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viernes, 11 de noviembre de 2022

LA CANCIÓN DEL BOSQUIMANO. 2021. José Vicente Alfaro

 

Se trata de una novela corta, ambientada durante la I Guerra Mundial, en un lugar exótico, el desierto del Kalahari. Y se centra en una etnia, los bosquimanos, o Sam como ellos mismos se llaman. Pero de fondo José Vicente Alfaro ha introducido, con su irrefutable maestría, uno de los hechos más graves de la historia colonial en el continente africano: el genocidio del pueblo Herero. El pueblo Herero habitaba las tierras del sudoeste africano y fue masacrado por parte de la potencia colonial alemana a principios del siglo XX. Ahora, a principios del siglo XXI, cien años después, se va tomando conciencia de dicho genocidio.

El autor consigue un cuadro que, debido a lo corta de la novela y al planteamiento argumental de la misma, muestra a grandes trazos parte de la cultura Sam, pero no entra en profundidad sobre ella.

Es de agradecer las notas finales en las que nos cuenta el genocidio de los hereros y la evolución de la población bosquimana a lo largo del siglo XX y principios del XXI.

viernes, 18 de diciembre de 2015

LCP X. EL DESTINO DEL PUEBLO SAM


Mapa de la tierra de los bosquimanos, BotsuanaDe los 100.000 sam que viven en el sur de África, alrededor de 60.000 se encuentran en Botswana. Dada la frecuencia de su aparición en distintos medios de comunicación, documentales y libros de referencia, cabría pensar que están protegidos y viven en consonancia con el entorno que les rodea. Nada más lejos de la realidad.

En el centro de Botswana existe la Reserva de Caza del Kalahari Central. Cuando se creó en 1961, pretendía ser un santuario para la fauna del desierto del Kalahari, y protegería el territorio de los sam que vivían en aquella zona, garantizando la continuidad de su cultura. Y todo fue así hasta los años 80 del pasado siglo. ¿Qué ocurrió?

An uncut diamond in Gaborone
La misma historia que nos podemos encontrar en muchos otros lugares. Aparece la codicia, en este caso en forma de diamantes. En los años ochenta se descubre la existencia de vetas diamantíferas en la zona de la Reserva. Y para explotarlas es necesario el uso de maquinaria pesada. Se produce el choque de intereses. La población sam vive de la misma tierra que ahora pretenden remover, perforar, destruir. Con la destrucción de la tierra, desaparece el hábitat de la zona que suponía la vida y la supervivencia, durante miles de años, del pueblo sam. Surge el conflicto.

El gobierno de Botswana envía a sus ministros a hablar con los sam. Se pretende que salgan de la zona. Es necesario, se les explica, para que puedan optar a un mejor desarrollo. No consiguen convencerlos.

Bushmen at Gope before being evicted
Por fin, el gobierno se decide a desalojar a los “molestos” sam. Los desalojos se producen en tres ocasiones: 1997, 2002 y 2005. Se cierran escuelas, centros de salud y se destruye el suministro de agua. Se les conduce a reasentamientos, nuevas “reservas” en dónde vegetar. Surgen los estigmas de la civilización moderna: paro, alcoholismo, depresión, SIDA.

Ante la situación, un grupo de bosquimanos, un grupo de sam, reaccionan. Llevan ante los tribunales al gobierno de Botswana. Ocurre en 2002, las primeras vistas orales comenzarán en 2004. Como resultado, el 13 de diciembre de 2006 consiguen una victoria histórica: Los jueces dictaminan que la expulsión es ilegal e inconstitucional y que los sam tienen derecho a vivir en la zona de la reserva.

A pesar de que el gobierno no apela la sentencia, trata de poner las máximas trabas al cumplimiento de la misma. Llega a establecer incluso la necesidad de una licencia para cazar en la Reserva, tanto para nativos como para foráneos. A los sam se les pide una licencia que deben renovar todos los meses. Sin embargo, los cazadores extranjeros, acompañados de divisas que aportan al país, son bienvenidos. Se llega incluso a negar el acceso a un pozo de agua a los sam que viven en el interior de la reserva, lo que los lleva nuevamente a los tribunales.

Kalahari Bushman in Botswana
Nuevamente la sentencia es a favor del pueblo sam. En enero del 2011 el Tribunal de Apelaciones de Botswana falla a su favor y condena el trato “degradante” del gobierno de Botswana a los bosquimanos. A pesar de ello, y oyendo al activista bosquimano Jumanda Gakelebone: “mi gente aún está luchando por el derecho a seguir viviendo según su antiguo modo de vida”.

