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miércoles, 23 de septiembre de 2015

LA CULTURA DE LOS PUEBLOS: EL PUEBLO SAM (II) El encuentro con el europeo

Situación del lago Tanganica en África
El origen del pueblo bosquimano se encuentra en una zona africana muy distinta de la que ocupan actualmente. En su origen estaban distribuidos en distintas tribus que se encontraban situadas alrededor del lago Tanganica. 
Este lago, situado en la zona del Rift de África Oriental les proporcionaba todo tipo de recursos, vegetales y animales. Eran tres tribus principales, los Hadzapis, los Tindigas, y los Hotentotes. Estos últimos son nómadas y ganaderos, y actualmente no alcanzan las 30.000 personas. Su modo de supervivencia era la caza y la recolección.

Lago Tanganica visto desde la estratosfera
Al ser distintas tribus, tenían distintas lenguas, el Aven, el Narón, el Heikung, y el Kung. Sin embargo, se vieron obligados a emigrar hacia el sur por el empuje de otro tipo étnico, de otra raza humana, los bantúes, que acabarían imponiendo su hegemonía. A pesar de ello, hasta el siglo XVII hallaron refugio en el cono sur de África, disfrutaban de un amplio territorio, toda la zona que hoy ocupan Namibia, Bostwana, Zimbabue, Mozambique y Sudáfrica. En esa zona prosperaron hasta alcanzar los dos millones de personas. Y digo hasta el siglo XVII, porque en esas fechas se produjo un acontecimiento que cambiaría su vida por completo, y que, por supuesto la empeoraría: la llegada del hombre blanco.

Llegada de Jan van Riebeeck a Bahía de la Mesa.
Este hombre blanco provenía en principio de Holanda, de los Países Bajos. En un primer momento se asentó en la zona de la actual Ciudad del Cabo. Era una parada comercial, rumbo a las Indias Orientales, donde estaba el auténtico comercio de los Países Bajos. Pero la población en Ciudad del Cabo fue desarrollándose. Esta ciudad, instalada frente al cabo de las Tormentas, posteriormente conocido como cabo de Buena Esperanza, fue adquiriendo importancia, sus colonos fueron multiplicándose tanto por la llegada de nuevos individuos procedentes de la metrópoli, como de los nacimientos. Comenzó el avance hacia las tierras del interior. Tierras que poseían un clima benigno, con una gran cantidad de recursos, y en donde el asentamiento del europeo prometía ser parecido a lo que se podría llamar "tierra prometida". Y se produjo el enfrentamiento.


Los sam se encontraron con un ser superior técnicamente, superior en agresividad, y que entendía que la tierra le había sido "legada" a él. Y que tenía derecho a expulsar de "sus" tierras a cualquiera, fuera hombre o animal, que le quisiera disputar la posesión de las mismas. Y aquí nace el acontecimiento que narra Sir Laurens Van der Post en su libro "El corazón del cazador".
El enfrentamiento de dos culturas, una de ella asociada a la tierra, que tiene a la tierra como compañera de vida, que está adaptada a la misma. Otra cultura, que usa la tierra, saca el máximo provecho de ella, y cuando no le sirve porque ha esquilmado todos sus recursos abandona el terreno baldío y se dirige a otro lugar, a otra "tierra prometida". Pero éste episodio nos permite apreciar la sensibilidad, la poesía de la cultura sam. Su relato sobre el origen de la vida es un cántico al universo. El pensamiento del hombre sam no se queda en lo inmediato, los frutos, las piezas de caza, o sus semejantes. El sam comprende que todos formamos parte de un universo y que todos tenemos un origen común.


