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jueves, 17 de mayo de 2018

LCP Cap. 77: EL EUNOTO, Y EL PASO A LA CONDICIÓN DE ANCIANO ENTRE LOS MAASAI


En la entrada anterior, número 76 de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS, veíamos como se desarrollaba el Eunoto. El Eunoto, la ceremonia más importante en la vida de un guerrero maasai, supone la transición a maasai adulto y, a partir de ese momento, la asunción de una serie de responsabilidades que hasta entonces competían tan solo a sus progenitores.

Dejábamos a Makutule y Lengwesi en el momento más importante de la ceremonia y prometíamos seguir con ella. Pues bien, aquí está la continuación de dicho ritual, que comenzamos justo en el momento culmen del mismo.

Las madres se disponen a cortar, y cortan el cabello de sus hijos. Las trenzas, cuidadas de forma tan minuciosa, llevadas tan orgullosamente por los morani, desaparecen de sus cabezas.


Este acontecimiento simboliza que abandonan, de alguna forma, la condición única de guerreros, abandonando además el vínculo que les unía a sus madres, para comenzar una nueva vida. La vida social del poblado Maasai, con responsabilidades como la familia, los hijos y el ganado. Como colofón a este ritual, un anciano les dará el primer consejo de adultos, que suele ser siempre el mismo, y no por ello, tópico, sino muy importante:

"Ahora que eres un adulto, arroja tus armas y en su lugar emplea la cabeza y la sabiduría"

A partir de este momento, Makutule y Lengwesi han sido declarados oficialmente adultos. Además de guerrear, o, más bien, en lugar de guerrear, deberán asumir las tareas de proteger su casa, velar por el suministro de agua al poblado, y defender al rebaño del ataque de fieras salvajes o de ladrones de ganado.

Pero nos hemos olvidado de Ikoneti, el patriarca. El padre de estos dos muchachos a los que hemos ido siguiendo en su maduración hasta convertirse en maasais adultos. Para Ikoneti, y para todos los padres de los morani que celebran el Eunoto, también habrá una ceremonia propia. Ese mismo día se celebrará un ritual por el que se convertirán en responsables de la comunidad, en ancianos de la misma.

Durante los cuatro días anteriores, Ikoneti cambiará de vivienda y asumirá el nombre de sus hijos. Al cuarto día se vestirá con una piel negra de ternero, se adornará con cuentas de colores, y lucirá una capa de piel de hiena, leopardo, colobo o mono azul. Además lucirá pendientes y collar de cuentas negras y sujeto con una cadena, se colgará un recipiente cilíndrico para el tabaco.

De esta guisa, volverá a su casa y lo hará apoyándose en un bastón, indicando que se ha vuelto un hombre más viejo, más anciano. En una mano llevará una cola de algún animal para espantar moscas y en la otra, una calabaza de cerveza de miel.

De esta manera, Ikoneti ha pasado al grupo de los ancianos del poblado. A medida que han pasado los años, se han tenido más en cuenta la comunidad sus opiniones. Pero no es hasta este momento, en que su grupo de edad pasa a considerarse anciano, cuando sus opiniones van a tener un peso importante en toda la comunidad.

Grupo de ancianos en una de sus reuniones. Cortesía de John Ageddes.

Los ancianos son los que toman, de forma igualitaria y reunidos en consejo, todas las decisiones importantes para el poblado. De ahí la importancia del Eunoto, no solo para los morani, sino para todos aquellos que alcanzan la condición de ancianos.

La jubilación o el retiro de los maasai les llega a los sesenta y cinco años. Desde ese momento se dedican a descansar, beber y jugar, sobre todo a un juego muy popular entre ellos y que es similar a las damas. El nombre de este juego es "eskeshui".

Sin embargo, aún nos queda algunos detalles más que contar de los maasai. Pero eso, queridos amigos, será en una próxima entrada de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.

Hasta ese momento, disfrutemos de la nueva condición de cada uno de nuestros protagonistas. Nos vemos en la red.



jueves, 10 de mayo de 2018

LCP Cap.76: EL EUNOTO. EL PASO A LA MADUREZ DEL MORANI


Habíamos dejado a nuestros queridos Makutule y Lengwesi en la Gran Reunión Maasai, donde se decidió el abandono de las prácticas guerreras y de las razzias contra los poblados de otras etnias distintas a la suya propia.

En ese momento estaban llevando la vida típica de morani, de guerrero Maasai. Y así lo harán durante quince años hasta que lleguen al siguiente paso en su maduración, dentro de la sociedad maasai.

Como pudimos ver, la sociedad Maasai está estructurada en los llamados grupos de edades, que son aquellos grupos de varones, y también de mujeres, que pasan los rituales de iniciación (circuncisión, Emorata) y de maduración (Eunoto) en el mismo momento.

Pues bien. A nuestros dos hermanos ya les ha llegado el momento de pasar ese ritual de maduración, el Eunoto, el cual se celebra, aproximadamente, a los 15 años de haber realizado el Emorata. Con este rito los morani pasan a adquirir responsabilidades dentro de la vida del poblado. Ya no son simples guerreros que luchan contra los enemigos, o contra las fieras salvajes. Desde el momento en que se celebre el Eunoto, podrán formar una familia, casarse (siempre fuera del clan de la familia, y, por supuesto, al no ser monógamos, con varias esposas). También podrán adquirir ganado propio. Y si todo sale según las expectativas, engendrarán hijos que continúen su legado.

Por tanto, el Eunoto es la ceremonia más importante en la vida de un morani. Supone la transición de guerrero joven a adulto y desde ese momento podrá, tal como he dicho antes, casarse, tener hijos y tener posesiones. Si alguien pensaba que el ritual más importante era el Emorata, la circuncisión, se equivocaba.

Pero pasemos al ritual propiamente dicho. Metámonos en la piel de nuestros dos hermanos y vivamos con ellos el Eunoto.

En un primer momento, todos los morani van a pintar sus rostros con pintura rojiza. Con ello quieren simbolizar su ferocidad y su arrojo en la lucha. Abandonan sus lanzas y solamente van armados con largos palos. Hay que indicar que la ceremonia se va a celebrar en un recinto construido por las madres de los guerreros. Este recinto se rodea de chozas, y se celebrarán festivas danzas.

Por tanto, aquí tenemos a Makutule y Lengwesi que están pintándose sus cabezas de ocre, de rojo para destacar su valentía, dentro del resto de los compañeros del grupo de edad.

En el ritual toman parte cuarenta y nueve guerreros. Es una ceremonia de toda la comunidad; y, al igual que en otras ocasiones, centenares de personas, procedentes de enkangs distintos, asistirán a la misma. Los detalles de la ceremonia se preparan con sumo cuidado.