Pero, por desgracia, la infravaloración del pueblo sam está arraigada en el resto de la sociedad. Según recoge en un artículo publicado en febrero pasado Robyn Dixon: “si un chico hace algo malo se le dice: No te comportes como un bosquimano. Si va sucio, se le dice: Eres tan sucio como un bosquimano.” Robyn recoge incluso la emisión de una noticia de radio en dónde se narraba que había ocurrido un accidente de tráfico en el cual habían muerto cuatro personas y un bosquimano. No se consideraba al sam como ser humano.

Bushwoman in Kalahari reserve
Es triste que quizá la salvación de los sam venga precisamente de la pérdida de la hegemonía mundial de Botswana en la producción diamantífera. Botswana produjo 3.600 millones de dólares en diamantes el pasado 2014, siendo superada por Rusia con 3.700 millones. Las autoridades se han dado cuenta que su prosperidad no puede basarse única y exclusivamente en la extracción de diamantes, que deben diversificar su economía, pues el nivel de vida que han tenido hasta ahora, debido en gran parte a la producción diamantífera, se está viendo mermado. De hecho, se prevé déficit presupuestario para 2016, cosa que no había ocurrido en el último lustro.

Esperemos que esto, junto con la presión de distintos organismos internacionales, permita al pueblo sam continuar con su vida, tal como ellos quieran, en la tierra de sus ancestros. 

Para concluir, podemos citar las palabras de Gakelebone: “La manera de vida de los sam es suya. Si ellos la escogen así, ellos la han escogido.”


martes, 8 de diciembre de 2015

LCP IX. LOS SAM. La iniciación de Nkosi (3ª parte)

Bosquimano apreciando un kudú abatido previamente
La búsqueda, el acecho y la persecución del animal les había llevado lejos del lugar dónde estaba asentado su grupo. Y la noche se estaba echando encima. El sol, como un gran plato de loza roja, comenzaba a esconderse en el horizonte. Los cazadores se dispusieron a pasar la noche. Ya tomarían el camino de vuelta al amanecer del día siguiente. Ahora tocaba disfrutar de un merecido descanso tras una fructífera jornada de caza. La pieza abatida suministraría recursos suficientes para un gran número de días. Tenían asegurado el futuro próximo.

Ahora correspondía encender el fuego alrededor del cual dispondrían sus lechos, excavados en la tierra, dónde se entregarían a un sueño reparador. Al estar en su proceso de iniciación, a Nkosi le correspondió encender el fuego. Era una técnica que dominaba, que le fue enseñada bastante tiempo atrás por su abuelo.

Bosquimanos haciendo fuego
Disponía de dos varas de madera, una más ancha, la otra más redondeada. Puso la ancha en el suelo, cogió un pequeño manojo de hierbas secas que acumuló en el centro de la tabla, y con la vara más redondeada, colocada sobre ese conjunto de hojarasca, comenzó a moverla con ambas manos con rapidez. Para ello, colocó las manos palma contra palma, la vara sujeta entre ellas, y las desplazó alternativamente hacia delante y hacia atrás, en un movimiento rítmico, rápido, potente. Poco a poco, debido a la fricción de las dos superficies, la temperatura fue aumentando hasta alcanzar el grado de combustión de la hojarasca. Comenzó a salir humo del grupo de hojas secas.

Cuando Nkosi consideró que había llegado el momento, separó la vara redondeada, acercó su cara a la madera humeante y empezó a soplar. Primero suavemente, hasta que las chispas empezaron a dar paso a una pequeña llama; la intensidad de su soplido fue haciéndose mayor hasta conseguir una llama que acercó a la zona dónde se había acumulado el ramaje para realizar el fuego. Sin dejar de soplar, introdujo el puñado de hojarasca en el interior del montón de palos amontonados. Introdujo el fuego en el corazón del montículo de madera. Y poco a poco, primero tímidamente, después con fuerza, las llamas hicieron acto de aparición. Nkosi las miró extasiado. Le gustaba la sensación que recorría su cuerpo. La sensación de haber realizado un pequeño milagro.

La mañana siguiente comenzó al amanecer. Nkosi notó un vigoroso zarandeo que lo sacó del sueño. Era su padre, que le urgía a levantarse. Había que trocear el eland, y decidir los pedazos de carne que llevarían al grupo, y lo que dejarían en la sabana para que las hienas, chacales u otro tipo de carnívoros, dieran buena cuenta de ellos. También se precisaba llegar pronto al grupo. Esa noche sería la celebración de su exitosa iniciación. Había conseguido una presa importante y había pasado al mundo de los adultos. Ahora sería uno más del grupo. Sus opiniones serían tenidas en cuenta de igual a igual. Dejaría de ser el hijo de uno de los cazadores para convertirse en Nkosi, el cazador. Podría casarse, formar una familia, tener hijos a los que enseñar y transmitir toda la sabiduría que había adquirido de sus mayores.