Cuando el pastor protestante, con una Biblia en su mano izquierda y un rifle en su mano derecha, oyó el relato del sam; cuando lo mostró a sus convecinos para demostrarles la superioridad de la cultura del hombre blanco sobre esa criatura a la que se negaba a reconocer como perteneciente a la misma especie, a la que le negaba su dignidad como hombre, quiso con ello reafirmar su derecho a dominar la tierra, a poseer la tierra. Y en este arrebato de, ojalá hubiera sido locura; en este arrebato de pasión fanática de sus propias creencias, acabó condenando a la hoguera al pobre chamán sam, al pobre chamán bosquimano, que le había relatado, con toda la humildad y con toda la sencillez del hombre que se sabe compañero, y no dueño, de la tierra, el origen de la vida según las creencias de este pueblo del que estamos hablando. Ese relato del origen de la vida, por el cual perdió la suya el chamán sam, es el que sigue:

"Según dicen nuestros mayores, antes de que hubiera animales que corrieran por las praderas, antes de que hubiera plantas que cubrieran el suelo, no había nada más que dos cosas: la luz y el agua, el sol y el mar. Un día la luz se enamoró del agua, el sol se enamoró del mar. Y tuvieron lugar las más felices, profundas y placenteras bodas que hayan ocurrido jamás. Los rayos del sol, como el miembro viril de un gran dios, penetraron en el lecho de las aguas. Y de aquellas bodas surgió la vida, que somos todos nosotros."

Ante aquel relato, el pastor protestante condenó al chamán bosquimano a ser quemado vivo. Para él, hombre civilizado, proveniente de otras tierras, la lujuria envolvía todo el relato del chamán y de ese ser que, según sus creencias, era inferior y no merecía ni siquiera el don de la vida. Pero poco sabía ese pastor protestante que realmente la vida en nuestro planeta Tierra surgió en el seno de las aguas. Y menos aún que la gran energía del sol, de los rayos del astro rey, era la responsable del desarrollo y dispersión de la vida a lo ancho y lo largo de nuestro planeta. Por eso cabría preguntarse ¿por qué el chamán bosquimano, el culturalmente retrasado según el criterio europeo de entonces, sí lo sabía? ¿De dónde le venía esa creencia, esa "sabiduría" que haría que su vida acabara a las manos de otro semejante, originario de una tierra a miles de kilómetros de distancia? No. No hay que buscar mensajes de fuera de la tierra. La unión del pueblo sam con la tierra, así como la de los distintos pueblos indígenas; la identificación del chamán, que en los pueblos indígenas es el depositario de la tradición; la "sabiduría" natural del hombre que pasa su vida en contacto directo con la naturaleza le lleva a pensar que realmente el origen de la vida debió ser la conjunción de distintos fenómenos de la propia Tierra que sustenta al hombre y del propio Sol que suministra a la Tierra la energía necesaria para que se desarrolle el milagro de la vida.


domingo, 7 de diciembre de 2014

LA HISTORIA DEL "AGUA DE FUEGO"


El "agua de fuego", famosa por el uso y abuso que se muestra en las películas del Oeste, siempre por parte de los indios, tiene un origen muy curioso. Y éste origen nos muestra que la funesta adicción que tuvieron todas las tribus indias no sólo tenía bases biológicas, por necesidad fisiológica de seguir consumiendo, sino que en un primer momento fue cultural. Me explico.

Cuando las poblaciones indígenas de América del Norte no conocían aún al hombre blanco, al rostro pálido; cuando estos pueblos no habían contactado con el mundo occidental, vivían según sus tradiciones. Tradiciones ancestrales, que habían ido pasando de generación en generación. Y en todos los poblados de las distintas tribus había unas personas que eran las depositarias del saber ancestral. Y, según sus creencias, eran las encargadas de contactar con el mundo de los espíritus; con el espíritu del lobo, del oso, del águila, del bisonte, de sus antepasados. Estas personas eran los chamanes.





Los chamanes eran respetados en toda la tribu, pues eran los que en todo momento sabían lo que le convenía al poblado. Y llegaban a saberlo a través del contacto con el más allá. Para conseguir entrar en trance, y para conseguir hablar con los espíritus, se ayudaban de una serie de plantas, -"plantas de poder" son llamadas en los círculos esotéricos- que le permitían, tras un proceso de fermentación, entrar en un estado "alterado de conciencia" en el que le era más fácil hablar con los antepasados. Este proceso hacía que el chamán fuera uno de los poderes fácticos de la tribu. Pero llegó el hombre blanco.