En un primer momento nos encontramos con el ritual de la fiesta del buey negro. ¿Por qué negro? Ya sabemos de entradas anteriores que los Maasais adoran a Ngai, su Dios supremo. Pues el color bueno de Ngai, de Dios, es el negro. De ahí la necesidad de que el buey tenga también el mismo color. Una vez escogido el buey, desde bastantes días antes de la ceremonia se le va a engordar a base de cerveza de miel mezclada con hierbas, pero no con unas hierbas cualquiera, sino con hierbas escogidas específicamente para este ritual.

Se procede a la punción de la yugular, acontecimiento que todos hemos podido ver en los documentales. Y todo el grupo de morani, dirigidos por el laibón, va tomando pequeños sorbos de la sangre del buey, que se ha mezclado con leche. Después, cada uno de ellos, uno por uno, deberán beber la sangre directamente de la yugular del buey.

Una vez se sacrifica el buey en el recinto que se ha preparado para ello, todo él es empleado durante la ceremonia. La piel será consagrada por el laibón, y llevadas por mujeres mayores, parientes de los morani que están celebrando el Eunoto, fuera del poblado, en donde la clavarán en el suelo. Una vez seca, empiezan a cortar la piel en trozos suficientes para que todos los graduados en la ceremonia puedan exhibirlos.

Para mostrar la cohesión del grupo, y la obediencia a sus hermanos de grupo de edad, todos ellos deberán morder el corazón y los pulmones del buey sacrificado.

Una vez que Lengwesi y Makutule han pasado por todo ello, no llega al fin de la ceremonia, sino que asistiremos con ellos al culmen de la misma. ¿Y cuál es ése?

Ése, queridos amigos, lo veremos en la próxima entrada de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.



sábado, 24 de marzo de 2018

LCP Cap. 72: LA GRAN REUNIÓN (3ª parte)


El ambiente era de tremenda expectación. Se habían reunido allí los laibones más respetados de todos los clanes Maasai. Estaban los morani más fuertes, más aguerridos. También alrededor del fuego que se había creado en el enkang que había recibido a todos ellos, se encontraban los sabios más reconocidos dentro de los distintos pueblos que constituían la etnia Maasai. Todos se encontraban con suma expectación, a la espera de que se iniciara la asamblea que les había llevado hasta allí.

Laibon Meshuko. Tarangire National Park. Cortesy by Stuart Butler

Purko, como el laibón más viejo, el más anciano, fue el que comenzó a hablar. Se levantó y dio unos pasos hacia la hoguera, que crepitaba en el centro de la reunión. A pesar de sus muchos años, nadie sabía bien cuantos, mantenía la apostura de los guerreros morani. Era altivo, a pesar de apoyarse en el bastón que indicaba su categoría doble de anciano y laibón. Los lóbulos de sus orejas se encontraban alargados varios centímetros por los abalorios que había portado durante su larga vida. El pelo como se dejaba ver en su cabeza, rapada hacía algún tiempo y no para la ocasión, dejada crecer, quizá a propósito, así como su barba, cerrada y blanca. Echó un vistazo a todos y comenzó su discurso:

Mito Maasai de la creación, con su Dios, Ngai

-Somos los dueños de nuestra tierra. Ngai nos la dio. El ganado nos pertenece por mandato divino. Ngai nos lo dijo. "Cuidad de él." Y lo hemos hecho desde el principio de los tiempos. -murmullos de asentimiento se oyeron en toda la asamblea. Purko esperó que los murmullos desaparecieran para proseguir su discurso.

-Pero desde hace algunas generaciones, hay nuevos pueblos a nuestro alrededor con ideas distintas. Gente con un color de piel distinto al nuestro y, lo que es peor, con armas más poderosas que las nuestras. -en este caso hubo abucheos, e incluso alguna protesta. Purko esperó pacientemente, y elevó las manos en señal de asentimiento y de petición de paciencia al auditorio. Éste fue poco a poco sumiéndose en el silencio para escuchar las siguientes palabras del laibón.

-Hace tres generaciones, muchos de los que estáis aquí aún no habías nacido, se produjo un enfrentamiento directo entre nuestro pueblo y el suyo. -Purko adoptó una postura firme, con el cuerpo recto, actitud digna, como un líder, que lo era, ante sus seguidores- Fue en Elbejet. Nos mataron un buey, y no quisieron pagarnos la parte de nos correspondía por ley. Había acabado la pequeña estación de las lluvias (en la planicie del África Oriental, esa estación se corresponde a los meses de noviembre y primera quincena de diciembre). Nos enfrentamos a ellos con nuestros mejores hombres, nuestros escudos y nuestras lanzas. Teníamos superioridad numérica. Éramos más de tres por cada uno de ellos. -hizo una pausa para observar el efecto que estaba consiguiendo en su público, estaban todos expectantes- Sin embargo, ellos tenían las armas de fuego. 120 de nuestros valientes murieron y solamente pudimos acabar con 7 de los suyos.

Grabado que representa la carga de los Maasai en Elbejet, 1889

Un murmullo de incredulidad y de tristeza recorrió toda la asamblea. Purko acabó diciendo:

-Los actuales dominadores de la tierra, y que nos permiten vivir en la nuestra según nuestras tradiciones tienen armas de fuego mucho mejores que aquellas. Y estoy seguro que un enfrentamiento no nos llevaría a un resultado diferente al que ocurrió aquella vez. Por otro lado, muchas cosas han cambiado desde entonces, mucho he podido ver que ha ido cambiando y que esos cambios han venido para quedarse. Quizá sea necesario pensar en ofrecer este cambio que nos piden, a cambio de conservar el resto de nuestra cultura.

Un silencio denso y triste llenó la asamblea cuando Purko se retiró a sentarse a su lugar entre los ancianos de esa reunión.



domingo, 18 de marzo de 2018

LCP Cap. 71: LA GRAN REUNIÓN (2ª parte)


Ikoneti también acudió a la cita. Iba acompañado de aquellos de sus hijos que eran en aquel momento moranis. Entre ellos se encontraba Lengwesi. Éste no dejaba de ver todo con infinita curiosidad. A pesar de tener ya 22 años, una edad respetable para un guerrero maasai, la gran cantidad de gente congregada, el número tan grande de moranis, los laibones de otras secciones, las distintas secciones de su clan, los distintos clanes todos allí reunidos, hacían que despertara su curiosidad de joven adolescente. Adolescencia que, sin embargo, había dejado atrás en el tiempo y que él creía perdida para siempre.


Y allí se encontró con Makutule, su hermano.

-¡Lengwesi! -oyó como lo llamaban. Al volver la voz vio que era su hermano. Sonrió de oreja a oreja y se dirigió a él.

-¡Makutule! ¡Qué alegría verte! ¡Hace tanto tiempo!

