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jueves, 7 de junio de 2018

LCP Cap. 80: RETAZOS DE LOS MAASAI


Queridos amigos de CulturaySerenidad, y, por ende, de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Nos quedan unos detalles del pueblo Maasai que no querría dejar pasar, aunque no me ha sido posible (o no he tenido la habilidad suficiente) reflejarlos en el relato de Makutule y Lengwesi. Son los siguientes:

Comparten con los pueblos Hamíticos ciertas costumbres como el abstenerse de beber leche al comer carne, el afeitado de las cabezas de las mujeres, la extirpación de los dos incisivos centrales inferiores, el uso de interminables saludos y bendiciones, y se consideran el pueblo escogido de Dios, de Ngai. De hecho, estas coincidencias junto con el gran peso del Laibón en su organización social, que se comportaría tal como lo hacen los jueces del pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento, han hecho que algunos estudiosos mantengan que se trataría de la tribu perdida de Judá.

El Laibón se ocupa de ser el médico, consejero espiritual, experto en rituales y adivino. Los laibones tienen amplios conocimientos en cuanto a la prevención y a la curación de las enfermedades del ganado, más aun que el que pueden tener para los humanos, hecho este último que vimos en los capítulos en que Makutule es instruido por Obago en distintas maneras de curar las enfermedades de los Maasai. Hay quién los distingue, dentro de cada clan, en tres tipos: los que traen la lluvia, los adivinos y el Laibón Mayor.

Mokompo, laibón maasai. Foto cortesía de Stuart Butler

Los Maasai acostumbrar a reunirse en comunidad para rezar, lo cual no quita que sea fácil escuchar en su vida diaria expresiones y oraciones que indican su fe religiosa en el día a día. Una de sus características es que Ngai, Dios, puede ser masculino o femenino. Así una canción dice "aiyai de Naamoni" (Ella a quien yo oro), mientras otra reza "ingumok de Olasera" (Él, de muchos colores).

Para los Maasai no existe el más allá, por lo que no le ven sentido el rezar u honrar a sus muertos. Cuando un maasai anciano está muy enfermo, y ve que ya no va a sanarse, sino que posiblemente morirá, se produce en el poblado un gran alboroto.

Anteriormente, solía quemarse el enkang y desplazarse la comunidad a otro lugar. Pero actualmente, con las fronteras entre Kenya y Tanzania y con las restricciones a dichos movimientos de las leyes se ha pasado a otro comportamiento.

En el poblado, a la puerta de la choza donde está el moribundo, se agolpan las mujeres, llorando, haciendo las veces de plañideras. Mientras, la familia del anciano va preparando unas parihuelas y aquello que le pueda permitir vivir durante 24 horas al anciano. 

Una vez todo dispuesto, arranca del enkang la comitiva, encabezada por los familiares del moribundo, que va en las parihuelas hechas al efecto, seguido por las plañideras, y el resto del poblado. Cuando ya están lejos del poblado, en un sitio en el que esté al resguardo de la brisa nocturna, abandonan al moribundo con los pocos enseres que le han llevado. Y se vuelven hacia el poblado, hacia el enkang. No suele darle tiempo a la enfermedad del anciano a acabar con su vida. El sol, el hambre y las fieras salvajes acabarán con él, estas últimas incluso a veces antes que la comitiva que lo acompañaba haya llegado de vuelta al poblado. Así, dura, es la muerte del anciano maasai.

jueves, 10 de mayo de 2018

LCP Cap.76: EL EUNOTO. EL PASO A LA MADUREZ DEL MORANI


Habíamos dejado a nuestros queridos Makutule y Lengwesi en la Gran Reunión Maasai, donde se decidió el abandono de las prácticas guerreras y de las razzias contra los poblados de otras etnias distintas a la suya propia.

En ese momento estaban llevando la vida típica de morani, de guerrero Maasai. Y así lo harán durante quince años hasta que lleguen al siguiente paso en su maduración, dentro de la sociedad maasai.

Como pudimos ver, la sociedad Maasai está estructurada en los llamados grupos de edades, que son aquellos grupos de varones, y también de mujeres, que pasan los rituales de iniciación (circuncisión, Emorata) y de maduración (Eunoto) en el mismo momento.

Pues bien. A nuestros dos hermanos ya les ha llegado el momento de pasar ese ritual de maduración, el Eunoto, el cual se celebra, aproximadamente, a los 15 años de haber realizado el Emorata. Con este rito los morani pasan a adquirir responsabilidades dentro de la vida del poblado. Ya no son simples guerreros que luchan contra los enemigos, o contra las fieras salvajes. Desde el momento en que se celebre el Eunoto, podrán formar una familia, casarse (siempre fuera del clan de la familia, y, por supuesto, al no ser monógamos, con varias esposas). También podrán adquirir ganado propio. Y si todo sale según las expectativas, engendrarán hijos que continúen su legado.

Por tanto, el Eunoto es la ceremonia más importante en la vida de un morani. Supone la transición de guerrero joven a adulto y desde ese momento podrá, tal como he dicho antes, casarse, tener hijos y tener posesiones. Si alguien pensaba que el ritual más importante era el Emorata, la circuncisión, se equivocaba.

Pero pasemos al ritual propiamente dicho. Metámonos en la piel de nuestros dos hermanos y vivamos con ellos el Eunoto.

En un primer momento, todos los morani van a pintar sus rostros con pintura rojiza. Con ello quieren simbolizar su ferocidad y su arrojo en la lucha. Abandonan sus lanzas y solamente van armados con largos palos. Hay que indicar que la ceremonia se va a celebrar en un recinto construido por las madres de los guerreros. Este recinto se rodea de chozas, y se celebrarán festivas danzas.

Por tanto, aquí tenemos a Makutule y Lengwesi que están pintándose sus cabezas de ocre, de rojo para destacar su valentía, dentro del resto de los compañeros del grupo de edad.

