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sábado, 29 de octubre de 2016

LCP Cap. 40: LA HIERBA OLKILORITI

Interior de una choza Maasai

Cuando la mujer dejó a solas al laibón, Ikoneti, que se había mantenido en todo momento respetuosamente a una prudente distancia, se acercó:

-Obago. -así se llamaba el laibón, Ikoneti se había inclinado en señal de respeto- Aquí tienes la sangre que me pediste.

-Gracias, Ikoneti. -dijo Obago, y viendo a los dos niños, dijo- Hoy has traído a dos de tus hijos.

-Sí. Son los que empiezan la labor de pastoreo.

-Dos nuevos Masai.

-Así es. -dijo con orgullo Ikoneti.

-Entrad a mi casa. -les invitó Obago. Los cuatro entraron en la choza. Tras un momento de oscuridad, los ojos se acostumbraron a la penumbra que reinaba en la cabaña. Estaba cubierta casi por completo, con pequeños agujeros diseminados, por donde la luz del sol luchaba por entrar en forma de pequeños rayos que no servían del todo para iluminar suficientemente la estancia. Conforme se fue viendo, los dos niños empezaron a fijarse en todas las cosas que poseía el laibón. Hojas, raíces, plantas, pieles, cortezas de árboles.

-Bueno, déjame ver la sangre. -dijo Obago.

-Aquí la tienes. -respondió Ikoneti, entregándole la calabaza llena de la sangre del buey. Obago miró en su interior.

-Bien, bien. -se dirigió a un estante- Y ahora metemos esto... -hablaba para sí mismo cuando una vocecilla le sacó de su circunloquio.

-¿Para qué? -era Makutule. Ikoneti le miró con enfado. No se interrumpía al laibón mientras trabajaba. Su labor era muy importante. Y ahora estaba preparando una medicina para un muchacho de la tribu que estaba mal. Obago se sorprendió, miró con cara seria al chiquillo y éste se quedó algo cohibido. Lengwesi, que estaba acostumbrado a las preguntas a destiempo de su hermano, le dijo susurrando.

-Creo que has metido la pata.
Niños Maasai de aproximadamente la edad de los dos protagonistas del relato

Makutule miró a su padre y vio el enfado en su cara, tuvo la sensación de haber hecho algo grave. Volvió a mirar al laibón. Éste seguía mirándole con la cara sería.

-¿Quién lo pregunta? -dijo Obago, sin cambiar la cara. Ikoneti comenzaba a disculparse pero un leve gesto de la mano del laibón le indicó que callase, cosa que hizo al momento.

-Makutule. -dijo el niño.

-¿Y quién es Makutule para preguntar tal cosa? -continuó el laibón. Makutule quería que se le tragara la tierra.

-Soy Makutule, hijo de Ikoneti. -acertó a decir el niño. El laibón se acercó al niño, se acuclilló frente a él. Continuaba con la cara seria. Makutule miraba a su padre. Ikoneti tenía también cara seria. Lengwesi le hizo un gesto de no tener ni idea. Obago le dijo:

-No te he preguntado tu nombre, ni el de tu padre, niño, sino que quién eres. ¿Lo sabes?

Makutule estaba hecho un lío. Si no quería su nombre, ni el de su padre, ¿qué quería? No podía ser el que era pastor, pues no lo era. Ni que fuera un niño, pues eso cambiaría con el tiempo. Sólo podía ser una cosa. Makutule se estiró todo lo que pudo, para aparentar ser mayor y dijo con todo el aplomo del que era capaz.

-Soy un Masai.

Obago sonrió, se levantó de la posición de cuclillas en la que estaba y puso su mano sobre la cabeza de Makutule.

-¡Sí señor! ¡Eso es! -y dirigiéndose a Ikoneti- Tienes una buena pieza en este chavalillo. Y merece saber para qué mezclo la hierba olkiloriti con la sangre del buey.
Acacia nilótica. Productora de la llamada "goma arábiga", utilizada por los curanderos africanos como tónico y que podría estar emparentada con la olkiloriti

Obago se volvió a acuclillar delante de Makutule.

-Mira. Mirad los dos. -dijo, llamando también a Lengwesi que había quedado un poco retrasado- Mezclo la sangre del buey recién obtenida con la hierba del olkiloriti porque eso da más fuerza al muchacho al que le voy a suministrar esta poción. Un muchacho de nuestra tribu al que se le ha hecho la circuncisión se encuentra bastante enfermo, y no conseguimos que se recupere. Se ha intentado con alimentos fuertes para el cuerpo, pero nada. Ahora le vamos a dar sangre pura de buey, que le quitará todo el agotamiento que siente.

-¿Y la olkiloriti? -cortó Makutele. Ikoneti volvió a enfadarse. Obago rió abiertamente. Al acabar de reír, se dirigió al padre.

-Ikoneti, enseña a tu hijo a no hablar hasta que callen los mayores, sino tendrá grandes problemas en su vida.

-Sí, laibón. -fue la respuesta del padre.

-La olkiloriti, curioso Masai Makutule, servirá para limpiarle todo el tubo digestivo de la suciedad que pueda tener. Para dejarle limpio de todo aquello que pueda haberle producido la enfermedad. Y, además, le proporcionará las ganas para ponerse en marcha en su nueva etapa como morani. ¿Sabes lo qué es un morani, curioso Makutule?

El niño sonrió, y orgulloso de saber la respuesta, se irguió y dijo:

-¡Sí, señor! ¡Un morani es un guerrero Masai! Mi hermano y yo lo seremos tras nuestra etapa de pastor.

Obago volvió a reír abiertamente. Ikoneti también sonrió, enseñando su blanca dentadura. El ambiente se distendió más aún. Hasta Lengwesi le dio un pequeño pescozón a su hermano en el hombro y los dos niños comenzaron a reír. Al acabar las risas, Obago habló:

-Así es, pequeño Makutule. Y me da a mí que tú y tu hermano vais a ser unos auténticos morani. Compadezco al león al que vayáis a cazar. No tendrá ninguna posibilidad de escape.

Y de esta forma agradable y simpática, el padre y los dos hijos se despidieron del laibón, iniciando el camino a casa.
Guerrero Maasai observando el cráter del Ngorongoro desde lo alto de una de las crestas que formar la barrera natural de dicha sima volcánica.