Llegó la noche. Y llegó la celebración. El te-kúa, un instrumento hecho de púas de metal clavadas en un trozo de madera alas que se hacía vibrar, y el guashi, un instrumento de cuerda, se dejaban oír junto al sonido de las gargantas de los sam al dejar volar por el cielo del Kalahari los cánticos ancestrales de sus antepasados.

Los sam consideran que la música y la danza tienen poderes curativos, son capaces de alejar los espíritus. Quizá la alegría contagiante de sus canciones es la que obra el milagro. El caso es que esa noche Nkosi disfrutó de su paso a la edad adulta. Bailó y cantó como uno más. Había alcanzado la madurez. Al día siguiente empezaba una nueva etapa para él, llena de retos, dificultades y experiencias. Pero esa noche tocaba disfrutar. Y así hizo.




martes, 24 de noviembre de 2015

LCP VIII. LOS SAM. La iniciación de Nkosi (2ª parte)


Nkosi se acercaba, agachado, procurando disminuir la distancia que existía entre él y el joven eland. El resto del grupo se había ido distribuyendo, tal como era la costumbre, en semicírculo alrededor del animal. La comunicación entre ellos se hacía por gestos. Su habilidad era tal que mediante la mímica se podrían transmitir unos a otros la especie de antílope que habían visto; su número; incluso su localización. Así era que mediante mímica, su padre le había comentado la aparición del eland, el mayor antílope que podían encontrar en toda esa tierra. Para su iniciación, para su entrada en la vida adulta, sería una gran presa.

Utensilios y adornos encontrados en Border Cave (KwalaZulu-Natal)

Con ella podría alimentar al grupo durante semanas. No sólo obtendrían carne, que podrían consumir fresca o después de un proceso de secado que haría que sirviera de reserva para tiempos de escasez. También aprovecharían su sangre como alimento, así como el tuétano de los huesos. Este último, al estar tan bien protegido por la capa dura del hueso, era muy apreciado. Pero además de nutrir a su grupo, con los cuernos y con los huesos del animal, adecuadamente tallados, se podrían obtener agujas y armas. Las agujas servirían para confeccionar ropa hecha con la piel del mismo antílope que el muchacho cazaría. Incluso alguna de las mujeres se coserían una especie de bolso para llevar las cosas en su nomadeo a través de la sabana, con sus correas respectivas para llevarlas colgadas. Un animal como aquel podría suponer una fuente de riqueza para toda su comunidad.


Cuando Nkosi consideró que estaba a la suficiente distancia, se levantó, apuntó con su arco al antílope y disparó la flecha. Ésta se clavó en el flanco del eland. En ese momento, el resto de la partida de caza se levantó, dejándose ver y formando un griterío ensordecedor, se dirigieron corriendo hacia el antílope. Éste había sentido una punzada en su flanco izquierdo, y sin tiempo para revolverse por el dolor, vio un grupo de hombres vociferando y dirigiéndose hacia él. Salió huyendo. Inició una carrera rápida, intensa, en dirección contraria de dónde provenía el grupo de humanos. Eso era lo que querían los componentes de la partida de caza. Al correr, al movilizar todos sus músculos, al aumentar la fuerza y la frecuencia con que su corazón bombeaba sangre, el veneno se distribuía más rápidamente por el organismo del antílope, facilitando su agotamiento, y, al final, su muerte.


Su padre le dio un golpe en el hombro y le hizo una seña para seguir al grupo. Nkosi se había quedado quieto, viendo su puntería y la reacción del eland. Una sonrisa se dibujó en su cara y comenzó a correr para unirse al grupo. Estas persecuciones podían durar varios días. A veces era suficiente seguir el rastro de la sangre y en pocas horas se encontraba al animal agonizante. Otras veces había que seguir el rastro durante más tiempo, pues el animal lograba resistir días. En estos casos los sam usaban todo su repertorio de grandes rastreadores para encontrar a su víctima. Por último, en ocasiones la presa se encontraba siempre a la vista, pero era muy resistente y se hacía necesario correr detrás de ella durante varias horas, o incluso días.