En el ritual toman parte cuarenta y nueve guerreros. Es una ceremonia de toda la comunidad; y, al igual que en otras ocasiones, centenares de personas, procedentes de enkangs distintos, asistirán a la misma. Los detalles de la ceremonia se preparan con sumo cuidado.


En un primer momento nos encontramos con el ritual de la fiesta del buey negro. ¿Por qué negro? Ya sabemos de entradas anteriores que los Maasais adoran a Ngai, su Dios supremo. Pues el color bueno de Ngai, de Dios, es el negro. De ahí la necesidad de que el buey tenga también el mismo color. Una vez escogido el buey, desde bastantes días antes de la ceremonia se le va a engordar a base de cerveza de miel mezclada con hierbas, pero no con unas hierbas cualquiera, sino con hierbas escogidas específicamente para este ritual.

Se procede a la punción de la yugular, acontecimiento que todos hemos podido ver en los documentales. Y todo el grupo de morani, dirigidos por el laibón, va tomando pequeños sorbos de la sangre del buey, que se ha mezclado con leche. Después, cada uno de ellos, uno por uno, deberán beber la sangre directamente de la yugular del buey.

Una vez se sacrifica el buey en el recinto que se ha preparado para ello, todo él es empleado durante la ceremonia. La piel será consagrada por el laibón, y llevadas por mujeres mayores, parientes de los morani que están celebrando el Eunoto, fuera del poblado, en donde la clavarán en el suelo. Una vez seca, empiezan a cortar la piel en trozos suficientes para que todos los graduados en la ceremonia puedan exhibirlos.

Para mostrar la cohesión del grupo, y la obediencia a sus hermanos de grupo de edad, todos ellos deberán morder el corazón y los pulmones del buey sacrificado.

Una vez que Lengwesi y Makutule han pasado por todo ello, no llega al fin de la ceremonia, sino que asistiremos con ellos al culmen de la misma. ¿Y cuál es ése?

Ése, queridos amigos, lo veremos en la próxima entrada de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.



miércoles, 2 de agosto de 2017

LCP Cap. 66: LA ÚLTIMA PRUEBA DEL EMORATA (VII).


-¿Tienes todo preparado? -preguntó Ikoneti a Lengwesi.

-Sí, padre. -respondió Lengwesi, que iba a bajar la cabeza ante su padre en señal de respeto.

-¡No, Lengwesi! -le paró su padre, indicándole con la mano que subiera la cabeza- Recuerda. Ya eres un morani. Ya no debes respeto a nadie. Te lo deben a ti.

-Pero usted es mi padre. -replicó Lengwesi.

-¡A nadie! -dijo Ikoneti con rotundidad- Ni siquiera a tu padre. -y tras un instante de tenso silencio, continuó- Y más después de lo que vas a hacer.

-Todos los guerreros Maasai lo han hecho.

-No por eso es menos meritorio. Y no todos lo han hecho. Muchos han muerto en el intento.

-Te prometo que yo no moriré. -afirmó Lengwesi con decisión.

-No pretendas conocer lo que Ngai (Dios) te tiene preparado.

Lengwesi se quedó parado. No conocía que Ikoneti hubiera perdido a ningún hijo a manos de Simba, el león. Ésta era la prueba, la última que tenía que pasar para ser consagrado como guerrero Maasai. Enfrentarse al león, armado únicamente con su lanza y su machete, matarlo, cortarle la melena, para luego enarbolarla como señal de victoria en las danzas festivas a la vuelta de la expedición en la que se disponía a partir junto a sus compañeros de circuncisión.

-No, padre. No pretendo molestar a Ngai. Muy al contrario. Sé que me ayudará. -dijo Lengwesi al cabo de unos segundos.

-Nadie sabe los dictados de Ngai. -sentenció Ikoneti, y añadió- Sólo pretendo que vayas con mucho cuidado. Y no te confíes.

Esto último se lo dijo poniéndole las manos en los hombros, en señal de cariño. Era un acercamiento al que Lengwesi no estaba acostumbrado. Ikoneti se había saltado su seriedad, su distanciamiento, su severidad; y había realizado un gesto paternal. Más raro aún, pues lo estaba haciendo en la puerta de la choza, delante de toda la comunidad. Lengwesi no supo que hacer. Se sintió azorado. Sólo acertó a realizar una afirmación con la cabeza. Dio la conversación por acabada, se despidió de su padre y del resto de su familia y se unió al grupo, que partió en busca de Simba, el león, el rey de los animales.


Tuvo que alejarse bastante de su enkang el grupo de morani para encontrar a su presa. Ikoneti había escogido el lugar de asentamiento tan bien y tan alejado de las fieras, que necesitaron tres días con sus tres noches para llegar a una zona donde encontrar por fin el rastro de la fiera. Primero empezaron a notar los olores que desprendían los orines del león, dejados como signo de su dominio del territorio; después descubrieron aquí y allá deyecciones del animal; más tarde los restos de las presas que había cazado y de las que había dado buena cuenta; y, por fin, las huellas que confirmaban su presencia.

Siguieron las huellas metódica y cuidadosamente hasta llegar a una zona arbustiva donde había restos de presas junto con bastantes huellas. Al examinarlas, decidieron que eran todas de un solo ejemplar. Además, el ejemplar debía tener algún defecto físico o algún daño, pues los restos de las presas indicaban que se trataba de individuos de pequeño tamaño, no de grandes herbívoros. Por tanto, debían prepararse para el enfrentamiento contra un león que se encontraba sólo y enfermo. Ahora sólo quedaba saber si, como se podía presumir por la experiencia acumulada en la cultura Maasai a través del tiempo, se trataba de un macho.

Establecieron puestos de vigilancia y el león no apareció. Sabían que podría tardar mucho, por lo que hicieron turnos durante la noche. Nada. Esperaron todo el día siguiente, pero la fiera no daba la cara. ¿Y si les había olido y se había marchado? No sería la primera vez. Decidieron aguantar una noche más. Si la fiera tenía aquí su cubil, ¿por qué no aparecía? Al día siguiente, el tercero, empezaron a pensar en marcharse. Total, podían probar suerte en campo abierto. Dar una batida, como les habían contado sus abuelos, y encontrar un macho. Más arriesgado para su seguridad, pero más seguro para encontrar al rey de los animales. Y estos pensamientos les cruzaban por su mente cuando apareció.