Los españoles primero, y los anglosajones después, se dieron cuenta de las posibilidades que se abrían a su conquista si usaban como armas, no los sables, ni las balas, ni los mosquetes, sino otra arma mucho más sutil y aparentemente inocua: el alcohol.
Con los primeros contactos llegaron los primeros intercambios. En esos intercambios comerciales realizados en territorio indio, éstos le ofrecían al hombre occidental, de forma hospitalaria, aquello que tenían. ¿A quién, recibiendo una visita de gente forastera, no le gusta presumir de sus tradiciones, de su cultura? ¿A quién, a poco orgulloso que se sea, no le gusta presumir de su tierra? Y los indios, orgullosos de su tierra, de su cultura y de sus raíces, le ofrecieron al hombre blanco la bebida fermentada de sus chamanes, le ofrecieron uno de los secretos guardados durante generaciones, como muestra de amistad.


Y el hombre blanco, como casi siempre ha hecho en los lugares a donde ha llegado, se rió de su bebida, se mofó de sus costumbres, ridiculizó sus tradiciones. "Nosotros tenemos bebida más potente", tronó la voz del hombre blanco con orgullo y desprecio. "Nosotros, con una aparato llamado alambique, destilamos una bebida mucho más fuerte", sentenció el hombre blanco. "Nosotros os daremos a beber <<agua de fuego>>".

Y los indios la probaron. Y vieron que era cierto lo que les decía el hombre blanco. Ese agua era más potente que su bebida fermentada. Ese "agua" quemaba la boca, el paladar, la garganta; quemaba allá por donde iba pasando en el interior del organismo del indio. 

Pero lo que más le atrajo al indio de aquella bebida que había traído el hombre blanco no era que quemara; no era que fuera más potente que la suya; no era aceptar una "supuesta" superioridad cultural del visitante extranjero. Lo que más le atrajo al indio es que podía alcanzar el estado "alterado de conciencia" mucho más rápidamente que con su bebida fermentada. Era que podía alcanzar antes, y con mayor intensidad, el mundo de los espíritus; el mundo de sus antepasados. Pero, además, para el indio de la tribu, para el sencillo componente del pueblo, que aún hacía labores de cazador y recolector, tenía otra ventaja. Esta ventaja era quizá más importante que la anterior. Esta ventaja era la facilidad de acceso al "agua de fuego".


Mientras la obtención de bebidas fermentadas requería un arduo y costoso proceso -selección de hierbas, recogida, secado, mezclado y espera- el "agua de fuego" era tan fácil de conseguir como que bastaba simplemente acordar con el hombre blanco un precio; que solía consistir en pieles de bisonte, de castor o de algún otro animal que caía en las redes del cazador recolector; para que este extranjero le trajera una remesa más o menos amplia de ese "agua de fuego" que les permitiría acceder a un mundo que hasta ahora les había sido vedado y que, hasta ahora, sólo pertenecía a los chamanes.


El pueblo indio de Norteamérica se aficionó al "agua de fuego" no porque fueran estúpidos, que no lo eran. Se aficionó no porque comenzaran a beber sin sentido de la medida. Se aficionó no sólo por razones fisiológicas, aunque el alcohol les producía la misma dependencia física que a los europeos. El pueblo indio se aficionó al "agua de fuego" porque les permitía acceder al mundo de los ancestros. Porque les permitía alcanzar un lugar que hasta entonces había estado vedado sólo a unos pocos escogidos entre su pueblo. Se aficionó, en suma, por una razón cultural.

Y, por supuesto, porque el hombre blanco usó la cultura de un pueblo para su propio beneficio, que pasaba por la destrucción de ese mismo pueblo.


Un débil rayo de esperanza aparece en el horizonte para la Nación India en este siglo XXI. Parece ser que en las reservas donde se encuentran los últimos descendientes de esa raza de hombres valientes y orgullosos, estos descendientes están devolviendo también, de modo muy sutil, como venganza poética, la jugada. Ante la codicia del hombre blanco, el pueblo indio ha puesto en marcha un negocio de casinos, y gracias a esa misma codicia, está usándola para conseguir los fondos necesarios para el resurgir de su cultura.

Quizá, algún día, la figura del hombre de las praderas, fuerte, orgulloso y altivo pueda volver a recortarse en el horizonte. Pero para eso, aún queda bastante tiempo.