Grupo de leones devorando un eland común
Lo peor era cuando la presa había sido encontrada por las fieras, ya fueran leones, leopardos o chacales. Entonces había que decidir si disputaban la presa, con gran riesgo para la vida de los sam que constituían la partida de caza; o la abandonaban a las fieras, con lo que todo el trabajo de los días anteriores no había servido para nada. Nkosi pensaba en todo ello mientras todo el grupo perseguía al gran antílope.

Sin embargo, en esta ocasión todo fue bien. El joven eland aguantó sólo unas pocas horas. El veneno se distribuyó tan bien y fue tan efectivo que al final de la jornada le encontraron muerto, a la sombra de un arbusto. El animal se había ido a refugiar en sus últimos momentos de vida dónde al menos un poco de sombra le permitiera morir sin sentir sobre él los punzantes rayos del sol, que caían ese día sobre la sabana.


viernes, 6 de noviembre de 2015

LCP VII. LOS SAM. La iniciación de Nkosi (1ª parte)

Eland común

Nkosi estaba nervioso. El antílope eland estaba frente a él. Era un magnífico ejemplar. Superaba con creces la media tonelada. Nkosi miró su flecha, armada en el arco que le había ayudado a construir su padre, y que tantas veces le había permitido clavar acertadamente la presa que perseguían. Primero presas menores. Pájaros, lagartijas, dik-diks, que eran pequeños antílopes del tamaño de un conejo. Pocas veces había fallado. De hecho, era uno de los jóvenes con mejor puntería del grupo al que pertenecía. Después vino el uso del veneno. 

Nkosi aún se acordaba de la primera vez que vio cómo se extraía el veneno de la larva de un escarabajo, más bien de la crisálida. La crisálida era la fase de la vida del insecto en la cual se encerraba en una especie de coraza o piel y dormitaba hasta que la larva se convertía en escarabajo. Su padre se lo había contado cuándo Nkosi le descubrió aplastando dichas larvas.

Crisálidas de escarabajo
-¡Padre! ¿Qué estás haciendo? –preguntó Nkosi mientras miraba fijamente como su padre, en el fondo de una escudilla, aplastaba ayudándose de un palo romo unas criaturas redondeadas. Su padre levantó la cabeza.
-Te preparo el material para el siguiente paso en tu crecimiento. Ven. Acércate.
-¿Qué es?
-Se trata de las bubas del escarabajo que te enseñé ayer. ¿Te acuerdas?
-Sí. –respondió Nkosi sin dejar de mirar la labor de su padre. Poco a poco el fondo de la escudilla se iba llenando de una sustancia pastosa.
-Pues bien, debes aplastarlas y removerlas una y otra vez hasta que quede un unte como el que está quedando ahora. –el padre de Nkosi sonrió al ver cómo la sustancia del fondo iba quedando homogénea y adquiría el carácter untuoso que buscaba.
-¿Para qué? ¿Es una pintura? ¿Un remedio para algo?
Su padre sonrió nuevamente y, mirándole a los ojos, le dijo:
-No, Nkosi. Es veneno. Sirve para matar.
Nkosi se quedó sorprendido.
-¿Para matar? –preguntó.

Sam untando con veneno la punta de flecha
-Sí, Nkosi. Esta sustancia la debes untar en la punta de tus flechas. Una vez que las dispares y se claven en el animal, éste morirá. No importa lo grande que sea. Tardará más, tardará menos. Pero morirá. Lo único que tendrás que hacer será seguir su rastro hasta encontrar el cadáver. Y cuando lo encuentres lo podrás disfrutar con todo tu grupo. El veneno no pasa a la carne. Podrás comer tan tranquilo de él.
-¡Es estupendo! ¡Ningún animal se me resistirá! –exclamó Nkosi con una amplia sonrisa.

Su padre volvió la cabeza y le miró. Era la mirada severa que le dirigía cuando había hecho alguna travesura. El muchacho comprendió que había algo más. Su padre le dijo:
-Cuidado, Nkosi. El poder de esta sustancia puede matar a cualquiera de nosotros. No duraríamos nada si entrara en nuestra sangre. Debes utilizarla única y exclusivamente –subrayó estas dos últimas palabras- para los animales. Nunca para cualquier otro sam.
La expresión de su padre era seria. Nkosi sabía que no sólo le estaba transmitiendo un conocimiento. Le estaba trasmitiendo una responsabilidad. Una gran responsabilidad.

Nkosi recordaba este episodio conforme se acercaba, agachado, procurando disminuir la distancia que existía entre él y el joven eland. 