Se trataba de un ejemplar majestuoso. Poseía una melena grande, rubia, redondeada, que le llegaba hasta el pecho. Le hacía parecer al sol en su cenit. Salió de unos matorrales. Traía en sus fauces una gallina de Guinea. Al principio se le veía un animal soberbio, sin ninguna tara. Sin embargo, al andar se pudo observar que arrastraba el cuarto trasero derecho. De vez en cuando lo apoyaba y daba un saltito, lo que le permitiría posiblemente dar caza a piezas pequeñas y sobrevivir. Pero el magnífico animal estaba tarado.

El león se dirigió a su cobijo de la zona arbustiva, ignorante de lo que se avecinaba. Lengwesi miró a los compañeros que tenía a su derecha e izquierda. Todos asintieron y a la de una, saltaron con las lanzas y machetes, gritando, sobre el león. Éste, sorprendido, soltó la presa y se revolvió. De un zarpazo, lanzó a uno de los maasai a cinco metros de distancia, con la cavidad abdominal abierta. Otro, que fue a clavarle una lanza en el cuello, al volver la cabeza la fiera, desvió el arma. El maasai elevó su machete al aire, pero no le dio tiempo a más, pues el león saltó sobre él, le derribó y le rompió el cráneo, oyéndose un horrendo crujido, de un mordisco.

Lengwesi elevó su lanza lo más alto que le permitían sus brazos y la hundió en el pecho de la fiera, traspasándola. La fiera lanzó un rugido tremendo al sentir el lanzazo mientras elevaba la cabeza. Tuvo tiempo aún de revolverse, encarar a Lengwesi, que ya se había preparado para el ataque con el machete, y se derrumbó en el suelo, muerta. Los maasai lanzaron un grito de júbilo, Lengwesi relajó los músculos, cuando, súbitamente, de la espesura detrás de Lengwesi surgió un león joven saltando sobre él. Al mismo tiempo, una lanza cruzaba el aire, ensartando al segundo león por el tórax y hacía que cayera, fulminado, a los pies de Lengwesi, que en este caso, ni siquiera había podido tener tiempo para volverse.


Una vez que recuperó el aliento, Lengwesi preguntó:

-¿Quién ha sido mi salvador?

Nadie contestó.

-Alguien tenéis que haberlo hecho.

-Ninguno de nosotros hemos tirado la lanza. Tenemos nuestras lanzas aún en nuestras manos.

Y era verdad, sus compañeros se las mostraron.

-¿Entonces? -preguntó Lengwesi.

Alguien que salió de la espesura en ese momento, se dirigió a Lengwesi.

-Bueno, hermano, creo que la cabellera entera del segundo será para mí. Te parece justo, ¿no?

-¿Makutule? -preguntó Lengwesi asombrado.

-Sí, hermano.

-¿Has sido tú?

-La verdad es que sí, pero con mucha suerte y ayuda de Ngai. La próxima vez, comprobad bien las huellas.

-Lo haremos, hermano, lo haremos.


jueves, 11 de mayo de 2017

LCP Cap. 59: EL ENTIERRO MAASAI


Hoy pongo en vuestras manos (de forma metafórica, pues es a través de las redes) una entrega más de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Fue escrita en diciembre del año pasado. Es la última escrita entonces. Había hecho un “colchón” importante para intentar que desde ese momento hasta ahora pudiera extenderme en mi otra actividad como escritor, pero por circunstancias me ha sido imposible. Entre esas circunstancias ha estado la promoción de mi primera novela, PERTURBACIÓN, que me ha supuesto mucho más tiempo del que sospechaba en un primer momento.

Por otro lado, al releer la entrada antes de publicarla, me encontré con que no iba a lograr seleccionar ninguna foto que pudiera captar la idea que quería transmitir en dicha entrada, con lo que debía recurrir a algo que no se me da muy bien: el dibujo. De ahí que en esta entrada, la práctica totalidad de la misma es autoría mía, incluido el material gráfico.

El caso es que aquí está la entrada que os prometí, de la que hablé en mi última presentación en Ciempozuelos, de la que dije que estuvierais atent@s, y que me comentarais qué os había parecido. Por ello, va dedicada expresamente a tod@s vosotros.

Con todo cariño, comienza EL ENTIERRO MAASAI


Dibujo realizado por el autor del blog

El enkang estaba lleno de tristeza. Conforme Obago se iba acercando a él, podía escuchar los lamentos y los lloros de las mujeres, los gritos de las plañideras y el rítmo sincopado de los cánticos de los hombres. Cuando llegó a la entrada del enkang fue recibido por uno de los hijos de Ikoneti, que le saludó ceremoniosamente. Conforme pasaba al interior del recinto y se dirigía a la choza principal, Obago observaba las parihuelas y los bultos preparados al lado de las chozas, señal inequívoca de que todo el grupo se disponía para marcharse.

Al atravesar la entrada de la choza y pasar al interior, tuvo que agacharse. Conforme sus ojos se acostumbraron a la penumbra reinante pudo ir distinguiendo la escena que se desarrollaba en el lugar.

Ikoneti, que estaba de espaldas a la puerta, estaba de pie, rígido, con la mirada fija en el cuerpo que estaba tendido en el centro de la choza. Alrededor del cuerpo, varias mujeres estaban sentadas, llorando, pero sin tanto ruido como las plañideras que se encontraban fuera. Sus lágrimas rodaban por sus mejillas, sus lamentos de tristeza surgían de sus bocas lentamente, como la brisa en la noche, sin aspavientos. A ambos lados del cuerpo, del cadáver, había dos morani, de pie, enhiestos. Portaban sus lanzas, sus escudos, las largas trenzas les caían por la espalda, una de ellas por delante, por la frente, Estaban haciendo guardia, como si rindieran honores al cuerpo muerto del compañero. En el centro, el cadáver, al cual le faltaba una pierna, que le habían amputado en un vano intento por salvar su vida. En el centro, el cuerpo de Mwampaka.

