Sin embargo, sus teorías aparecen hoy como anticuadas y la ciencia, por la que luchó durante toda su vida, actualmente le ha dado la espalda.

¿A qué viene toda esta disgresión sobre su persona? 
He guardado siempre un buen recuerdo de alguien que ha tratado de conciliar posturas contrarias y de encontrar puntos en común y de unión entre personas. Creo que se trata de una de las características más loables y útiles del ser humano. El buscar acuerdos, llegar a compromisos y trabajar juntos es una de las razones del avance de la convivencia de los distintos pueblos entre sí. Y Teilhard de Chardin trabajó toda su vida para ello. Gracias a las maravillas de la técnica actual, hace un tiempo estaba yo oyendo un podcast de un programa de radio en donde hicieron referencia a este pensador y señalaron uno de sus libros en donde explicaba la base de su pensamiento sobre la razón última de la evolución, no sólo la del hombre, ni siquiera se limitaba a los seres vivos, sino que la hacía extensiva a todo el Universo. El título del libro es "El grupo zoológico humano". Por supuesto, llevado de la curiosidad y del deseo de conocer auténticamente el pensamiento del sabio jesuita, me decidí a comprarlo.


¡No lo busquen! ¡No lo hallarán! Al menos por los cauces normales. El libro se encuentra desclasificado. Tuve que dar varias vueltas hasta encontrarlo de segunda mano en una librería de libros antiguos. Y con mi pequeña joya bajo el brazo me dirigí a casa para comenzar a leer y disfrutar, descubriendo cómo explicaba el sabio jesuita el resultado de sus sesudos razonamientos.

Pero eso será el tema a tratar en un próximo post. Por el momento, me conformo con haber despertado la curiosidad de alguien que haya leído este post sobre uno de los sabios menos conocidos del s. XX, que mereció mejor trato por parte de sus correligionarios y que está siendo injustamente olvidado.