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lunes, 21 de agosto de 2023

CABALLO DE TROYA, 12. BELÉN. 2022. J. J. Benítez


Y, como es natural, después de doce entregas, alguna de ellas tendría que salir en este repaso que estoy haciendo de los libros que he leído, o voy leyendo.

Me voy a referir aquí a la serie completa de "Caballo de Troya", no sólo al libro número 12. Pues este es, en realidad, una especie de adendum del libro número 9, denominado Caná.

El caso es que cuando se publicó el primer libro de Caballo de Troya, Jerusalén, resultó sumamente rompedor. Unos viajeros en el tiempo, a través de un proyecto financiado por el ejército norteamericano, se desplazan a la época de Jesucristo, concretamente a la semana que los cristianos conocemos como "Semana Santa", en la que, según los evangelios, se dan los hechos más importantes de la vida de Jesús de Nazareth y que marcarán la historia de la humanidad desde ese momento, por mucho que haya gente a la que fastidie este hecho.

El "leit motiv" de toda la serie de Caballo de Troya es: "La verdad no es como nos la contaron". Intenta mostrar que hubo mucho más de lo que los pobres evangelistas narraron en los textos del nuevo testamento.

No lo leí en su momento, sino muchos años después. Ya se había pasado la fiebre, y el autor, J. J. Benítez había conseguido no sólo detractores, que los hay, y muchos, sino auténticos seguidores. No me atrevo a decir creyentes, pero casi. ¿Qué escribió Benítez para que nos remueva tanto? 

Lo primero que hay que señalar es que él niega en todo momento que sea el autor de los 12 libros. Se refiere en todo momento al mayor norteamericano como el auténtico autor del texto. De hecho, en la entrega 11, "El diario de Eliseo", la redacción de Eliseo está tan conseguida, que parece una persona totalmente distinta al mayor norteamericano, llamado Jasón en el tiempo de Jesús, quien escribe ese libro. Los otros 11 parecen escritos por la misma mano.

Lo segundo es que J. J. Benítez afirma en todo momento que no se tratan de novelas, sino del relato de un testigo de excepción que, además, indaga, como un investigador privado, en todo lo relativo a la vida del protagonista: su infancia, su familia, sus relaciones sociales, sus comienzos, su transformación de artesano a profeta. Pero consigue que parezca tan real que hace surgir las dudas. ¿Y si hubiera sido verdad? ¿Y si el proyecto se hubiera llevado a cabo? ¿Y si, en un momento determinado, se hubieran retirado todos los fondos por causas desconocidas? Estos "Y si" se los preguntan también los defensores de otra creencia contrapuesta a la que muestra Caballo de Troya. Me refiero a los defensores de los "alienígenas ancestrales". Recordemos que J. J. Benítez también defiende la existencia de vida extraterrestre, ha realizado multitud de investigaciones en este campo, y, por tanto, existen puntos en común.

Mi conclusión es que, aunque el autor diga lo contrario, no se aparta tanto de la idea global que quieren dar los evangelios sobre la doctrina de Jesús de Nazareth; que todo lo que relata perfectamente podría haber sucedido y ser real, sin que ello disminuyera para nada la divinidad de Jesús; y, por acabar, expreso mi última afirmación en modo de pregunta: ¿No hubiera sido maravilloso que la historia ocurriera tal como la cuenta?¿No hubiera sido maravilloso que Jesús de Nazareth fuera tan humano, tan bondadoso y tan lleno de amor como nos lo presenta J. J. Benítez en Caballo de Troya? Yo sé la respuesta, ¿y ustedes?

sábado, 16 de abril de 2022

EL AMOR DE LA SABIDURIA ETERNA. 1703. San Luis María Grignion de Montfort

¡Aviso! Es un libro religioso. Y el que quiera leerlo debe tener en cuenta que está escrito por un santo católico. Luego, entonces, lo que va a encontrar es la interpretación de dicha persona sobre la Sabiduría con mayúsculas, que él la basa en Jesucristo como Hijo de Dios. Por tanto, absténganse aquellos que se echan para atrás de aquellos textos en que se habla de Dios, Jesucristo y la Virgen María. Porque éstos son los protagonistas de las páginas de este libro.