Dibujo realizado por el autor del blog

Obago se colocó al lado de Ikoneti. Este no se movió un ápice. Obago siguió viendo detalles que le llamaban la atención. Había ramaje y maleza acumulada en la base de la pared de la choza. El cadáver estaba elevado sobre una especie de altar hecho con maderas entre las que también se habían introducido ramas finas. El suelo aparecía aparentemente sin limpiar de restos vegetales secos y de estiércol de vaca, también seco. Obago se imaginó el tipo de entierro que preparaba Ikoneti. "Ngai tajapaki tooinaipuko inona". (Dios, cobíjame bajo tus alas) se oía susurrar a las mujeres. Obago se dirigió a Ikoneti.

-Ikoneti. Estoy aquí para acompañarte en tu dolor.

Ikoneti se volvió hacia Obago. Le miró a los ojos y con un movimiento de cabeza le indicó que saliera con él al exterior. Una vez estuvieron fuera los dos hombres, Ikoneti le dijo:

-Era uno de mis mejores hijos. Era un gran morani. ¿Por qué Ngai lo quiso muerto tan pronto?

-Ngai ake naiyiola. (Sólo Dios sabe) -contestó Obago- Unos mueren, otros viven.

-Pero es mi hijo el que ha muerto hoy. -dijo Ikoneti. Obago le miró. Ikoneti mantenía la mirada perdida en el horizonte. Su rostro expresaba una profunda tristeza; no ira, ni enfado, tan sólo tristeza.

Tras unos momentos de silencio, Obago le preguntó:

-¿Cómo vas a despedir a Mwampaka?

Ikoneti se irguió más aún, tensó toda la musculatura de su cuerpo, y sin desviar la vista del horizonte dijo:

-Como se merece. ¡Cómo un gran guerrero!

Cuando en un enkang se produce la muerte de uno de sus miembros, todo el grupo recoge sus utensilios y, tras quemar por completo el enkang con el cadáver en su interior, deambula durante un día y una noche completos en busca de otro lugar donde establecerse. Así lo había pensado realizar Ikoneti.

Dibujo realizado por el autor del blog

-Ikoneti. Admito tu disposición a hacer las cosas como marca la tradición, -comenzó diciendo Obago- y creo que un morani como Mwampaka se merece tal honor. Pero tú mismo me dijiste que había que pensar en las nuevas circunstancias. El hombre blanco nos está presionando en nuestras propias tierras. No tenemos la misma libertad de movimientos que antes. Cuando desplazamos nuestros enkangs corremos el riesgo de chocar con otro grupo o de sobrepasar el límite de las tierras fértiles, y acabar en tierras áridas, baldías. -Ikoneti seguía mirando al infinito- Quizá debieras pensar otra forma de honrar a tu gran guerrero. -acabó diciendo Obago.

En ese momento, Ikoneti giró su cabeza, enfrentó su mirada a la de Obago y dijo:

-¿Me lo dice aquel que llevó a mi grupo de morani a la lucha contra la aldea wacamba? -Obago, sosteniéndole la mirada, movió la cabeza en señal afirmativa- ¿Me lo dice aquel laibón que no consiguió salvar a mi hijo Mwampaka de la muerte?

Obago le siguió manteniendo la mirada.

-Así es, Ikoneti.

-Entonces díme, sabio laibón. ¿Murió mi hijo como un guerrero?

Obago sabía lo que significaba esa respuesta. Pero, sin embargo, no podía dar otra distinta.

-Sí. Mwampaka, hijo de Ikoneti, murió como un guerrero, como un morani.

-Pues entonces será honrado como un guerrero.

Obago no dijo más. Sabía que llegados a ese punto, no era posible convencer a Ikoneti. Se despidió de él. Éste, a su vez, se despidió de Obago con una expresión respetuosa y vio cómo se perdía a lo largo del sendero.

Durante la tarde se dispusieron todas las cosas para la marcha. El grupo se reunió en la entrada del enkang. En su interior sólo quedaban Ikoneti y alguno de los morani. Ikoneti entró solo a la choza dónde estaba el cadáver de su hijo Mwampaka. Portaba en su mano derecha una antorcha encendida con la que alumbró toda la estancia. Solamente entonces, a solas, al ir aplicando la tea en la base de la cama de palos y ramas sobre la que habían colocado a su hijo muerto; solamente entonces, Ikoneti se permitió llorar. Pero fue un llanto silencioso, de unas pocas lágrimas, que brotaron de sus ojos y descendieron por sus mejillas hasta caer al suelo, Al tiempo que terminó de aplicar la antorcha en el amasijo de ramas se recuperó del momento de debilidad y salió al exterior. Su rostro volvía a ser duro como el acero.

-¡Vayámonos! -dijo a los morani.

Éstos, con antorchas, fueron aplicando el fuego de las mismas a las distintas chozas y a partes de la pequeña empalizada del enkang. Una vez hecho ésto, salieron al exterior, allí les esperaba todo el grupo. Ikoneti se puso a la cabeza y empezó a andar.

Dibujo realizado por el autor del blog

Al cabo de un tiempo, cuando el crepitar de las llamas sobre la madera ya no se oía, cuando la brisa ya no traía olor a madera quemada, Ikoneti paró. Era el atardecer. Se giró sobre sí mismo y vio lo que había sido su enkang consumiéndose bajo las llamas. Ya quedaba muy poco. Allí, en medio de aquel fuego se había consumido el cuerpo de su hijo. Estaba sumido en ese pensamiento cuando una voz le hizo volver a la realidad.

-Es una pena que nuestro enkang acabe así quemado, ¿verdad, padre? -era Lengwesi.