-Desde el león. -dijo su hermano. Vivían en manyattas distintas y su ajetreada vida no les había hecho coincidir en ninguna otra ocasión.

-¿Sabes algo de esta asamblea?

-No. Solo sé que se trata de algo muy importante, pues va a ser una decisión que afectará a todo el pueblo Maasai. -respondió Makutule.

-Creí que como tu padre es laibón podría haberte dicho algo.

-No. A pesar que continuo mi formación como laibón, además de ser morani, no me ha comentado nada más que lo que te he hablado. Nosotros, como morani, estamos aquí solamente para escuchar y aprender, es lo que me ha repetido varias veces mientras viajábamos hacia aquí.

-Pues escucharemos. No me pienso perder nada.

Por su parte Obago había encontrado a Ikoneti.

-¿Qué tal, Ikoneti?

-Bien. -respondió el interpelado en el tono seco que le era característico. Obago no se molestó. Le conocía hacía mucho tiempo, compartía con él muchos recuerdos, buenos y malos; y sabía que no era un hombre de conversación fácil, a pesar de ser honesto. Por eso le sorprendió que le preguntara de seguido:

-Y Makutule, ¿qué tal le va como morani?

Obago no sabía a qué se refería concretamente Ikoneti, si a su formación como guerrero, o si a que no corriera riesgos innecesarios en la lucha frente a los enemigos, así que respondió prudentemente.

-Le va bastante bien. Se está desarrollando como un auténtico morani, es muy querido en su grupo de edad, y es un muchacho inteligente. Estoy seguro que se convertirá en el Laibón que esperamos todos.

-Así lo espero. -fue la única respuesta de Ikoneti. Había vuelto a su personalidad hermética que le caracterizaba. Obago trató de seguir la conversación.

-Estarás orgulloso de él.

Ikoneti le miró a los ojos, sin sonreír.

-Ya estoy orgulloso de él, Obago.

Obago creyó captar en su mirada un brillo de satisfacción, una llama de alegría de una padre hacia su hijo. Ikoneti siguió, serio:

-Y estoy orgulloso de que tú seas su padre adoptivo.

Dijo esto mirando al frente, donde ya se vislumbraba el conjunto de chozas en las que se iba a celebrar la asamblea. Esa asamblea de la cual iba a surgir una de las decisiones más importantes para el pueblo Maasai adoptadas en el siglo XX.


jueves, 1 de marzo de 2018

LCP Cap. 69: LA VIDA DEL GUERRERO MAASAI. LA VIDA DEL MORANI


Al joven Lengwesi, ya convertido en morani, en orgulloso guerrero maasai, le tocaba afrontar otros 15 años de una nueva etapa en la que sería el protagonista de grandes lances de caza, en la que realizaría acciones bélicas de suma valentía, que le proporcionarían la fama entre sus compañeros del grupo de edad y entre el resto de la gente de su poblado.

Durante la etapa de morani, de guerreros maasai, los jóvenes viven en una manyatta, que se compone de un grupo de aproximadamente cuarenta o cincuenta cabañas. En cada una de esas cabañas viven los miembros de un grupo de edad, constituyendo la manyatta el conjunto de los morani del mismo grupo de edad de un distrito. Así, de esta forma se volvieron a cruzar las vidas de Lengwesi y Makutule.

Manyatta en las faldas del cráter del Ngorongoro. Cortesía de Mongabay.com. Foto de Rhett A. Butler  (copyright 2007)

Estos jóvenes guerreros están dedicados durante estos años a la defensa del territorio frente a otros grupos rivales. Para ello, aprenden las tradiciones y se ejercitan todos los días en la fuerza y en el valor. Respecto a la comida, aunque gozan de ciertos privilegios, también poseen ciertas limitaciones, como la prohibición de beber el aguamiel y de masticar tabaco. Y para que estén totalmente centrados en su vida guerrera, son las madres las que se ocupan de alimentarlos, llevándoles a las manyattas todas aquellas comidas que no sólo sean de su agrado, sino que sirvan para su desarrollo atlético, para conseguir unos cuerpos fibrosos y musculados, sin un ápice de grasa.

Así, la silueta del guerrero maasai se ha convertido en una de las imágenes icónicas del continente africano.


Y así es como pensaban Makutule y Lengwesi pasar su periodo de guerreros maasai, disfrutando de todos los privilegios adquiridos; soñando con enfrentamientos con otras tribus, a las que vencían; y gozando de los placeres resultantes de la victoria para un guerrero maasai.

Sin embargo, al cabo de unos pocos años serán testigos de una de las reuniones más importantes, de una de las reuniones más trascendentales del pueblo Maasai. En ella decidirán poner fin a una de sus prácticas tradicionales, una de aquellas acciones que les hacía sentir superiores al resto de las tribus, aquello que podían hacer por derecho divino, porque Ngai, Dios, así lo había dispuesto al dejarles como dueños del ganado sobre la tierra.


Pero eso, queridos amigos, sera tema para el próximo capítulo de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Hasta entonces, les dejo con Lengwesi y Makutule disfrutando de su posición, ganada a pulso, de guerreros maasai.

Nos vemos en la red. 

lunes, 27 de noviembre de 2017

LCP Cap. 67: EL REGRESO DE LOS GUERREROS MORANI


Lengwesi volvió a su aldea donde le esperaban todos sus habitantes. El regreso del grupo de nuevos morani se vive en los enkang maasais de forma muy festiva y, al mismo tiempo, con gran sosiego y tranquilidad para aquellas familias que ven volver a sus hijos, así como tristeza y congoja en aquellas otras que saben que alguno de sus miembros ha perdido la vida en el encuentro con el gran rey de la sabana, con simba, el león.


Pero, ¿cómo es posible que la familia sepa, antes de que lleguen los morani, que su familiar ha fallecido? ¿Cómo es posible que los maasais sepan, no actualmente que existen los móviles, sino antes, cuando eran ellos solos, sin tecnología superior a la madera o al metal, metal que por otro lado era considerado impuro, cómo era posible que supieran, antes de que llegarán los morani, si alguno de ellos había muerto en el lance de caza?


Pues bien. Los maasais se guiaban por algo mucho más sencillo que las ondas electromagnéticas de nuestros móviles. Los maasais usaban algo que al ser humano del primer mundo, de nuestras abarrotadas ciudades, algo que a usted y a mí se nos está atrofiando. Utilizaban sus sentidos. Y dentro de sus sentidos el que, quizá, más importante ha sido para el ser humano, desde antes de descender de la copa de los árboles. La vista.