Y ahí dejáremos al joven sam, hasta que en la próxima entrega sigamos descubriendo su historia. Muchas gracias a todos y os espero en la siguiente entrada. Desde la red que nos une, un saludo cordial.

sábado, 31 de octubre de 2015

LCP VI. LOS SAM. La redacción de una niña sam (3ª parte)

Al poco tiempo de la “danza del antílope”, mi hermana habló con mi madre y mi padre. En sus andanzas con sus amigas recogiendo frutos se habían cruzado varias veces con un grupo vecino. Allí había un chico que le interesaba. Habían intimado y ahora mi hermana les estaba comunicando la intención de casarse. Mis padres se sorprendieron de la noticia, pero mi hermana estaba decidida. Entre los sam, un hombre puede tener dos esposas. Pero éste no era el caso. Se trataba de un hombre joven, que se había iniciado hace poco en la vida adulta.

Al observar la decisión de su hija, mis padres aceptaron que se celebrara el enlace. Los días siguientes fueron muy atareados, pero llenos de alegría. Los dos grupos se encontraron y resultó que eran viejos conocidos. Se habían ayudado multitud de veces y habían compartido aventuras, enseres, alimentos. Los padres del novio y los míos se felicitaron por la elección que habían tenido ambos jóvenes. Y entre estas cosas y otras pasó el tiempo hasta que llegó el día de la unión, de la boda. Aquí, en el internado, me han contado que las celebraciones en otros pueblos son más o menos complicadas, que conlleva muchos y distintos actos. Incluso que en algunos lugares se unen para toda la vida. En los sam no es necesariamente así. Tanto el hombre como la mujer pueden separarse sin problemas. A esto lo llaman en otras culturas “divorcio libre”. Simplemente no se entienden y dejan de estar juntos, así de simple. Pero bueno, me estoy desviando de mi relato.

El día de la boda amanece temprano para las dos madres de la pareja. Juntos, colaborando, tienen que construir el primer refugio de la pareja. Aquél del que hablaba al comentar como se pasaba el invierno. Con palos y ramas construyen un refugio redondeado para los novios. Les llevó casi toda la mañana, porque tanto una como otra querían que quedase lo mejor posible. Una vez que estuvo construido, se reunieron los dos grupos, pues venía en estos momentos la parte más importante de la celebración.

Cada una de las familias trajo ascuas de sus hogueras respectivas. Y con ellas, las madres hicieron el primer fuego del primer hogar de la pareja. Con esto se quiere simbolizar que mi hermana y su novio forman un nuevo hogar, que surge de las dos familias, pero que es un hogar nuevo y distinto. A mí me lo explicó mi abuela, y me emocionó mucho. Un nuevo fuego a partir de las brasas de dos hogares distintos. Un símbolo precioso.

Por fin llegó nuestra parte de la celebración. Era la más sencilla. Junto con mis otros hermanos y amigos y amigas, tanto del novio como de la novia, trajimos a la pareja al refugio para que pasaran su primera noche de casados juntos. Allí los dejamos, y nos fuimos dónde el resto de la gente estaba cantando y bailando, celebrando el acontecimiento. Fue un día muy feliz para todos.

Bueno, he escrito tanto que espero que la maestra quede contenta. Creo haberle resumido bastante bien mi vida con mi familia antes del internado. Ya me lo contará cuando la lea.


viernes, 23 de octubre de 2015

LCP (V). EL PUEBLO SAM. La redacción de la niña sam (2ª parte)

Grupo Sam

Si en nuestro recorrido nos topábamos con otro grupo de sam, nos saludábamos con gran alegría. En las condiciones duras del desierto, siempre es agradable encontrar a otros como tú. A veces, nos juntábamos con otro grupo durante unos días. Entonces repartíamos por igual los resultados de nuestras correrías y de la caza de los hombres. Como si fuéramos un solo grupo. Cooperamos entre nosotros para salir adelante. 

I Guerra Mundial

Al llegar al internado, me enteré que esta conducta no es muy común entre los hombres de otros pueblos. Suelen pelear de forma frecuente. Y me han contado que hay enfrentamientos entre multitud de hombres, formando grandes grupos, cuyo objetivo es matar al mayor número de hombres que hay enfrente y que el que lo consigue, gana. Son las guerras. A nosotros no se nos ocurriría algo así. Ya es suficientemente complicada la vida en el desierto, como para que nosotros la compliquemos más. Me dicen que es debido a que unos quieren tener lo que tienen los otros, y estos otros no quieren dárselo. Es curioso, hasta llegar al internado no entendí que las cosas que tenía eran propias mías. Hasta entonces yo entendía que tenía algo para que lo usara todo el grupo, aunque yo lo guardara. Pero parece que esa no es la forma en que se piensa fuera del Kalahari.