Sin embargo, todos aquellos que quieran sentir palabras de consuelo, de alivio, en el transcurrir de sus vidas; y que no les importe que les hablen de la religión católica, se van a encontrar con una lectura acogedora y preciosista. Se trata, como su título indica, un libro de amor. ¿Y qué es lo que se puede escribir cuando se escribe a la persona amada? ¿Al ser vivo al que más quieres? Pues seguramente lo que destacaremos serán todas las virtudes, todas las características positivas, todo aquello que nos hace que nos sintamos atraídos hacia esa persona que nos llena por entero y que sin ella la vida no tendría sentido.

Por tanto, este libro es un texto dedicado al amor que un cristiano, un cristiano auténtico, no de aquellos de cumplimiento (cumpli y miento), de los cuales, gracias a Dios y a la sociedad de nuestros días, van quedando cada vez menos. Decía que el libro describe el amor que un cristiano auténtico tiene hacia Jesucristo y que se puede observar en todo lo que escribe San Luis María Grignion de Montfort.

San Luis María habla de sus fundamentos cristianos profundos. Pone a la figura de Jesucristo, no al Jesús histórico, sino al Jesús Hijo de Dios, como la Sabiduría Eterna. Y esa sabiduría no la hace equivalente a ninguna ciencia o conocimiento humano. La sabiduría de la que habla el santo es la mística con palabras sencillas, cercanas, y vuelvo a decir, acogedoras.

Se nota que me ha gustado, pero reconozco que debe ser para personas que simpatizan con las figuras religiosas del cristianismo. El resto, lo dicho, abstenerse.

VIDA DE SAN LUIS MARÍA GRIGION DE MONTFORT

Se celebra el día: 28 de abril

Nacimiento: 1673 - Muerte: 1716 - País: Francia

Beatificación: León XIII, 22 ene 1888 - Canonización: Pío XII, 20 jul 1947

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio: San Luis María Grignion de Montfort, presbítero, que evangelizó las regiones occidentales de Francia, anunciando el misterio de la Sabiduría Eterna, y fundó dos congregaciones. Predicó y escribió acerca de la Cruz de Cristo y de la verdadera devoción hacia la Santísima Virgen, y, después de convertir a muchos, descansó de su peregrinación terrena en la aldea francesa de Saint-Laurent-sur-Sévre.

Vida: San Luis María era el mayor de los ocho hijos de Juan Bautista Grignion, modesto ciudadano de Montfort que pertenecía, entonces, a la diócesis de Saint- Malo. Allí nació el santo en 1673. Después de educarse en el colegio de los jesuitas de Rennes, fue al cumplir veinte años a París, a prepararse para el sacerdocio. Como era demasiado pobre para entrar en el seminario de San Sulpicio, ingresó en otra institución dirigida por el P. de la Barmondiére. A la muerte de éste, pasó a un seminario todavía más estricto, en el que reinaba una gran pobreza. Los mismos seminaristas preparaban por turno la comida, «para tener el gusto de envenenarse a sí mismos», según la irónica expresión de uno de ellos. Luis cayó tan enfermo, que hubo de ser trasladado al hospital. Cuando recobró la salud, consiguió ingresar en el seminario de San Sulpicio, donde permaneció hasta el fin de sus estudios. Un año, tuvo el honor de ser uno de los dos mejores estudiantes que, según la costumbre, visitaban un santuario de Nuestra Señora. La peregrinación de aquel año fue a la catedral de Chartres.

El éxito que obtuvo durante sus años de seminario en la catequesis de los niños más abandonados de la ciudad, no hizo más que confirmar su deseo de consagrarse al apostolado. Después de recibir la ordenación sacerdotal, en 1700, estuvo algún tiempo en Nantes, con un sacerdote que se encargaba de preparar a los jóvenes para diversas clases de apostolado y, al fin, fue nombrado capellán del hospital de Poitiers. Pronto emprendió las reformas que necesitaba aquella institución de caridad y organizó, entre el personal femenino, el núcleo de lo que más tarde había de convertirse en la Compañía de las Hijas de la Divina Sabiduría, cuyas reglas redactó entonces. Pero las reformas que había introducido provocaron una violenta reacción, y el santo tuvo que renunciar a su cargo. Enseguida, se dedicó a predicar misiones entre los pobres que acudían en masa a oírle; pero el obispo de Poitiers, a instancias de los enemigos del siervo de Dios, le prohibió predicar en su diócesis. Sin desalentarse por ello, San Luis emprendió, a pie, el viaje a Roma, donde fue recibido amablemente por el papa Clemente XI; al volver a Francia, llevaba el título de misionero apostólico. Como Poitiers siguió cerrándole las puertas, volvió a su tierra natal de Bretaña, donde emprendió una serie de misiones hasta su muerte.

