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jueves, 10 de mayo de 2018

LCP Cap.76: EL EUNOTO. EL PASO A LA MADUREZ DEL MORANI


Habíamos dejado a nuestros queridos Makutule y Lengwesi en la Gran Reunión Maasai, donde se decidió el abandono de las prácticas guerreras y de las razzias contra los poblados de otras etnias distintas a la suya propia.

En ese momento estaban llevando la vida típica de morani, de guerrero Maasai. Y así lo harán durante quince años hasta que lleguen al siguiente paso en su maduración, dentro de la sociedad maasai.

Como pudimos ver, la sociedad Maasai está estructurada en los llamados grupos de edades, que son aquellos grupos de varones, y también de mujeres, que pasan los rituales de iniciación (circuncisión, Emorata) y de maduración (Eunoto) en el mismo momento.

Pues bien. A nuestros dos hermanos ya les ha llegado el momento de pasar ese ritual de maduración, el Eunoto, el cual se celebra, aproximadamente, a los 15 años de haber realizado el Emorata. Con este rito los morani pasan a adquirir responsabilidades dentro de la vida del poblado. Ya no son simples guerreros que luchan contra los enemigos, o contra las fieras salvajes. Desde el momento en que se celebre el Eunoto, podrán formar una familia, casarse (siempre fuera del clan de la familia, y, por supuesto, al no ser monógamos, con varias esposas). También podrán adquirir ganado propio. Y si todo sale según las expectativas, engendrarán hijos que continúen su legado.

Por tanto, el Eunoto es la ceremonia más importante en la vida de un morani. Supone la transición de guerrero joven a adulto y desde ese momento podrá, tal como he dicho antes, casarse, tener hijos y tener posesiones. Si alguien pensaba que el ritual más importante era el Emorata, la circuncisión, se equivocaba.

Pero pasemos al ritual propiamente dicho. Metámonos en la piel de nuestros dos hermanos y vivamos con ellos el Eunoto.

En un primer momento, todos los morani van a pintar sus rostros con pintura rojiza. Con ello quieren simbolizar su ferocidad y su arrojo en la lucha. Abandonan sus lanzas y solamente van armados con largos palos. Hay que indicar que la ceremonia se va a celebrar en un recinto construido por las madres de los guerreros. Este recinto se rodea de chozas, y se celebrarán festivas danzas.

Por tanto, aquí tenemos a Makutule y Lengwesi que están pintándose sus cabezas de ocre, de rojo para destacar su valentía, dentro del resto de los compañeros del grupo de edad.

En el ritual toman parte cuarenta y nueve guerreros. Es una ceremonia de toda la comunidad; y, al igual que en otras ocasiones, centenares de personas, procedentes de enkangs distintos, asistirán a la misma. Los detalles de la ceremonia se preparan con sumo cuidado.


En un primer momento nos encontramos con el ritual de la fiesta del buey negro. ¿Por qué negro? Ya sabemos de entradas anteriores que los Maasais adoran a Ngai, su Dios supremo. Pues el color bueno de Ngai, de Dios, es el negro. De ahí la necesidad de que el buey tenga también el mismo color. Una vez escogido el buey, desde bastantes días antes de la ceremonia se le va a engordar a base de cerveza de miel mezclada con hierbas, pero no con unas hierbas cualquiera, sino con hierbas escogidas específicamente para este ritual.

Se procede a la punción de la yugular, acontecimiento que todos hemos podido ver en los documentales. Y todo el grupo de morani, dirigidos por el laibón, va tomando pequeños sorbos de la sangre del buey, que se ha mezclado con leche. Después, cada uno de ellos, uno por uno, deberán beber la sangre directamente de la yugular del buey.

Una vez se sacrifica el buey en el recinto que se ha preparado para ello, todo él es empleado durante la ceremonia. La piel será consagrada por el laibón, y llevadas por mujeres mayores, parientes de los morani que están celebrando el Eunoto, fuera del poblado, en donde la clavarán en el suelo. Una vez seca, empiezan a cortar la piel en trozos suficientes para que todos los graduados en la ceremonia puedan exhibirlos.

Para mostrar la cohesión del grupo, y la obediencia a sus hermanos de grupo de edad, todos ellos deberán morder el corazón y los pulmones del buey sacrificado.

Una vez que Lengwesi y Makutule han pasado por todo ello, no llega al fin de la ceremonia, sino que asistiremos con ellos al culmen de la misma. ¿Y cuál es ése?