Danza a contraluz
Ese día, a la vuelta de la recolección, mi madre nos tenía que dar una gran noticia. Mi hermana mayor había alcanzado la pubertad. Y en unas semanas realizaría la “danza del antílope”, siendo reconocida desde ese momento como mujer por el resto del grupo. Había avanzado un escalón más en su crecimiento, y ahora podría comportarse como una adulta. Se relacionaría de tú a tú con el resto de los mayores del grupo. Podría tomar decisiones propias. También podría ver a los hombres de otra manera, y un buen día casarse, tener hijos y cuidarlos, como había hecho mi madre con nosotras. Pero todo ocurrió más rápido de lo que yo me había imaginado.

Tras la “danza del antílope”, mi hermana, junto con sus amigas, comenzaron los paseos de recolección por sí mismas. Yo continuaba con mi abuela y su grupo. Me gustaba aprender mucho. Mi abuela y sus amigas eran la mejor fuente de conocimientos. No solamente para encontrar frutos, raíces, huevos u otras cosas; sino, sobre todo, para evitar encuentros peliagudos con leones, chacales o hienas. Aunque los hombres son los que tienen mayor probabilidad de encontrarlos, pues van detrás de las mismas piezas, eso no quita que en nuestros paseos nos podamos encontrar con alguna de estas fieras. De ellas, la que más temor me dan son las hienas.

León
Chacal

Los leones suelen huir al distinguir nuestro olor y, a no ser que algo se lo impida, prefieren no cruzarse con nosotros. Los chacales son asustadizos por naturaleza, al lanzarles unas cuantas piedras salen corriendo y se retiran. Pero las hienas no. Son animales muy cabezones, físicamente y de comportamiento, y si creen que van a sacar tajada te siguen a dónde quiera que vayas, aunque sea muy lejos. He oído a los hombres muchas historias de sus lances de caza. Con los leones en ocasiones se atreven a intentar quitarles la presa. Sobre todo si se trata de un león solitario. Pero con las hienas no. Siempre van en manadas, y por las que se dejan ver, hay otras tantas escondidas en las cercanías expectantes, preparadas para intervenir cuando les corresponda. Por ello, si los hombres ven que su presa ha sido descubierta por una jauría de hienas, suelen retirarse sin reclamarla. Tienen un mordisco muy fuerte, que puede partir incluso los huesos. Son unos bichos de cuidado.

Grupo de hienas devorando la presa

sábado, 17 de octubre de 2015

LCP (La Cultura de los Pueblos). EL PUEBLO SAM (III): La redacción de la niña sam (1ª parte)

Escuela en Botswana

La maestra de la escuela a dónde voy me ha pedido que escriba un relato de lo que he vivido junto a mi grupo, junto a mi familia. No sé por dónde empezar. Tampoco sé concretamente lo que quiere. ¡He llevado una vida tan sencilla hasta llegar al internado! Bueno. Allá va.

Familia de sam en labores cotidianas
Nací en uno de los últimos grupos Sam que existen, en mitad del desierto del Kalahari. Cuando crecí mi madre me contó que estábamos en una reserva. Yo no comprendía. Mi madre me explicó que era una gran extensión de terreno. Mucho más grande de lo que yo podía abarcar con la vista. Y que estaba hecha para evitar que los animales se acabaran. “¿Se acabaran? ¡Pero si hay multitud!” pensé entonces. Más adelante conocí a los otros hombres. Primero los guardas de la reserva. Venían y hablaban con el chamán del grupo. Él sabía todo lo que había que saber para vivir. Después unos grupos de hombres y mujeres extraños, muy pálidos, y que tenían unos instrumentos que al apretar un lado de ellos, salía una pintura pequeñita; yo tengo algunas que me enviaron. Luego conocí que se llamaban cámaras y servían para parar y guardar el momento. Y por fin, vinieron otros hombres y mujeres que hablaron con mi madre y mi padre, y les convencieron para que viniera aquí. Recuerdo la mirada de tristeza de mi abuela cuando me alejé del grupo montada en uno de sus coches, rumbo al internado, abandonando la que había sido mi vida hasta ese momento.

¿Que cómo había sido mi vida? Ahora os lo cuento.

