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miércoles, 19 de julio de 2017

LCP Cap. 64: LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (V). EL ALATIM Y LA BEBIDA RITUAL

Acacia Tortolis. La especie de acacia más común de la sabana africana.

El día grande amaneció por fin para Lengwesi. Su madre le despertó y él, que casi no había podido conciliar el sueño al pensar en la nueva etapa que iniciaba a partir de esa madrugada, se levantó de un salto, cogió su árbol "Alatim", y salió a la puerta de su choza a plantarlo.

La tarde anterior, tras mucho buscar, encontró un buen tallo de acacia de unos cinco a diez centímetros de longitud. Lo que medía la palma de su mano abierta, según le había dicho su padre. Había decidido que lo mejor era plantar, como "alatim" a la puerta de su casa, una acacia. Eran los árboles más numerosos de la sabana, podían alcanzar los once metros de altura y su tronco un grosor de un metro. Pero lo más importante era que sus ramas, a partir de determinada altura, se distribuían de manera horizontal, dando lugar a una benéfica sombra alrededor de su tronco, de la que se aprovechaban todos los animales de la sabana. Por estas razones, Lengwesi se decidió por la acacia.

Al poco de plantarla, llegaron a la choza su padre junto con su tío y dos de sus primos. Eran los parientes, ya circuncidados, que Lengwesi había escogido para que le acompañaran en la operación, y le sujetaran durante la misma si ello llegaba a ser necesario. A todos ellos se les unió su madre, y el resto de sus hermanos y familiares. De esta manera, todos juntos se prepararon para la llegada del Torrobo, que sería el que celebraría la ceremonia.

Mujer Okiek con su bebé en brazos.

Tuvieron que esperar un tiempo a que llegara, pero por fin hizo acto de presencia el Okiek (los Maasai llaman a los Torrobo Okiek) que había contratado su padre para realizar la circuncisión. Alguien que no fuera maasai, que no perteneciera al grupo étnico maasai, no sería capaz de distinguir a un Okiek de un Maasai. Su manera de vestir era muy parecida, así como sus adornos; pero los Okiek no pasaban de ser una burda imitación de la elegancia en la apostura, en la vestimenta y en los complementos que caracterizan a los Maasai. Ikoneti estaba orgulloso de que, por mucho que lo intentaran, los Okiek nunca los igualarían.

-¿Está el muchacho dispuesto? -preguntó el Torrobo al llegar a la choza, delante de la cual estaba reunida toda la familia.

-Sí. -era Ikoneti quién respondía, con su voz, fuerte, segura, profunda.

El Torrobo sacó un paquete de tela de su morral y lo desplegó en el suelo, al lado del fuego. En él llevaba envueltos los cuchillos de la circuncisión. Una vez abierto, levantó la vista al grupo y ordenó:

-Que se acerque el muchacho.

Lengwesi se acercó lentamente a él, seguido por su tío y sus dos primos. Lo hizo de forma pausada, casi parsimoniosa. Una vez estuvo junto al Torrobo, éste le examinó el miembro viril, el cual, debido a la emoción que embargaba al muchacho, se hayaba erecto.

-¡Vaya! -se sorprendió el hombre- Tenemos un buen calibre.

El tono que usó fue totalmente neutro. Todos estaban esperando el momento cumbre. Y llegó. El Torrobo agarró la punta de la piel del prepucio de Lengwesi con una mano de forma firme y estiró de ella. El muchacho notó el tirón pero no expresó ninguna muestra de dolor. Sus padres, sin embargo, y tal como mandaba la tradición, empezaron a quejarse a voz en grito. Con la otra mano, el hombre, que sostenía firmemente el cuchillo, comenzó a cortar sin ningún tipo de titubeo la piel del prepucio que cubría el glande y el pene del muchacho. Tanto Ikoneti como la madre de Lengwesi estallaron en un alboroto de gritos, lloros, chillidos, quejas, pataleos. Sin embargo, el muchacho se mantenía firme. Ni siquiera fue necesaria la intervención de sus primos, ni la de su tío. Por dentro, Lengwesi luchaba porque una lágrima furtiva, que pugnaba por salir, no se dejara ver al exterior.

Por fin, la operación acabó. El Torrobo guardó sus cuchillos, felicitó al muchacho y a sus padres y continuó con su labor. Para Lengwesi quedaba una última ceremonia antes de retirarse a curar la herida de la circuncisión.

-Ya puedes beber la sangre de la vaca. -le acercó un recipiente su padre, donde estaban mezcladas la sangre de una ternera con leche agria. Lengwesi bebió.

-Gracias, padre. -acertó a decir. El dolor empezaba a invadirle por entero.

-¡Muy bien, muchacho! -le dijo su tío- Ya no tienes que agacharte delante de nosotros para que te toquemos la cabeza. ¡Ya eres morani!


-Sí, pero ahora dejad que le hagamos la primera cura, antes que se vaya con el grupo a la cabaña de aislamiento. -terció su madre, que prácticamente arrancó a Lengwesi de manos de sus tíos, primos y hermanos.

Lengwesi lo agradeció. Estaba ya muy mareado. Se sentía a punto de desplomarse. El interior de la choza lo notó con una familiaridad extraña, como si las horas pasadas fuera de la misma hubieran sido días o meses. Al contárselo a su madre, ésta le explicó:

-La sensación de la circuncisión y la fuerza que tenéis que hacer para no llorar os produce ese efecto.