Ése, queridos amigos, lo veremos en la próxima entrada de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.



martes, 17 de mayo de 2016

LCP XXIII: LA CELEBRACION DEL RITO "PILLA" DE MOLU (1ª parte)


Queridos amigos, nuestro viaje de hoy no sólo se va a circunscribir a un espacio determinado, el suroeste de Etiopía, el valle del río Omo; no sólo nos vamos a introducir en la vida y costumbres de un pueblo que habita las orillas más fértiles de dicho río, el pueblo Karo; sino que, además, vamos a realizar un viaje en el tiempo. Vamos a acompañar a nuestro protagonista, el anciano Molu, al que conocíamos en entradas pasadas, en uno de los momentos más importantes en la vida de un varón karo: la ceremonia del "pilla". ¿Qué es el pilla? El pilla es la ceremonia de iniciación en el que el joven karo adquiere el estatus de miembro de pleno derecho en la sociedad karo. Pero dejemos que el relato protagonizado por Molu sea el que nos guíe.


Molu notó como la luz comenzaba a entrar entre el entramado de troncos que formaban la pared del "ono", de la choza que pertenecía a su padre. Poco a poco, conforme iba iluminándose la estancia circular, Molu iba intentando desperezarse, desembarazarse del poco sueño que aún le quedaba. Sonrió. ¡Sueño! Se había pasado la mitad de la noche en vela pensando en el acontecimiento de ese día. Le había dado tiempo a repasar muchas escenas de su vida. Los recuerdos le venían a saltos. Unos detrás de otros.


Ono (choza) vivienda karo, junto al cobertizo para la estación seca


Uno de ellos, de los más tempranos en su vida, era cuando jugaba frente al ono, frente a la vivienda, en un cobertizo que tenía su padre, y que usaban en la estación seca para dormir. Allí revolvía los pocos utensilios que tenía su madre, le escondía cosas, le tiraba otras, se reía, y su madre le reprendía. Pero su sonrisa siempre podía con ella. Y la reprimenda nunca pasaba de una voz más o menos alta y un amago de golpe, que no llegaba a materializarse. Otra de sus travesuras era jugar con las termitas, cuando sus padres y otra gente del poblado trataban de exterminarlas. Las termitas solían dañar los ono, sus chozas, por lo que había que renovar los troncos de las paredes dos veces por año. Al niño le gustaba observarlas, sobre todo a las termitas soldado. Sus amplias cabezas con las enormes tenazas le dejaban boquiabierto. Molu sonreía al recordar esos ratos.

Después le llegaron los recuerdos de más mayor, cuando ya era un niño preguntón. Así se lo decía su madre. Su padre en cambio, siempre le contestaba. Y siempre le llevaba consigo.
-Padre. Eso que tenemos al principio de la casa, ¿qué es? -y el padre contestaba.
-Eso Molu, se llama "mulda". Es un armazón de troncos en forma de Y donde colgamos distintas cosas. Rabos, orejas y hasta las pezuñas de los búfalos. Se hace de una manera distinta según cada familia. Sirve para distinguirnos unos a otros.
-Pero padre, hay también una a la entrada del poblado.
-Esa sirve para distinguirnos como clan. Hay muldas que son familiares y muldas que pertenecen al clan.-y Molu quedaba satisfecho de aprender algo nuevo.


Un día que Molu estaba paseando con su padre llegaron a un extremo del poblado. Allí había un terreno cuya entrada estaba señalada de forma especial y ante la cual el padre de Molu se paró.
-Padre, ¿por qué paramos?
-Porque no podemos pasar.
-¿Y por qué no? -Molu estaba en esa edad en que los niños se vuelven insistentes en sus cuestiones. Su padre se arrodilló frente a él, fijó sus ojos en los suyos y le dijo:
-Molu, ¿ves este sitio que hay aquí? -el niño miró fijamente el lugar.
-Sí, padre.
-Pues bien. Se trata de un espacio sagrado. Se llama "marmar", y solamente pueden entrar los adultos de nuestro pueblo que estén casados. Aquí se ofician las ceremonias más importantes.
-Entonces, ¿yo no puedo entrar? -preguntó Molu con un tono de decepción.
-No, Molu, hasta que no seas adulto y no estés casado, no.-la respuesta de su padre fue firme. El niño le miró a los ojos y le dijo:
-¿Y cómo se consigue eso? -su padre se rio a carcajadas.
-No te preocupes Molu. No te preocupes. Ya te llegará.