Si la partida de caza ha tenido éxito, un éxito completo, total, los morani se acercarán al poblado maasai portando la cabeza y la piel del león. La cabeza sobre una lanza, enarbolándola como si se tratara de una enseña. La piel la portará otro morani, otro de los guerreros maasai que haya protagonizado el episodio de la lucha contra la fiera salvaje. Pero una de las señales más importantes que suele ver con ansiedad el vigía que observa la llegada del grupo de nuevos morani es la forma en que se acercan al enkang.


Si el grupo de jóvenes guerreros se acercan al poblado en línea recta, en fila india, una sonrisa se dibujará en la faz del vigía que les está observando desde lejos. El grupo ha salido no solamente exitoso, sino que, además, no ha sufrido ninguna baja. Pero, sin embargo, si la faz del vigía se entristece al ver llegar al grupo, es porque estos se acercan haciendo una maniobra de zig-zag, como si se tratara de un destacamento militar durante unos ejercicios de instrucción, o en una avanzadilla. Esta manera de acercarse al enkang les señala la mala noticia. Podrán haber vencido al gran rey de la sabana, a su gran competidor, a su gran enemigo, a aquel que les roba de cuando en cuando alguna res. Pero en el trance de la lucha con simba, con el león, han perdido a uno, o a varios, de sus queridos muchachos, de sus jóvenes guerreros, de sus nuevos morani.


Eso es lo que ocurrió con la partida de Lengwesi cuando llegó al enkang. Fueron recibidos con gran júbilo. ¡Habían vencido a su gran enemigo! ¡Al león! Pero el rey se había cobrado su tributo. Y dos de los jóvenes de la partida habían quedado tendidos en la tierra de la sabana, en la lucha contra la fiera. Ello hizo que la celebración no fuera tan intensa como en un primer momento se había pensado. Las familias de aquellos que habían fallecido en el combate rompieron a llorar, y prepararon los duelos, mientras el resto del poblado se dispuso a celebrar esa noche el triunfo del hombre sobre la naturaleza salvaje, sobre el gran representante de ésta, el rey de la misma, simba, el león. 


miércoles, 2 de agosto de 2017

LCP Cap. 66: LA ÚLTIMA PRUEBA DEL EMORATA (VII).


-¿Tienes todo preparado? -preguntó Ikoneti a Lengwesi.

-Sí, padre. -respondió Lengwesi, que iba a bajar la cabeza ante su padre en señal de respeto.

-¡No, Lengwesi! -le paró su padre, indicándole con la mano que subiera la cabeza- Recuerda. Ya eres un morani. Ya no debes respeto a nadie. Te lo deben a ti.

-Pero usted es mi padre. -replicó Lengwesi.

-¡A nadie! -dijo Ikoneti con rotundidad- Ni siquiera a tu padre. -y tras un instante de tenso silencio, continuó- Y más después de lo que vas a hacer.

-Todos los guerreros Maasai lo han hecho.

-No por eso es menos meritorio. Y no todos lo han hecho. Muchos han muerto en el intento.

-Te prometo que yo no moriré. -afirmó Lengwesi con decisión.

-No pretendas conocer lo que Ngai (Dios) te tiene preparado.

Lengwesi se quedó parado. No conocía que Ikoneti hubiera perdido a ningún hijo a manos de Simba, el león. Ésta era la prueba, la última que tenía que pasar para ser consagrado como guerrero Maasai. Enfrentarse al león, armado únicamente con su lanza y su machete, matarlo, cortarle la melena, para luego enarbolarla como señal de victoria en las danzas festivas a la vuelta de la expedición en la que se disponía a partir junto a sus compañeros de circuncisión.

-No, padre. No pretendo molestar a Ngai. Muy al contrario. Sé que me ayudará. -dijo Lengwesi al cabo de unos segundos.

-Nadie sabe los dictados de Ngai. -sentenció Ikoneti, y añadió- Sólo pretendo que vayas con mucho cuidado. Y no te confíes.

Esto último se lo dijo poniéndole las manos en los hombros, en señal de cariño. Era un acercamiento al que Lengwesi no estaba acostumbrado. Ikoneti se había saltado su seriedad, su distanciamiento, su severidad; y había realizado un gesto paternal. Más raro aún, pues lo estaba haciendo en la puerta de la choza, delante de toda la comunidad. Lengwesi no supo que hacer. Se sintió azorado. Sólo acertó a realizar una afirmación con la cabeza. Dio la conversación por acabada, se despidió de su padre y del resto de su familia y se unió al grupo, que partió en busca de Simba, el león, el rey de los animales.


Tuvo que alejarse bastante de su enkang el grupo de morani para encontrar a su presa. Ikoneti había escogido el lugar de asentamiento tan bien y tan alejado de las fieras, que necesitaron tres días con sus tres noches para llegar a una zona donde encontrar por fin el rastro de la fiera. Primero empezaron a notar los olores que desprendían los orines del león, dejados como signo de su dominio del territorio; después descubrieron aquí y allá deyecciones del animal; más tarde los restos de las presas que había cazado y de las que había dado buena cuenta; y, por fin, las huellas que confirmaban su presencia.

Siguieron las huellas metódica y cuidadosamente hasta llegar a una zona arbustiva donde había restos de presas junto con bastantes huellas. Al examinarlas, decidieron que eran todas de un solo ejemplar. Además, el ejemplar debía tener algún defecto físico o algún daño, pues los restos de las presas indicaban que se trataba de individuos de pequeño tamaño, no de grandes herbívoros. Por tanto, debían prepararse para el enfrentamiento contra un león que se encontraba sólo y enfermo. Ahora sólo quedaba saber si, como se podía presumir por la experiencia acumulada en la cultura Maasai a través del tiempo, se trataba de un macho.

Establecieron puestos de vigilancia y el león no apareció. Sabían que podría tardar mucho, por lo que hicieron turnos durante la noche. Nada. Esperaron todo el día siguiente, pero la fiera no daba la cara. ¿Y si les había olido y se había marchado? No sería la primera vez. Decidieron aguantar una noche más. Si la fiera tenía aquí su cubil, ¿por qué no aparecía? Al día siguiente, el tercero, empezaron a pensar en marcharse. Total, podían probar suerte en campo abierto. Dar una batida, como les habían contado sus abuelos, y encontrar un macho. Más arriesgado para su seguridad, pero más seguro para encontrar al rey de los animales. Y estos pensamientos les cruzaban por su mente cuando apareció.


Se trataba de un ejemplar majestuoso. Poseía una melena grande, rubia, redondeada, que le llegaba hasta el pecho. Le hacía parecer al sol en su cenit. Salió de unos matorrales. Traía en sus fauces una gallina de Guinea. Al principio se le veía un animal soberbio, sin ninguna tara. Sin embargo, al andar se pudo observar que arrastraba el cuarto trasero derecho. De vez en cuando lo apoyaba y daba un saltito, lo que le permitiría posiblemente dar caza a piezas pequeñas y sobrevivir. Pero el magnífico animal estaba tarado.