Ikoneti le miró, vio su figura, que iba moldeándose con la dura vida de pastor, su altivez, a pesar de que aún ni siquiera alcanzaba la edad para la circuncisión, y sintió en su interior, en lo profundo de su tristeza, el renacimiento de la esperanza. Tras mirar a los ojos al muchacho, Ikoneti volvió a mirar al enkang que ya se había reducido a unas pequeñas llamitas en mitad de la sabana y dijo:

-Tapala amoo etii ake Ngai. (No importa, porque Dios todavía está presente).

Foto de Elena Cerezo

martes, 18 de abril de 2017

LCP Cap. 57: LA PREPARACIÓN DE UNA INCURSIÓN MAASAI

Mi última entrada en este blog es del 26 de marzo. Hace casi un mes. He estado muy atareado. La labor de promoción de mi novela, PERTURBACIÓN, de dar a conocer la misma por los distintos ambientes en los que me muevo, incluidas las redes sociales, ha hecho que el paréntesis que se ha producido en este blog haya sido muy superior al que yo había deseado en un primer momento. De hecho, incluso otra serie de labores de tipo intelectual que debían haber sido realizadas han quedado suspendidas por la ardua, sistemática y cansina tarea de promoción de la novela.

Ahora espero haberme descargado un poco de todo ello. Las fechas de las presentaciones de mi novela están ya cerradas, casi por completo (22 de abril, Toledo; 29, Fuenlabrada; 5 de mayo, Ciempozuelos; y 13 de Mayo, nuevamente en Madrid). Por lo tanto, la labor de marketing está ya realizada y tan sólo queda acudir a las mismas. O al menos, así creo yo.

Me queda, no obstante, escribir una entrada en que os muestre unos ejemplos de las distintas reseñas que me han ido llegando de la novela, de las distintas opiniones que los lectores han ido vertiendo en los distintos medios, para que aquellos que no estén aún animados, os dé el pequeño empujón necesario para comprarla. Eso quizá será en la próxima entrada.

Hoy vamos a recuperar nuestra aventura indígena. Hoy vamos a continuar con LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Seguimos intentando conocer la cultura Maasai. Tal como nos hemos propuesto, la queremos conocer a través de la mirada de dos niños que se están haciendo adultos, Lengwesi y Makutule. Dos niños, nacidos en un Enkang, en un poblado masai, y que van a vivir las distintas etapas de infancia, juventud y madurez tradicionales de su etnia.


Con otros pueblos la mirada ha sido más o menos científica. Aquí la hemos querido hacer más literaria, más cercana. No sé si se habrá conseguido. Como suelo decir. Estoy en vuestras manos, vosotros sois los que decidís si se ha logrado o no. Y sin más preámbulos, pasemos al siguiente capítulo de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.


Obago recibió la visita de Ikoneti en su choza.

-Aquí me tienes, Laibón. -la relación entre ambos seguía igual de respetuosa y distanciada que antes de la adopción de Makutule- ¿Para qué me querías?

-Hemos perdido algunas cabezas de ganado por enfermedad. He consultado con Ngai y en sueños he recibido la respuesta. -Ikoneti escuchaba atentamente. Obago prosiguió- Estoy reuniendo a los morani para hacer una incursión en los rebaños de los wakamba vecinos y obtener de ellos el ganado que necesitamos.

Foto de http://www.conserventures.org

Los Maasai se sienten con el derecho de apropiarse del ganado de otras tribus vecinas porque, según su religión, Ngai, su Dios le concedió a su pueblo todo el ganado de la tierra para el cuidado del mismo. De forma regular, organizaban expediciones para robarlo a los pueblos vecinos. Estas expediciones las realizaban los morani, aunque eran planificadas por un comandante y un consejero. Ikoneti, sin embargo, no se hallaba muy de acuerdo con ellos. El hombre blanco había alcanzado sus posesiones hacía más de cincuenta años y cada vez sometía a más presión sobre el pueblo Maasai y sus costumbres.

-¿Crees que es adecuado? -preguntó.

Obago levantó la vista del recipiente en el que estaba moliendo unas hierbas y la fijó en el hombre que tenía frente a él.

-¿Por qué preguntas eso?

-El hombre blanco está cerca. Tiene armas más poderosas que las nuestras. Viene para quedarse. Cualquier altercado de este tipo es una excusa para él para penetrar en nuestras tierras e imponer su modo de vida. Deberíamos andar con mucho cuidado y procurar llamar lo mínimo la atención.

-¿Estás diciendo que nos refugiemos en las manyattas como cobardes? -preguntó Obago molesto.

-Estoy hablando de actuar con inteligencia. Su poder es muy fuerte.

-¿Más que el Maasai? ¿Más que el del hombre que mata al león con una lanza? -esta vez Obago estaba enfadado.

-No te enfades, laibón. -Ikoneti se dirigió a Obago por su título en señal de respeto- No hablo de valor. Un Maasai siempre valdrá más que cualquier hombre blanco. Hablo de qué si algún día se produjera un enfrentamiento entre el pueblo Maasai y el hombre blanco, este choque se produzca lo más tarde en el tiempo que sea posible.

Tal como dice el mapa: "Rutas de guerra conocidas de los Maasai por Gregory en 1895. Los Maasai también realizaban incursiones regularmente al sur y al oeste." Foto de agrabbagofgames.wordpress.com

Obago reflexionó. Ikoneti tenía razón. Pero la incursión actual no se podía parar.

-Tendré en cuenta tu punto de vista. Pero la expedición actual ya no es posible detenerla. Hay ya un grupo de morani aislados en el bosque alimentándose de carne y sopa, bebiendo sangre de acacia y privándose de compañía femenina, tal y como debe hacerse previo al enfrentamiento. Me faltan tus guerreros y los de Olumoto.

-¿Quién dirigirá la expedición? -preguntó Ikoneti.

-Kanyi.