Le estaba poniendo una cataplasma hecha con hierbas, leche y estiércol.

-Ésto te clamará. Ya lo verás. -le decía mientras se la aplicaba en el miembro viril, con mucha delicadeza- ¿A qué no sabes quién te la ha preparado?

-No, madre. ¿Quién?

-Tu hermano. Makutule.

-¡Qué bien! Makutule. -y Lengwesi cayó en un sueño muy profundo.

Foto cortesía de Elena Cerezo

martes, 6 de junio de 2017

LCP Cap. 60: EL EMORATA. LA CIRCUNCISIÓN MAASAI. (I)

Jóvenes Maasai en la ceremonia del Emorata.

Han pasado varios años y Lengwesi ha ido creciendo. Ya casi no queda nada, a sus quince años, del niño que aquel primer día, guíado por su padre, acompañó a su hermano Makutule por primera vez al rebaño de vacas. Y escucharon por primera vez la historia de Dios, de Ngai. Desde entonces han pasado multitud de cosas. La adopción de Makutule por parte de Obago, el laibón de la zona en que se encontraban. La muerte de Mwampaka en una de las muchas incursiones maasais para la obtención de ganado de otras tribus. El funeral de este último y el posterior traslado del enkang, tal como mandaba la tradición, a un día de distancia del lugar donde se encontraban antes. Pero ahora llegaba una ocasión muy especial para él, para su vida. La ceremonia del Emorata.

La ceremonia del Emorata era aquella en la que un muchacho maasai deja de ser un niño para convertirse en un morani, en un joven guerrero. Es aquella en donde comienza a contar algo para la comunidad maasai. No suele celebrarse todos los años, de ahí que la edad de los que la realizan puede oscilar entre trece y dieciocho años. Lengwesi alcanzaba los quince.

Jóvenes en los que se ha realizado la circuncisión y se les está realizando los cuidados posteriores

Los preparativos habían comenzado tiempo atrás. Un día su padre, Ikoneti, le había llamado a su presencia.

-Padre, aquí estoy. ¿Para qué me querías?

Avestruz
-Cuando acabe la estación de las lluvias -comenzó Ikoneti sin preámbulos- se va a celebrar el Emorata y tú ya estás preparado para pasarlo. -a Lengwesi le brillaron los ojos de alegría- Debes ir guardando aquellas plumas de avestruz que veas que son dignas para la ceremonia.

-Sí, padre. -contestó Lengwesi. Ikoneti le miró seriamente, pues no esperaba la interrupción.

-No he acabado. -Lengwesi bajó la cabeza en señal de respeto- Yo iré preparando la miel para la fabricación de cerveza; y me encargaré de elegir la cabra con la que pagaré al Torrobo que te circuncidará. -Ikoneti observó una cara de extrañeza en Lengwesi- ¿Pasa algo, Lengwesi?

Lengwesi se atrevió a hablar.

-Sí, padre. Creí que serías tú el que me circuncidaría.

Ikoneti esbozó una leve sonrisa, y después continuó con gesto serio:

-No. Yo como padre, junto con tu madre, tenemos que hacer la pantomima de retorcernos y gritar de dolor. Es el papel que nos corresponde en el Emorata. Tú, en cambio, debes estar callado y mostrar en todo momento tu valentía.

-Sí, padre.

-De acuerdo. Una última pregunta, ¿has tenido sexo en algún momento con una mujer circuncidada?

A Lengwesi le sorprendió que le interrogara sobre ese particular.

-No, padre. ¿Por qué me lo preguntas?

Los maasai no tienen ningún tipo de tabú en cuanto a las relaciones sexuales. Sin embargo, hay cierto tipo de ellas que conllevan una serie de penalizaciones. Una era la que le había preguntado Ikoneti, por eso le aclaró:

Cuchillo de circuncisión Maasai
-Si lo hubieras tenido, los cuchillos de tu circuncisión se volverían malditos y habría que avisarlo al Torrobo antes que aceptara circuncidarte. ¡Me costaría otra cabra más! -acabó Ikoneti con sorna.

Dado que veía a su padre con mejor humor que otros días, Lengwesi se atrevió a preguntarle una duda que le había quedado.

-¿Puedo preguntarle una duda, padre?

-Dí.

-¿Quién es un Torrobo? ¿Tiene que ser obligatoriamente uno quién me circuncide? ¿Por qué no puede ser un familiar?

-Los Torrobo, Lengwesi, -Ikoneti le había puesto la mano sobre el hombro al muchacho- simbolizan a nuestros antepasados, a los antepasados de los Maasai. Según la leyenda, vivieron en el Parakwo (Jardín del Edén). También son los oficiantes en las ceremonias para atraer la lluvia, y también los llamamos para los funerales. Por ello quiero que sea un Torrobo el que te circuncide. ¿Lo has entendido?

-Sí, padre. -contestó Lengwesi con una amplia sonrisa.

-Tú preocupaté de no llorar o gritar durante la ceremonia, pues entonces me llenarás de vergüenza y la riña que te esperará de mi parte la recordarás toda tu vida.

-Sí, padre. Descuida, padre. Estarás orgulloso.

Y Lengwesi se alejó del lado de Ikoneti.