El león se dirigió a su cobijo de la zona arbustiva, ignorante de lo que se avecinaba. Lengwesi miró a los compañeros que tenía a su derecha e izquierda. Todos asintieron y a la de una, saltaron con las lanzas y machetes, gritando, sobre el león. Éste, sorprendido, soltó la presa y se revolvió. De un zarpazo, lanzó a uno de los maasai a cinco metros de distancia, con la cavidad abdominal abierta. Otro, que fue a clavarle una lanza en el cuello, al volver la cabeza la fiera, desvió el arma. El maasai elevó su machete al aire, pero no le dio tiempo a más, pues el león saltó sobre él, le derribó y le rompió el cráneo, oyéndose un horrendo crujido, de un mordisco.

Lengwesi elevó su lanza lo más alto que le permitían sus brazos y la hundió en el pecho de la fiera, traspasándola. La fiera lanzó un rugido tremendo al sentir el lanzazo mientras elevaba la cabeza. Tuvo tiempo aún de revolverse, encarar a Lengwesi, que ya se había preparado para el ataque con el machete, y se derrumbó en el suelo, muerta. Los maasai lanzaron un grito de júbilo, Lengwesi relajó los músculos, cuando, súbitamente, de la espesura detrás de Lengwesi surgió un león joven saltando sobre él. Al mismo tiempo, una lanza cruzaba el aire, ensartando al segundo león por el tórax y hacía que cayera, fulminado, a los pies de Lengwesi, que en este caso, ni siquiera había podido tener tiempo para volverse.


Una vez que recuperó el aliento, Lengwesi preguntó:

-¿Quién ha sido mi salvador?

Nadie contestó.

-Alguien tenéis que haberlo hecho.

-Ninguno de nosotros hemos tirado la lanza. Tenemos nuestras lanzas aún en nuestras manos.

Y era verdad, sus compañeros se las mostraron.

-¿Entonces? -preguntó Lengwesi.

Alguien que salió de la espesura en ese momento, se dirigió a Lengwesi.

-Bueno, hermano, creo que la cabellera entera del segundo será para mí. Te parece justo, ¿no?

-¿Makutule? -preguntó Lengwesi asombrado.

-Sí, hermano.

-¿Has sido tú?

-La verdad es que sí, pero con mucha suerte y ayuda de Ngai. La próxima vez, comprobad bien las huellas.

-Lo haremos, hermano, lo haremos.


miércoles, 26 de julio de 2017

LCP Cap. 65: EL PERIODO DE AISLAMIENTO EN LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (VI)


Lengwesi despertó la mañana siguiente. La noche había sido agitada. Había tenido un sueño muy raro. En el sueño se habían mezclado todos los acontecimientos de los últimos días. La búsqueda del árbol "alatím", la conversación con su tío, el baño ritual, el agua del hacha, el rapado de cabeza y cuerpo, las sandalias, plantar el "alatím", y por fin, la ceremonia de la circuncisión. Pero todo estaba mezclado de forma abigarrada y sin sentido. Tan pronto era mujer como hombre. Tan pronto le circuncidaba su padre, su tío, como era él el que circuncidaba a ambos. Su madre lloraba casi siempre que salía en el sueño. Algo muy curioso, porque Lengwesi nunca la había visto llorar.

Poco a poco, conforme fue despertándose, fue dándose cuenta del dolor que comenzaba a sentir en su miembro viril. Éste se hallaba erecto y, aunque no sangraba ni supuraba, la zona de corte lucía un rojo intenso. Lengwesi dejó atrás el sueño y sacudiendo la cabeza salió al exterior. Sabía lo que le correspondía ahora. Unirse al grupo de recién circuncidados, aislarse en una choza preparada para ello y vivir a base de la caza de pájaros, mientras se recuperaban de la herida de la circuncisión.

Durante este tiempo de aislamiento, los recién circuncidados se visten con pieles animales que se han teñido de negro usando aceite y carbón de leña. En todo el tiempo del aislamiento dejan crecer su pelo. Las plumas de los pájaros las usarán para decorar una especie de tocado en la cabeza que llevarán al acabar su aislamiento, momento en el que también se pintan la cara de blanco. Por eso Ikoneti le había pedido a Lengwesi que recogiera plumas de avestruz, para el tocado que luciría al acabar su periodo de aislamiento.


Y así fue como Lengwesi pasó su periodo de aislamiento y recuperación de la circuncisión. Ikoneti hubiera querido que saliera antes, pero Lengwesi prefirió salir al mismo tiempo que el resto de sus compañeros, a los treinta y ocho días. Aunque tenía las plumas de avestruz y el preparado de Makutule para poder salir antes, decidió quedarse con sus compañeros. El emplasto lo repartió a partes iguales entre todos; y, a pesar de que fue de los primeros en recuperarse, resolvió esperar a los que presentaban una recuperación más lenta. Se preocupaba por todos los de su grupo, y cada día cuidaba de que los heridos tuvieran una evolución adecuada. De esta forma, sin proponérselo, fue convirtiéndose en el líder natural del grupo.

Cuando llegó el día de salir del aislamiento, todos salieron contentos, con su cara pintada de blanco, con su tocado de plumas, la mayoría de ellos de avestruz, y totalmente recuperados de la ceremonia de la circuncisión.


El grupo fue recibido en el enkang con gran alegría. Un nuevo grupo de moranis se añadía a los que había en el poblado. Nuevos guerreros, jóvenes, fuertes y que sabían valerse por sí mismos entraban por la puerta de la boma, de la pequeña pared de espino que se levanta alrededor del poblado para hacer desistir a las fieras, animales o no, de atacar el poblado.

Al llegar cada uno a su choza, había un nuevo ritual que cumplir. El afeitado de cabeza; la pintura de todo el cuerpo, de cabeza a los pies, de color ocre; y el vestido de la toga roja como auténticos morani.

Pero aún les quedaba algo para que fueran respetados y se consagraran definitivamente como guerreros morani.

Aquello que aún falta por cumplir, tanto para Lengwesi como para el resto de sus compañeros, lo descubriremos en la próxima entrega de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.

Hasta entonces, queridos amigos, tengan un buen día. Nos vemos en la red.


Foto cortesía de Elena Cerezo

jueves, 11 de mayo de 2017

LCP Cap. 59: EL ENTIERRO MAASAI


Hoy pongo en vuestras manos (de forma metafórica, pues es a través de las redes) una entrega más de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Fue escrita en diciembre del año pasado. Es la última escrita entonces. Había hecho un “colchón” importante para intentar que desde ese momento hasta ahora pudiera extenderme en mi otra actividad como escritor, pero por circunstancias me ha sido imposible. Entre esas circunstancias ha estado la promoción de mi primera novela, PERTURBACIÓN, que me ha supuesto mucho más tiempo del que sospechaba en un primer momento.