Kanyi era uno de los grandes comandantes del pueblo Maasai. Desde que eran moranis, la rivalidad había surgido entre Ikoneti y él. Primero de forma larvada y después, al ir creciendo poco a poco, terminó estallando en un enfrentamiento al final de una de estas incursiones. Si no hubiera sido por la intervención de Obago la situación habría acabado en un baño de sangre. Desde entonces Ikoneti se había dedicado al ganado, a hacer crecer su riqueza y a sus hijos, y despreciaba, de forma cada vez más intensa, la actitud violenta de su compañero Kanyi, pues los dos pertenecían al mismo sistema de edad, a la misma generación. Y los dos estaban condenados a encontrarse y a enfrentarse.

Obago captó de inmediato el gesto de disgusto que se formó en el rostro de Ikoneti.

-No te preocupes. En mis sueños he visto que todo saldrá bien.

-Será la primera incursión para Mwampaka.

El hijo de Ikoneti, que había guiado a Makutule y Lengwesi en sus primeros días como pastores, ya había pasado el emorata, el rito de la circuncisión, y ya se había convertido en un guerrero morani, tal como deseaba desde tiempo atrás.

-Saldrá bien parado. -le dijo Obago sonriendo, procurando transmitirle tranquilidad- Si no hubiera visto el éxito de la expedición, no la habría aconsejado.

Ikoneti asintió con la cabeza.

-Te enviaré a mis morani. Y no tendrás queja de ellos en la lucha.

-Lo sé, Ikoneti. Lo sé.

Combate Maasai. Foto de http://www.bush-adventures.com

domingo, 8 de enero de 2017

LCP Cap. 49: NGAI, DIOS DE LOS MAASAI. LA PRIMERA ENSEÑANZA DE MAKUTULE


Tras la ceremonia de adopción, Makutule pasó a vivir en el enkang de Obago. Formó parte de aquellos que cuidaban su ganado. Allí continuó aprendiendo y curtiéndose en la labor de pastor maasai. Pero estaba algo decepcionado. Makutule pensaba que al ser adoptado por el laibón, éste le iba a enseñar todo lo que sabía sobre hierbas, curaciones y demás artes de dominio de la adivinación y de la interpretación de los sueños. Sueños que, por otro lado, seguía teniendo y seguían cumpliéndose. A pesar de todo ello, Makutule trabajaba como el que más. No quería dejar en mal lugar a la estirpe de su padre. Estaba en manos de Obago. Debía tener paciencia.

Un día, bien avanzado el sol en el horizonte, vino Nyange a la zona del rebaño que cuidada por Makutule.

-Te llama nuestro padre. -le dijo.

Desde que Makutule había sido adoptado, Nyange era uno de los hijos de Obago que más cerca estaba siempre de él, no sólo ayudándole, sino también haciéndole sentir parte de la familia. De ahí que siempre usara el plural entre ellos a la hora de referirse a Obago, al contrario que otros hijos, ya mayores, ya morani, que dejaban claro su filiación natural al laibón.

Fotografía de Naomi Stolow
-¿Para qué me quiere?

Nyange sonrió de oreja a oreja. Sus blancos dientes brillaron con el sol.

-Siempre tan preguntón. Deja las vacas a mi cargo y vete a dónde está Obago. No creo que te arrepientas.

Así lo hizo Makutule, que en esos momentos no acertaba a qué era debida la solicitud de su presencia en la choza de Obago en una hora tan impropia. Marchaba cavilando para sus adentros, intentando recordar si había hecho algo tan malo que mereciera el ser retirado de inmediato de su labor y el presentarse ante su padre. Llegó a la choza, tomó aire y arrestos, y entró.

-Padre, laibón. -titubeó en la forma de dirigirse a Obago- Aquí estoy. Me has llamado, ¿no?

Obago estaba colocando algunas ramas y separando otras, se volvió un momento, le miró y le dijo de forma relajada.

-Sí. Enseguida estoy contigo. -y como solía ser su costumbre cuando trabajaba con plantas, empezó a hablar para sí mismo- Éste va... aquí, eso es. Esta otra, no, no, que no hay que confundirla con... Eso es. Aquí mejor. Mucho mejor. Ya está. Y ahora... tú te quedarás aquí, vieja cascarrabias. Bien. No me deis la lata, que tengo una tarea muy importante.

-¿Hablas con las plantas de verdad? -Makutule no pudo resistir la pregunta, al ver a Obago tan profundamente concentrado en su tarea. Éste al oír la pregunta del niño le miró y tras una exclamación, comenzó a reír, lo cual hizo que Makutule quedara entre confuso y avergonzado. Obago, al ver el azoramiento del muchacho, reaccionó de inmediato.

-¡No, Makutule, no! No hablo con las plantas. -se acercó al chico- Y gracias por pensar que puedo hablar con ellas. Cualquier otro pensaría que estaba loco, hablando a solas. -le pellizcó suavemente la mejilla, a lo que Makutule respondió con una sonrisa- Pero solamente tú y yo sabemos cosas que el resto de los humanos no saben, ¿verdad?

Obago se separó de Makutule esperando su reacción. Éste se quedó parado. No había hecho ningún gesto, ni a favor ni en contra de la pregunta planteada por el laibón. Le miró con unos ojos llenos de inocencia y le lanzó a su vez otra pregunta:

-¿Se refiere, padre, a los sueños?

Esta vez Makutule había usado la expresión de padre, pero más como señal de respeto que como de familiaridad o de cariño. Obago afirmó con la cabeza y añadió:

-Sí. A los sueños. A su cumplimiento. Y a todo lo que, a partir de hoy te enseñaré, si tú quieres.

-Padre, para eso vine aquí. -respondió Makutule lleno de alegría.

-Pero no deberás descuidar tus tareas como pastor maasai. -terció Obago- Seguirás cumpliendo todas ellas. Te circuncidarás. Cumplirás tu etapa como morani. Y cuando estés preparado, podrás ser laibón. El camino que vas a empezar hoy es muy largo. ¿Estás dispuesto a realizarlo?

-Es lo que más deseo. -Makutule no mentía.