Molu, en el ono, ese amanecer, ya sabía cómo se conseguía hacerse adulto. De hecho, se iba a hacer adulto a través de la ceremonia de ese día.

Pero vamos a dejar que sea en la próxima entrada dónde veamos cómo Molu alcanza el estatus de madurez dentro del pueblo karo. Hasta ese momento, queridos amigos, nos vemos en la red.

martes, 8 de diciembre de 2015

LCP IX. LOS SAM. La iniciación de Nkosi (3ª parte)

Bosquimano apreciando un kudú abatido previamente
La búsqueda, el acecho y la persecución del animal les había llevado lejos del lugar dónde estaba asentado su grupo. Y la noche se estaba echando encima. El sol, como un gran plato de loza roja, comenzaba a esconderse en el horizonte. Los cazadores se dispusieron a pasar la noche. Ya tomarían el camino de vuelta al amanecer del día siguiente. Ahora tocaba disfrutar de un merecido descanso tras una fructífera jornada de caza. La pieza abatida suministraría recursos suficientes para un gran número de días. Tenían asegurado el futuro próximo.

Ahora correspondía encender el fuego alrededor del cual dispondrían sus lechos, excavados en la tierra, dónde se entregarían a un sueño reparador. Al estar en su proceso de iniciación, a Nkosi le correspondió encender el fuego. Era una técnica que dominaba, que le fue enseñada bastante tiempo atrás por su abuelo.

Bosquimanos haciendo fuego
Disponía de dos varas de madera, una más ancha, la otra más redondeada. Puso la ancha en el suelo, cogió un pequeño manojo de hierbas secas que acumuló en el centro de la tabla, y con la vara más redondeada, colocada sobre ese conjunto de hojarasca, comenzó a moverla con ambas manos con rapidez. Para ello, colocó las manos palma contra palma, la vara sujeta entre ellas, y las desplazó alternativamente hacia delante y hacia atrás, en un movimiento rítmico, rápido, potente. Poco a poco, debido a la fricción de las dos superficies, la temperatura fue aumentando hasta alcanzar el grado de combustión de la hojarasca. Comenzó a salir humo del grupo de hojas secas.

Cuando Nkosi consideró que había llegado el momento, separó la vara redondeada, acercó su cara a la madera humeante y empezó a soplar. Primero suavemente, hasta que las chispas empezaron a dar paso a una pequeña llama; la intensidad de su soplido fue haciéndose mayor hasta conseguir una llama que acercó a la zona dónde se había acumulado el ramaje para realizar el fuego. Sin dejar de soplar, introdujo el puñado de hojarasca en el interior del montón de palos amontonados. Introdujo el fuego en el corazón del montículo de madera. Y poco a poco, primero tímidamente, después con fuerza, las llamas hicieron acto de aparición. Nkosi las miró extasiado. Le gustaba la sensación que recorría su cuerpo. La sensación de haber realizado un pequeño milagro.

La mañana siguiente comenzó al amanecer. Nkosi notó un vigoroso zarandeo que lo sacó del sueño. Era su padre, que le urgía a levantarse. Había que trocear el eland, y decidir los pedazos de carne que llevarían al grupo, y lo que dejarían en la sabana para que las hienas, chacales u otro tipo de carnívoros, dieran buena cuenta de ellos. También se precisaba llegar pronto al grupo. Esa noche sería la celebración de su exitosa iniciación. Había conseguido una presa importante y había pasado al mundo de los adultos. Ahora sería uno más del grupo. Sus opiniones serían tenidas en cuenta de igual a igual. Dejaría de ser el hijo de uno de los cazadores para convertirse en Nkosi, el cazador. Podría casarse, formar una familia, tener hijos a los que enseñar y transmitir toda la sabiduría que había adquirido de sus mayores.


Llegó la noche. Y llegó la celebración. El te-kúa, un instrumento hecho de púas de metal clavadas en un trozo de madera alas que se hacía vibrar, y el guashi, un instrumento de cuerda, se dejaban oír junto al sonido de las gargantas de los sam al dejar volar por el cielo del Kalahari los cánticos ancestrales de sus antepasados.

Los sam consideran que la música y la danza tienen poderes curativos, son capaces de alejar los espíritus. Quizá la alegría contagiante de sus canciones es la que obra el milagro. El caso es que esa noche Nkosi disfrutó de su paso a la edad adulta. Bailó y cantó como uno más. Había alcanzado la madurez. Al día siguiente empezaba una nueva etapa para él, llena de retos, dificultades y experiencias. Pero esa noche tocaba disfrutar. Y así hizo.