Por otro lado, al releer la entrada antes de publicarla, me encontré con que no iba a lograr seleccionar ninguna foto que pudiera captar la idea que quería transmitir en dicha entrada, con lo que debía recurrir a algo que no se me da muy bien: el dibujo. De ahí que en esta entrada, la práctica totalidad de la misma es autoría mía, incluido el material gráfico.

El caso es que aquí está la entrada que os prometí, de la que hablé en mi última presentación en Ciempozuelos, de la que dije que estuvierais atent@s, y que me comentarais qué os había parecido. Por ello, va dedicada expresamente a tod@s vosotros.

Con todo cariño, comienza EL ENTIERRO MAASAI


Dibujo realizado por el autor del blog

El enkang estaba lleno de tristeza. Conforme Obago se iba acercando a él, podía escuchar los lamentos y los lloros de las mujeres, los gritos de las plañideras y el rítmo sincopado de los cánticos de los hombres. Cuando llegó a la entrada del enkang fue recibido por uno de los hijos de Ikoneti, que le saludó ceremoniosamente. Conforme pasaba al interior del recinto y se dirigía a la choza principal, Obago observaba las parihuelas y los bultos preparados al lado de las chozas, señal inequívoca de que todo el grupo se disponía para marcharse.

Al atravesar la entrada de la choza y pasar al interior, tuvo que agacharse. Conforme sus ojos se acostumbraron a la penumbra reinante pudo ir distinguiendo la escena que se desarrollaba en el lugar.

Ikoneti, que estaba de espaldas a la puerta, estaba de pie, rígido, con la mirada fija en el cuerpo que estaba tendido en el centro de la choza. Alrededor del cuerpo, varias mujeres estaban sentadas, llorando, pero sin tanto ruido como las plañideras que se encontraban fuera. Sus lágrimas rodaban por sus mejillas, sus lamentos de tristeza surgían de sus bocas lentamente, como la brisa en la noche, sin aspavientos. A ambos lados del cuerpo, del cadáver, había dos morani, de pie, enhiestos. Portaban sus lanzas, sus escudos, las largas trenzas les caían por la espalda, una de ellas por delante, por la frente, Estaban haciendo guardia, como si rindieran honores al cuerpo muerto del compañero. En el centro, el cadáver, al cual le faltaba una pierna, que le habían amputado en un vano intento por salvar su vida. En el centro, el cuerpo de Mwampaka.

Dibujo realizado por el autor del blog

Obago se colocó al lado de Ikoneti. Este no se movió un ápice. Obago siguió viendo detalles que le llamaban la atención. Había ramaje y maleza acumulada en la base de la pared de la choza. El cadáver estaba elevado sobre una especie de altar hecho con maderas entre las que también se habían introducido ramas finas. El suelo aparecía aparentemente sin limpiar de restos vegetales secos y de estiércol de vaca, también seco. Obago se imaginó el tipo de entierro que preparaba Ikoneti. "Ngai tajapaki tooinaipuko inona". (Dios, cobíjame bajo tus alas) se oía susurrar a las mujeres. Obago se dirigió a Ikoneti.

-Ikoneti. Estoy aquí para acompañarte en tu dolor.

Ikoneti se volvió hacia Obago. Le miró a los ojos y con un movimiento de cabeza le indicó que saliera con él al exterior. Una vez estuvieron fuera los dos hombres, Ikoneti le dijo:

-Era uno de mis mejores hijos. Era un gran morani. ¿Por qué Ngai lo quiso muerto tan pronto?

-Ngai ake naiyiola. (Sólo Dios sabe) -contestó Obago- Unos mueren, otros viven.

-Pero es mi hijo el que ha muerto hoy. -dijo Ikoneti. Obago le miró. Ikoneti mantenía la mirada perdida en el horizonte. Su rostro expresaba una profunda tristeza; no ira, ni enfado, tan sólo tristeza.

Tras unos momentos de silencio, Obago le preguntó:

-¿Cómo vas a despedir a Mwampaka?

Ikoneti se irguió más aún, tensó toda la musculatura de su cuerpo, y sin desviar la vista del horizonte dijo:

-Como se merece. ¡Cómo un gran guerrero!

Cuando en un enkang se produce la muerte de uno de sus miembros, todo el grupo recoge sus utensilios y, tras quemar por completo el enkang con el cadáver en su interior, deambula durante un día y una noche completos en busca de otro lugar donde establecerse. Así lo había pensado realizar Ikoneti.

Dibujo realizado por el autor del blog

-Ikoneti. Admito tu disposición a hacer las cosas como marca la tradición, -comenzó diciendo Obago- y creo que un morani como Mwampaka se merece tal honor. Pero tú mismo me dijiste que había que pensar en las nuevas circunstancias. El hombre blanco nos está presionando en nuestras propias tierras. No tenemos la misma libertad de movimientos que antes. Cuando desplazamos nuestros enkangs corremos el riesgo de chocar con otro grupo o de sobrepasar el límite de las tierras fértiles, y acabar en tierras áridas, baldías. -Ikoneti seguía mirando al infinito- Quizá debieras pensar otra forma de honrar a tu gran guerrero. -acabó diciendo Obago.

En ese momento, Ikoneti giró su cabeza, enfrentó su mirada a la de Obago y dijo:

-¿Me lo dice aquel que llevó a mi grupo de morani a la lucha contra la aldea wacamba? -Obago, sosteniéndole la mirada, movió la cabeza en señal afirmativa- ¿Me lo dice aquel laibón que no consiguió salvar a mi hijo Mwampaka de la muerte?

Obago le siguió manteniendo la mirada.

-Así es, Ikoneti.

-Entonces díme, sabio laibón. ¿Murió mi hijo como un guerrero?

Obago sabía lo que significaba esa respuesta. Pero, sin embargo, no podía dar otra distinta.

-Sí. Mwampaka, hijo de Ikoneti, murió como un guerrero, como un morani.

-Pues entonces será honrado como un guerrero.

Obago no dijo más. Sabía que llegados a ese punto, no era posible convencer a Ikoneti. Se despidió de él. Éste, a su vez, se despidió de Obago con una expresión respetuosa y vio cómo se perdía a lo largo del sendero.