Choza de invierno

Formaba parte de un grupo que no solía quedarse quieto en un sitio. Recorríamos toda la extensión del Kalahari. Nos guiaba nuestro anciano más sabio. Los blancos suelen llamar a esta figura chamán. Él sabe dónde se encuentran los pozos de agua, las mejores zonas de caza, dónde se pueden encontrar los panales de miel. En resumen, el mejor guía para nuestro grupo. En invierno nos indicaba las mejores zonas dónde acampar. Porque en invierno la temperatura del Kalahari baja mucho, por debajo de los cero grados. Y nos construimos refugios de palos y ramas, para que el calor de la fogata que hacemos en el centro no se disipe y nos mantenga calientes durante la noche. El resto del año es mucho mejor. Podemos estar durmiendo allí dónde nos pilla la noche. Para eso hacemos cada uno de nosotros un hoyo en el suelo, al lado de la fogata y nos cubrimos con una capa de piel. Es una sensación agradable, el contacto con la arena. Te acuna. Te hace sentir parte de ella. Sientes que formas parte de todo lo que te rodea. Y así pasas la noche.

-¡Vamos, perezosa!

Mujer bebiendo de un huevo de avestruz
Es mi abuela que me despierta. Mantengo la sensación de adormecimiento durante un ratito, y luego me pongo a mirar a mi abuela. Está preparando sus utensilios. Entre ellos, el que más me llama la atención es un huevo grande, con un agujero en dónde va metiendo los frutos que encuentra en sus largas caminatas. Estos los llamamos “ga” y “bi”. Ésta última es una raíz. Para nosotros supone un manjar. Aquí, en la escuela del internado, he aprendido que se trata de raíces, tubérculos, pepinos y melones silvestres. Mi abuela está casi preparada, así que me levanto, me aseo y me dirijo a ella.

Avestruz a la carrera
-¿Dónde vamos hoy?
-¿Te gustaría ver un avestruz? –me responde.
-¡Me encantaría! –son unas de las aves que más me gustan. Su porte desgarbado desaparece cuando comienzan a correr por la sabana.
-Pues hoy iremos en busca de nidos. Ya es hora de que tengas tu propio huevo de avestruz.
-¿De verdad?
-Sí.

Y así iniciamos el recorrido de ese día. Podíamos estar todo el día andando de un lugar a otro. En el internado me dijeron que en esos paseos llegábamos a recorrer veinte kilómetros. En esa época yo no era consciente de la cantidad de distancia que andábamos. Sólo que pasábamos el día buscando frutos, lagartijas, huevos de ave o crías. Cuando mi abuela consideraba que ya tenía suficiente volvíamos a donde estaba el grupo.

Anciana sam

miércoles, 23 de septiembre de 2015

LA CULTURA DE LOS PUEBLOS: EL PUEBLO SAM (II) El encuentro con el europeo

Situación del lago Tanganica en África
El origen del pueblo bosquimano se encuentra en una zona africana muy distinta de la que ocupan actualmente. En su origen estaban distribuidos en distintas tribus que se encontraban situadas alrededor del lago Tanganica. 
Este lago, situado en la zona del Rift de África Oriental les proporcionaba todo tipo de recursos, vegetales y animales. Eran tres tribus principales, los Hadzapis, los Tindigas, y los Hotentotes. Estos últimos son nómadas y ganaderos, y actualmente no alcanzan las 30.000 personas. Su modo de supervivencia era la caza y la recolección.

Lago Tanganica visto desde la estratosfera
Al ser distintas tribus, tenían distintas lenguas, el Aven, el Narón, el Heikung, y el Kung. Sin embargo, se vieron obligados a emigrar hacia el sur por el empuje de otro tipo étnico, de otra raza humana, los bantúes, que acabarían imponiendo su hegemonía. A pesar de ello, hasta el siglo XVII hallaron refugio en el cono sur de África, disfrutaban de un amplio territorio, toda la zona que hoy ocupan Namibia, Bostwana, Zimbabue, Mozambique y Sudáfrica. En esa zona prosperaron hasta alcanzar los dos millones de personas. Y digo hasta el siglo XVII, porque en esas fechas se produjo un acontecimiento que cambiaría su vida por completo, y que, por supuesto la empeoraría: la llegada del hombre blanco.