-Pues hoy mismo empezamos. Todos los días, cuando recojas el ganado, vendrás a mi choza y yo te iré enseñando todo lo que debes saber sobre hojas, ramas, raíces, plantas, hierbas y sobre las dolencias de los hombres y del ganado. Cuando haya algo importante que debas ver, Nyange te llamará para que vengas conmigo y mientras él se quedará cuidando tu ganado. Al acabar por lo que te ha llamado, deberás volver a donde esté tu ganado y cuidar de él. ¿Entendido?

Makutule afirmó varias veces con movimientos de cabeza que denotaban la emoción que sentía.

-Y para comenzar hoy te voy a hablar de Ngai, de Dios. ¿Te habló Ikoneti de Ngai?

-Sí, padre. -esta última palabra la dijo dudando. Aun echaba de menos a su padre, pero no quería demostrarlo delante de Obago, y menos ahora que iba a comenzar su enseñanza como laibón. Obago, que lo notó, volvió a sonreir.

-No te preocupes. Es normal que eches de menos a tu anterior padre, a Ikoneti. Pero tanto él como yo, y tú también, sabemos que este cambio ha sido para bien tuyo y estamos totalmente conformes. -y cambiando el tono por otro más distendido- Bueno, cuéntame qué te dijo Ikoneti sobre Ngai.

Makutule le narró cómo les había llevado a lo alto de una loma a contarles el inicio del mundo mientras veían el atardecer; cómo les había contado a su hermano y a él el origen del pueblo Maasai, la razón por la que eran pastores y el resto de las historias. Al acabar, Obago exclamó:

-¡Vaya! Ya veo que me ha dejado poco que contarte sobre Ngai. -Makutule sonreía orgulloso- Pero aun así, voy a intentar contarte algo sobre Él, sobre Dios. Escucha atentamente.

Makutule prestó atención.


-Ngai habita en el cielo, su vida es la vida del cielo. El viento es su alimento; el relámpago, -conforme Obago mencionaba los distintos elementos atmosféricos, se movía delante del niño, intentando representarlos- el relámpago es el brillo de sus ojos; el trueno, su grito de alegría cuando ve algo que le gusta. Durante la estación de las lluvias, cuando los rebaños prosperan y los animales engordan, las gotas de lluvia son sus lágrimas de alegría. Ngai se desdobla en dos. El negro, el bueno; como es bueno el cielo oscuro, cubierto de nubes que traen la lluvia. El rojo, el malo; como es malo el cielo rojo de sol, que provoca la sequía. En la tormenta, los dos combaten entre sí; y cuando por fin llueve es señal que Ngai negro ha vencido, y nosotros somos bendecidos con la riqueza de los pastos para nuestros ganados.

Makutule había quedado embobado con la representación y con la historia que le había contado Obago. Éste le despidió para su choza, emplazándole para el siguiente día, después de que hubiera recogido el ganado en el interior del enkang.


Queridos amigos de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. De esta forma comienza Makutule su formación como futuro laibón, como futuro veedor y sanador, del pueblo Maasai.

En las siguientes entregas le acompañaremos y nos encontraremos con los distintos métodos que usaban los maasai para hacer frente a las diferentes enfermedades que les surgían en su vida diaria, en la inmensa sabana africana.

Hasta esa nueva entrega, queridos amigos, nos vemos en la red.


jueves, 8 de septiembre de 2016

LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Cap 34: El origen legendario del pueblo Maasai

Afueras de poblado Maasai, en plena sabana africana

Ikoneti salió de su poblado, acompañado por sus dos hijos, Lengwesi y Makutule. Aún quedaba un tiempo para que la tarde decayera, pero Ikoneti quería vivir con sus hijos un momento único, tal como hizo su padre con él, hacía tanto tiempo. Ikoneti iba recordando por el camino como su padre le cogió aquel día de la mano, cuando estaba a punto de cumplir siete años, y lo sacó de la boma donde vivía con su madre y sus hermanas.

-¿Dónde vamos, papa? -fue su pregunta.

-Ya lo verás. -respondió su padre.

Anciano Maasai

Su padre era parco en palabras. Solía hablar poco. Pero lo poco que hablaba era suficiente para que todos obedecieran. Su padre era uno de los ancianos más respetados en el poblado Maasai. Recordaba como defendió el derecho de los Maasai sobre la caza del león en sus tierras frente a los invasores que venían de lejos. Recordó cómo habló al resto de los ancianos del poblado del valor y de la gallardía del Maasai respecto al resto de los pueblos, incluso del recién llegado del este, del hombre blanco. Ellos tenían unas lanzas que escupían fuego a distancia. ¿Qué valor tenía eso? Podían matar a la fiera de lejos. ¿Era eso ser guerrero?
Familia de leones en la reserva del Maasai Mara. Kenya

Ikoneti sonreía mientras recordaba cómo su padre encogió el alma de todos los ancianos de la tribu al recordarles la lucha de todos sus antepasados y el origen de los Maasai, ese origen que ahora iba a contar a sus hijos.

Sus hijos. Los miró con amor y con tristeza. ¿Qué camino tomarían? Aún eran pequeños, habían cumplido seis y siete años. Estaban yendo a la escuela de la misión, dónde les enseñaban a leer y escribir. Les enseñaban a valerse por sí mismos en el mundo que se imponía y que lanzaba sus tentáculos, llegando hasta aquella remota aldea Maasai. Era el progreso. Así lo llamaban. Él prefería llamarlo el fin, la destrucción de toda una cultura.
Escuela en Tanzania

Por eso era importante comenzar a enseñar a sus hijos las costumbres Maasai. Los orígenes, de dónde provenían, el porqué de sus ritos y ceremonias. Por eso ahora tocaba contarles porque Dios les quería como les quería. Como guerreros.

Por fin alcanzaron el sitio. Era la cima de una pequeña loma, alejada unos kilómetros de la aldea. Desde allí se podía divisar toda la gran llanura que se extendía hasta un conjunto de montes lejanos al poniente y si se miraba en dirección a levante había un único monte, con la cima nevada, que se distinguía levemente entre la bruma que lo cubría. Allí es dónde, en un primer momento, Ikoneti hizo que los niños miraran.