Durante la tarde se dispusieron todas las cosas para la marcha. El grupo se reunió en la entrada del enkang. En su interior sólo quedaban Ikoneti y alguno de los morani. Ikoneti entró solo a la choza dónde estaba el cadáver de su hijo Mwampaka. Portaba en su mano derecha una antorcha encendida con la que alumbró toda la estancia. Solamente entonces, a solas, al ir aplicando la tea en la base de la cama de palos y ramas sobre la que habían colocado a su hijo muerto; solamente entonces, Ikoneti se permitió llorar. Pero fue un llanto silencioso, de unas pocas lágrimas, que brotaron de sus ojos y descendieron por sus mejillas hasta caer al suelo, Al tiempo que terminó de aplicar la antorcha en el amasijo de ramas se recuperó del momento de debilidad y salió al exterior. Su rostro volvía a ser duro como el acero.

-¡Vayámonos! -dijo a los morani.

Éstos, con antorchas, fueron aplicando el fuego de las mismas a las distintas chozas y a partes de la pequeña empalizada del enkang. Una vez hecho ésto, salieron al exterior, allí les esperaba todo el grupo. Ikoneti se puso a la cabeza y empezó a andar.

Dibujo realizado por el autor del blog

Al cabo de un tiempo, cuando el crepitar de las llamas sobre la madera ya no se oía, cuando la brisa ya no traía olor a madera quemada, Ikoneti paró. Era el atardecer. Se giró sobre sí mismo y vio lo que había sido su enkang consumiéndose bajo las llamas. Ya quedaba muy poco. Allí, en medio de aquel fuego se había consumido el cuerpo de su hijo. Estaba sumido en ese pensamiento cuando una voz le hizo volver a la realidad.

-Es una pena que nuestro enkang acabe así quemado, ¿verdad, padre? -era Lengwesi.

Ikoneti le miró, vio su figura, que iba moldeándose con la dura vida de pastor, su altivez, a pesar de que aún ni siquiera alcanzaba la edad para la circuncisión, y sintió en su interior, en lo profundo de su tristeza, el renacimiento de la esperanza. Tras mirar a los ojos al muchacho, Ikoneti volvió a mirar al enkang que ya se había reducido a unas pequeñas llamitas en mitad de la sabana y dijo:

-Tapala amoo etii ake Ngai. (No importa, porque Dios todavía está presente).

Foto de Elena Cerezo

miércoles, 26 de abril de 2017

LCP Cap. 58: LA INCURSIÓN MILITAR MAASAI


Había una actividad frenética en la manyatta. Se habían reunido los morani de toda la zona que cubría Obago. Éste, junto con Kanyi y el consejero maasai, estaban terminando de planificar el ataque a la aldea wacamba y el robo de ganado de la misma. Los exploradores que habían enviado traían malas noticias. Los wacambas estaban alerta. Tenían vigías alrededor de la aldea y veían las chozas iluminadas más de lo habitual, con más movimiento de gente entre ellas de lo que era normal.

-Nos esperan. -dijo el consejero.

-Habrá que pensar en usar el sigilo y... -Obago fue cortado en su razonamiento por Kanyi.

-O lanzar un ataque directo y aplastante.

Estuvieron discutiendo así un buen rato hasta que por fin se pusieron de acuerdo. Lo principal era neutralizar a los wacambas que estaban de guardia, e inmediatamente lanzar el ataque. Mientras se desarrollara la batalla, los morani especializados en conducir el ganado fuera de la boma del enemigo, lo sacarían y se lo llevarían hacia su terreno. Una vez que decidieron así el plan de ataque, se lo transmitieron a los morani que estaban allí congregados.


Los morani que se habían preparado como fuerzas de choque se habían pintado con tiza blanca, tinte ocre o pintura negra, tanto el cuerpo como la cara; se adornaban unos con plumas de avestruz, otros con la melena de león; y portaban sus armas, la lanza, la espada corta o machete, y el escudo ovalado de cuero. Se agruparon todos y a una señal de Kanyi se dirigieron a la aldea wacamba. Obago quedó en la retaguardia con algunos otros maasai.

Estos maasai eran considerados como los cirujanos. Habían estudiado anatomía en el ganado, los huesos, los músculos, los tejidos. Llegaban a dominar técnicas como la amputación de miembros y la sutura de heridas mediante nervios de vaca, obteniendo resultados muy favorables tanto para la curación de la herida como para la funcionalidad del miembro.

El grupo guerrero llegó dónde se encontraba la aldea wacamba. Esperaron silenciosos, agazapados, confundidos entre los arbustos. Fueron los exploradores. los que antes habían reconocido la zona, los que se ocuparon de los vigías. Sólo que uno de ellos acertó a lanzar un gemido lo suficientemente fuerte como para alertar al resto de los hombres de la aldea.


En ese momento se desencadenó la tormenta humana. Un estruendoso vendaval de gritos, carreras, armas brillantes, se abatió sobre la aldea. A este ataque los wacambas reaccionaron con palos, flechas y espadas y la batalla se fue haciendo más y más cruenta. Kanyi intentó que los morani rodearan el ganado para facilitar la labor de los pastores, pero los wacambas presentaron una defensa encarnizada, no permitiendo dicha acción. La lucha se prolongó durante algún tiempo, sin avances en uno u otro sentido. Al darse cuenta de ello, Kanyi ordenó la retirada, con una parte del ganado, aquel que podían llevar con ellos, dejando atrás otra parte, en manos de sus legítimos dueños, los wacambas, los cuales lo habían defendido tan valientemente.

El grupo de morani se retiró, dejando atrás a varios muertos, y llevando entre sus filas a varios heridos. Y sin haber obtenido toda la cantidad de ganado que pretendían. Al menos conducían un rebaño lo suficientemente importante como para poder cumplir con las familias de los muertos en combate, a quienes correspondía una parte del botín; con el laibón, a quién correspondía otra parte; y así sucesivamente.

Cuando llegaron a la manyatta, enseguida se distribuyó a los heridos y tanto el laibón como los cirujanos se pusieron a realizar su labor. Las heridas se cosían, se valoraba si era necesaria alguna amputación, cuando, de pronto, llamaron al laibón:

-¡Por favor! ¡Creo que necesita amputar! ¿Querría confirmármelo, laibón? -era uno de los cirujanos más experimentados.

Obago fue de inmediato. Vio la herida. El corte llegaba al hueso y seccionaba varios de los vasos principales. El morani se estaba desangrando. Se podía considerar un milagro que estuviera vivo.

-¡Corta! -fue la orden taxativa que dio Obago.

El cirujano procedió de inmediato al proceso de amputación, con el que intentaría parar la hemorragia que estaba sufriendo el morani y de esa forma salvarle la vida.

