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jueves, 5 de marzo de 2015

LA INFLUENCIA DE LA COMUNIDAD HUMANA EN LA NATURALEZA

Estas dos fotos están hechas esta mañana en el mismo arroyo.



La diferencia entre una y otra es de tan sólo 2 metros de distancia, y un pequeño desnivel que provoca unos rápidos en el arroyo que hace que toda la espuma que pone de manifiesto el grado de contaminación de la corriente acuática sea visible a todo paseante que se acerque a ese lugar.

Porque se trata de un lugar dónde la gente se dirige a pasear, uno de tantos "pulmones" de nuestras grandes ciudades. Un parque, el más amplio de la ciudad donde vivo, y que presenta una de las zonas más verdes en kilómetros a la redonda con una variedad de avifauna muy importante. Hace unos días llegué a contabilizar hasta once especies distintas de aves, entre ellas tan raras como pico picapinos, jilgueros, verdecillos, lavanderas boyeras, y he llegado a creer adivinar a lo lejos algún gavilán, no llevaba prismáticos ese día y no pude confirmar mis sospechas.



Pues bien, a pesar de ello, este arroyo que cruza el parque, que se extiende en una amplia laguna que permite el solaz de una amplia y ruidosa comunidad de gansos comunes así como de patos, tanto "cimarrones" como ánades reales, lleva partículas contaminantes.


Y sin embargo, por encima de la contaminación, a pesar de la influencia, que se podría adjetivar de desastrosa, que ejerce la comunidad humana en el medio ambiente, incluso en el que quiere proteger, la naturaleza sale adelante. No voy a hablar de la gran cantidad de mirlos que se pueden ver por todo el parque. Ni de las bandadas de agapornis, loros venidos de otros lugares y que, por desgracia, se han asentado tan bien en nuestros parques y jardines que están expulsando de ellos a la fauna autóctona. Ni de los sempiternos gorriones, o de las palomas torcaces, que se benefician del cuidado con que los equipos de limpieza y forestales hacen su trabajo y permiten que se pueda gozar de las distintas especies de árboles que hay en su entorno. No. Hablaré de un grupo de ánades reales que estaban a menos de 10 metros de la zona de espumas. 

Estaban tranquilamente, dejándose flotar y de vez en cuando metiendo su cabeza en el agua para recoger alguna hierba e iniciar su pitanza diaria. Tan acostumbrados al hombre que ni siquiera al acercarme yo sintieron el menor temor y siguieron con su tarea, dejándome fotografiarles, con actitud de completa indiferencia. Fotografías que aquí os dejo como homenaje a una naturaleza sabia y hermosa.