-Mirad la gran montaña que tenéis allá, a lo lejos.

-Sí, padre. -contesto Lengwesi, que era el más extrovertido. Makutule asintió con un movimiento de cabeza y ambos niños se quedaron fijos mirando el espectáculo del Kilimanjaro iluminado por los rayos del sol del atardecer.

-Allí vive Ngai, nuestro Dios. -dijo Ikoneti. Los niños lanzaron una exclamación de admiración- Por eso nosotros, los Maasai llamamos a esa montaña Oldoinyo Ngai, "La Montaña de Dios", y la adoramos como el hogar de Ngai.
Vista oeste del Kilimanjaro

Los niños seguían extasiados con la vista que ofrecía la montaña, que si de por sí era atrayente, al unirse a la historia que les estaba relatando su padre, ésta se volvía para ellos casi mágica.

Cuando los primeros grises del atardecer comenzaron a hacerse presentes, su padre les pidió que se dieran la vuelta y se sentaran en el suelo, para ver con tranquilidad la puesta de sol.

El sol, antes de desvanecerse en el horizonte, aumentaba de tamaño y adquiría unos tonos más ocres. Su luminosidad, que durante todo el día iluminaba la sabana, el poblado y a sus gentes, pasaba de forma paulatina del amarillo al ocre y de éste al rojizo intenso, semejando un inmenso plato de loza que terminaba desvaneciéndose en el horizonte.

Sentados cómodamente los tres en el suelo de la loma, el padre y los dos hijos, mientras disfrutaban del espectáculo del atardecer de la sabana, Ikoneti comenzó su relato.

-Queridos hijos. al principio de los tiempos el cielo y la tierra eran uno. Y ese uno era Dios. Y ese Dios era Ngai. Un buen día Ngai decidió separar el cielo de la tierra. Y viendo ambos, decidió vivir en la tierra, en Oldoinyo Ngai, la montaña que os he enseñado.

Los dos niños escuchaban atentamente. Ikoneti continuó su relato.

-Ngai es el Dios supremo. Pero puede manifestarse de dos formas. Como Ngai Narok, el Dios Negro, el Dios bueno, benévolo, el que nos cuida. Él nos trae las lluvias, las hierbas las hace crecer para que nuestros rebaños puedan pastar y para que nuestra comunidad pueda prosperar. Él se manifiesta en el trueno. Pero también puede aparecer de otra forma. En forma de Ngai Na-nyokie, El Dios Rojo y vengativo, que se muestra en los relámpagos, cuando caen sobre los árboles, los animales y las personas y los quema o, peor aún, los mata. Es el culpable de las sequías, el hambre y la muerte.

-Entonces, -se atrevió a preguntar Makutule- ¿Ngai es malo?

Ikoneti le miró, miró al horizonte y, extendiendo los brazos, le contestó.

-¿Crees que es malo Aquel que separó todo esto y que se dio para que nosotros podamos vivir de ello?
Guerrero Maasai contemplando el cráter del Ngorongoro

-Pero tú dices que es responsable de las sequías y del hambre y de la muerte. -insistió Makutule.

-Así es, porque todo surge de Él. Lo que me recuerda que debo contaros la segunda historia, que es sobre el origen de los Maasai, nuestro pueblo. Pero si no queréis...

Ambos niños comenzaron a protestar y a pedírselo en voz alta y cuando al alboroto bajo de volumen, su padre se dispuso a contarla.

-Pues bien. Ngai tenía tres hijos. Y un buen día les dio tres regalos.

-¡Alá! ¡Cuántos regalos! ¡Qué bien se lo pasarían! -dijo Lengwesi.

-No te equivoques. -le respondió su padre- Un regalo para cada uno.

Los rostros de los niños expresaron una pequeña decepción.

-El primero recibió una flecha. Y a partir de entonces se ganó la vida cazando. Son aquellos congéneres nuestros que viven de lo que cazan y recolectan en el bosque. Al segundo le dio una azada para cultivar la tierra. Esos debían curvar su espalda y romper la superficie de la tierra, hacer heridas en la piel de Ngai para sobrevivir, una atrocidad. Al tercero le dio un palo. Ya os imagináis para qué, ¿no?

-Para el ganado. -dijeron ambos niños al unísono.

-Sí, pero el tercero no lo entendía y preguntó "¿Qué puedo hacer con un palo, poderoso Ngai? No sirve como la azada ni como la flecha, solo ahuyenta a los animales". Y Ngai le contestó: "No para ahuyentar, sino para conducirlos en rebaños, mi querido Natero Kop, es el palo." Porque debéis saber que el tercer hijo se llamaba Natero Kop. Y es de ese tercer hijo del que descendemos todos los Maasai.

Una exclamación de admiración surgió de las gargantas de los dos niños.

-Por eso los Maasai somos los guardianes del ganado y tenemos derecho sobre los mismos. Por eso cualquier otra actividad para nosotros es inferior. Por eso, si rompemos la tierra, rompemos la piel de Ngai, de Dios. Por eso cuidamos de lo que Ngai nos encargó. Los animales, el ganado, nuestro ganado.
Pastores masaais cuidando su ganado

Un silencio casi sagrado se extendió sobre la loma, en medio de la sabana. La figura de los tres seres humanos, un adulto y dos niños, se recortaba en el horizonte mientras el sol lanzaba sus últimos rayos de atardecer, antes de ocultarse detrás de las lejanas montañas.

Al desaparecer el último rayo de sol, Ikoneti se levantó, cogió a sus dos hijos de la mano e inició el camino de regreso al poblado. Para Lengwesi y Makutule había sido una experiencia inolvidable. Habían pasado un atardecer con su padre en el que le había sido revelado el origen de su pueblo y la razón por la que eran tan distintos a otros pueblos con los que convivían. Y habían dado los primeros pasos en las costumbres y conocimiento de la sociedad Maasai de la que se sentían parte.
Maasai en la sabana, al pie de un volcán dormido