Obago, por su parte, dirigió su vista al morani para decirle lo que iban a hacer y darle palabras de alivio, pero al verlo, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Aquel morani era Mwampaka, el hijo de Ikoneti.


martes, 18 de abril de 2017

LCP Cap. 57: LA PREPARACIÓN DE UNA INCURSIÓN MAASAI

Mi última entrada en este blog es del 26 de marzo. Hace casi un mes. He estado muy atareado. La labor de promoción de mi novela, PERTURBACIÓN, de dar a conocer la misma por los distintos ambientes en los que me muevo, incluidas las redes sociales, ha hecho que el paréntesis que se ha producido en este blog haya sido muy superior al que yo había deseado en un primer momento. De hecho, incluso otra serie de labores de tipo intelectual que debían haber sido realizadas han quedado suspendidas por la ardua, sistemática y cansina tarea de promoción de la novela.

Ahora espero haberme descargado un poco de todo ello. Las fechas de las presentaciones de mi novela están ya cerradas, casi por completo (22 de abril, Toledo; 29, Fuenlabrada; 5 de mayo, Ciempozuelos; y 13 de Mayo, nuevamente en Madrid). Por lo tanto, la labor de marketing está ya realizada y tan sólo queda acudir a las mismas. O al menos, así creo yo.

Me queda, no obstante, escribir una entrada en que os muestre unos ejemplos de las distintas reseñas que me han ido llegando de la novela, de las distintas opiniones que los lectores han ido vertiendo en los distintos medios, para que aquellos que no estén aún animados, os dé el pequeño empujón necesario para comprarla. Eso quizá será en la próxima entrada.

Hoy vamos a recuperar nuestra aventura indígena. Hoy vamos a continuar con LA CULTURA DE LOS PUEBLOS. Seguimos intentando conocer la cultura Maasai. Tal como nos hemos propuesto, la queremos conocer a través de la mirada de dos niños que se están haciendo adultos, Lengwesi y Makutule. Dos niños, nacidos en un Enkang, en un poblado masai, y que van a vivir las distintas etapas de infancia, juventud y madurez tradicionales de su etnia.


Con otros pueblos la mirada ha sido más o menos científica. Aquí la hemos querido hacer más literaria, más cercana. No sé si se habrá conseguido. Como suelo decir. Estoy en vuestras manos, vosotros sois los que decidís si se ha logrado o no. Y sin más preámbulos, pasemos al siguiente capítulo de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.


Obago recibió la visita de Ikoneti en su choza.

-Aquí me tienes, Laibón. -la relación entre ambos seguía igual de respetuosa y distanciada que antes de la adopción de Makutule- ¿Para qué me querías?

-Hemos perdido algunas cabezas de ganado por enfermedad. He consultado con Ngai y en sueños he recibido la respuesta. -Ikoneti escuchaba atentamente. Obago prosiguió- Estoy reuniendo a los morani para hacer una incursión en los rebaños de los wakamba vecinos y obtener de ellos el ganado que necesitamos.

Foto de http://www.conserventures.org

Los Maasai se sienten con el derecho de apropiarse del ganado de otras tribus vecinas porque, según su religión, Ngai, su Dios le concedió a su pueblo todo el ganado de la tierra para el cuidado del mismo. De forma regular, organizaban expediciones para robarlo a los pueblos vecinos. Estas expediciones las realizaban los morani, aunque eran planificadas por un comandante y un consejero. Ikoneti, sin embargo, no se hallaba muy de acuerdo con ellos. El hombre blanco había alcanzado sus posesiones hacía más de cincuenta años y cada vez sometía a más presión sobre el pueblo Maasai y sus costumbres.

-¿Crees que es adecuado? -preguntó.

Obago levantó la vista del recipiente en el que estaba moliendo unas hierbas y la fijó en el hombre que tenía frente a él.

-¿Por qué preguntas eso?

-El hombre blanco está cerca. Tiene armas más poderosas que las nuestras. Viene para quedarse. Cualquier altercado de este tipo es una excusa para él para penetrar en nuestras tierras e imponer su modo de vida. Deberíamos andar con mucho cuidado y procurar llamar lo mínimo la atención.

-¿Estás diciendo que nos refugiemos en las manyattas como cobardes? -preguntó Obago molesto.

-Estoy hablando de actuar con inteligencia. Su poder es muy fuerte.

-¿Más que el Maasai? ¿Más que el del hombre que mata al león con una lanza? -esta vez Obago estaba enfadado.

-No te enfades, laibón. -Ikoneti se dirigió a Obago por su título en señal de respeto- No hablo de valor. Un Maasai siempre valdrá más que cualquier hombre blanco. Hablo de qué si algún día se produjera un enfrentamiento entre el pueblo Maasai y el hombre blanco, este choque se produzca lo más tarde en el tiempo que sea posible.

Tal como dice el mapa: "Rutas de guerra conocidas de los Maasai por Gregory en 1895. Los Maasai también realizaban incursiones regularmente al sur y al oeste." Foto de agrabbagofgames.wordpress.com

Obago reflexionó. Ikoneti tenía razón. Pero la incursión actual no se podía parar.

-Tendré en cuenta tu punto de vista. Pero la expedición actual ya no es posible detenerla. Hay ya un grupo de morani aislados en el bosque alimentándose de carne y sopa, bebiendo sangre de acacia y privándose de compañía femenina, tal y como debe hacerse previo al enfrentamiento. Me faltan tus guerreros y los de Olumoto.

-¿Quién dirigirá la expedición? -preguntó Ikoneti.

-Kanyi.

Kanyi era uno de los grandes comandantes del pueblo Maasai. Desde que eran moranis, la rivalidad había surgido entre Ikoneti y él. Primero de forma larvada y después, al ir creciendo poco a poco, terminó estallando en un enfrentamiento al final de una de estas incursiones. Si no hubiera sido por la intervención de Obago la situación habría acabado en un baño de sangre. Desde entonces Ikoneti se había dedicado al ganado, a hacer crecer su riqueza y a sus hijos, y despreciaba, de forma cada vez más intensa, la actitud violenta de su compañero Kanyi, pues los dos pertenecían al mismo sistema de edad, a la misma generación. Y los dos estaban condenados a encontrarse y a enfrentarse.

Obago captó de inmediato el gesto de disgusto que se formó en el rostro de Ikoneti.

-No te preocupes. En mis sueños he visto que todo saldrá bien.

-Será la primera incursión para Mwampaka.

El hijo de Ikoneti, que había guiado a Makutule y Lengwesi en sus primeros días como pastores, ya había pasado el emorata, el rito de la circuncisión, y ya se había convertido en un guerrero morani, tal como deseaba desde tiempo atrás.

-Saldrá bien parado. -le dijo Obago sonriendo, procurando transmitirle tranquilidad- Si no hubiera visto el éxito de la expedición, no la habría aconsejado.

Ikoneti asintió con la cabeza.

-Te enviaré a mis morani. Y no tendrás queja de ellos en la lucha.

-Lo sé, Ikoneti. Lo sé.

Combate Maasai. Foto de http://www.bush-adventures.com