Llegada de Jan van Riebeeck a Bahía de la Mesa.
Este hombre blanco provenía en principio de Holanda, de los Países Bajos. En un primer momento se asentó en la zona de la actual Ciudad del Cabo. Era una parada comercial, rumbo a las Indias Orientales, donde estaba el auténtico comercio de los Países Bajos. Pero la población en Ciudad del Cabo fue desarrollándose. Esta ciudad, instalada frente al cabo de las Tormentas, posteriormente conocido como cabo de Buena Esperanza, fue adquiriendo importancia, sus colonos fueron multiplicándose tanto por la llegada de nuevos individuos procedentes de la metrópoli, como de los nacimientos. Comenzó el avance hacia las tierras del interior. Tierras que poseían un clima benigno, con una gran cantidad de recursos, y en donde el asentamiento del europeo prometía ser parecido a lo que se podría llamar "tierra prometida". Y se produjo el enfrentamiento.


Los sam se encontraron con un ser superior técnicamente, superior en agresividad, y que entendía que la tierra le había sido "legada" a él. Y que tenía derecho a expulsar de "sus" tierras a cualquiera, fuera hombre o animal, que le quisiera disputar la posesión de las mismas. Y aquí nace el acontecimiento que narra Sir Laurens Van der Post en su libro "El corazón del cazador".
El enfrentamiento de dos culturas, una de ella asociada a la tierra, que tiene a la tierra como compañera de vida, que está adaptada a la misma. Otra cultura, que usa la tierra, saca el máximo provecho de ella, y cuando no le sirve porque ha esquilmado todos sus recursos abandona el terreno baldío y se dirige a otro lugar, a otra "tierra prometida". Pero éste episodio nos permite apreciar la sensibilidad, la poesía de la cultura sam. Su relato sobre el origen de la vida es un cántico al universo. El pensamiento del hombre sam no se queda en lo inmediato, los frutos, las piezas de caza, o sus semejantes. El sam comprende que todos formamos parte de un universo y que todos tenemos un origen común.


Cuando el pastor protestante, con una Biblia en su mano izquierda y un rifle en su mano derecha, oyó el relato del sam; cuando lo mostró a sus convecinos para demostrarles la superioridad de la cultura del hombre blanco sobre esa criatura a la que se negaba a reconocer como perteneciente a la misma especie, a la que le negaba su dignidad como hombre, quiso con ello reafirmar su derecho a dominar la tierra, a poseer la tierra. Y en este arrebato de, ojalá hubiera sido locura; en este arrebato de pasión fanática de sus propias creencias, acabó condenando a la hoguera al pobre chamán sam, al pobre chamán bosquimano, que le había relatado, con toda la humildad y con toda la sencillez del hombre que se sabe compañero, y no dueño, de la tierra, el origen de la vida según las creencias de este pueblo del que estamos hablando. Ese relato del origen de la vida, por el cual perdió la suya el chamán sam, es el que sigue:

"Según dicen nuestros mayores, antes de que hubiera animales que corrieran por las praderas, antes de que hubiera plantas que cubrieran el suelo, no había nada más que dos cosas: la luz y el agua, el sol y el mar. Un día la luz se enamoró del agua, el sol se enamoró del mar. Y tuvieron lugar las más felices, profundas y placenteras bodas que hayan ocurrido jamás. Los rayos del sol, como el miembro viril de un gran dios, penetraron en el lecho de las aguas. Y de aquellas bodas surgió la vida, que somos todos nosotros."

Ante aquel relato, el pastor protestante condenó al chamán bosquimano a ser quemado vivo. Para él, hombre civilizado, proveniente de otras tierras, la lujuria envolvía todo el relato del chamán y de ese ser que, según sus creencias, era inferior y no merecía ni siquiera el don de la vida. Pero poco sabía ese pastor protestante que realmente la vida en nuestro planeta Tierra surgió en el seno de las aguas. Y menos aún que la gran energía del sol, de los rayos del astro rey, era la responsable del desarrollo y dispersión de la vida a lo ancho y lo largo de nuestro planeta. Por eso cabría preguntarse ¿por qué el chamán bosquimano, el culturalmente retrasado según el criterio europeo de entonces, sí lo sabía? ¿De dónde le venía esa creencia, esa "sabiduría" que haría que su vida acabara a las manos de otro semejante, originario de una tierra a miles de kilómetros de distancia? No. No hay que buscar mensajes de fuera de la tierra. La unión del pueblo sam con la tierra, así como la de los distintos pueblos indígenas; la identificación del chamán, que en los pueblos indígenas es el depositario de la tradición; la "sabiduría" natural del hombre que pasa su vida en contacto directo con la naturaleza le lleva a pensar que realmente el origen de la vida debió ser la conjunción de distintos fenómenos de la propia Tierra que sustenta al hombre y del propio Sol que suministra a la Tierra la energía necesaria para que se desarrolle el milagro de la vida.