Cierto que la mayoría de las parroquias le recibían con los brazos abiertos, pero no faltaban quienes le criticaban severamente, hasta el grado de que varias diócesis jansenizantes le cerraron las puertas. El santo exhortaba a sus oyentes a llevarle todos los libros impíos para quemarlos públicamente en una gran hoguera, sobre la que colocaba la efigie de una mujer mundana que representaba al diablo. En otras ocasiones, organizaba la representación de la escena en que agonizaba un pecador, cuya alma se disputaban el diablo y su ángel guardián. El santo representaba el papel del pecador y otros dos sacerdotes, los del diablo y el ángel custodio. A pesar de ello, su predicación no era puramente emocional y conseguía frutos prácticos y duraderos, simbolizados por la restauración de alguna iglesia en ruinas, la erección de gigantescas cruces misionales, limosnas muy generosas y profunda reforma de las costumbres. Casi sesenta años después de la muerte del santo, el párroco de Saint-Lô declaraba que muchos de sus feligreses practicaban todavía las devociones que Luis María había inculcado en una de sus misiones. La principal de ellas era la recitación del rosario, para promover la cual fundó numerosas cofradías. Además, hacía aprender al pueblo oraciones rimadas e himnos que él mismo componía y que se cantan aún en muchas regiones de Francia. A lo que parece, su amor al rosario fue lo que le movió a ingresar en la tercera orden de Santo Domingo.

Pero el esfuerzo de evangelización de san Luis no se limitaba a las misiones, pues era de los que creían que debe predicarse la Palabra de Dios oportuna e inoportunamente (2Tim 4,2). En una ocasión en que navegaba por el río, entre Dinant y Rouen, sus compañeros de travesía empezaron a entonar canciones obscenas; cuando el santo los invitó a rezar el rosario, se burlaron de él, pero al fin, acabaron todos por arrodillarse a rezar y escucharon atentamente el sermón que siguió a las oraciones. En otra ocasión, un baile al aire libre terminó de la misma manera. Pero tal vez el santo obtuvo sus mayores triunfos en La Rochelle, que era el centro del calvinismo, donde predicó una serie de misiones famosas y reconcilió a numerosos protestantes con la Iglesia. San Luis tenía, desde hacía tiempo, el proyecto de fundar una asociación de sacerdotes misioneros; pero sólo pocos años antes de su muerte, logró reunir a los primeros misioneros de la Compañía de María. La súbita enfermedad que le llevó a la tumba le sorprendió cuando predicaba una misión en Saint-Laurent-sur-Sévre. Entregó su alma a Dios en 1716, a los cuarenta y dos años de edad. Además de sus versos e himnos, la más conocida de sus obras es el tratado de «La verdadera devoción a la Santísima Virgen», que se divulgó ampliamente de nuevo con motivo de su canonización, en 1947.

Oración: Oh Dios, sabiduría eterna, que hiciste al presbítero San Luis María insigne testigo y maestro de la total consagración a Cristo, tu Hijo, por mano de su Madre, la bienaventurada Virgen María; concédenos que, siguiendo su mismo camino espiritual, podamos extender tu reino en el mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

Tomada de El Testigo Fiel, https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_1399

domingo, 14 de noviembre de 2021

JESÚS. 2014. James Martin.

 


James Martin es un sacerdote jesuita (sj) de los Estados Unidos que tiene varios libros publicados, de espiritualidad, religión, e incluso una novela, La Abadía, que ya apareció en este blog hace algunos meses. Por ello, me decidí a leer este libro. El título, con una sola palabra, suena apasionante. Pero, después de leerlo hay una serie de cosas que me han sorprendido.

Está estructurado a través de un eje vertebral constituido por el viaje que realizó el escritor a Tierra Santa y sus impresiones de la misma. Por supuesto, no fue un viaje englobado en los distintas grupos de peregrinación que desde distintos lugares del globo se organizan para mostrar todos los sitios más importantes de Tierra Santa. Lo hace en compañía de otro religioso y tiene una serie de lugares como objetivo, dejándose fuera otros tan significativos (él mismo lo dice en el libro) como Canaán. Al mismo tiempo, propone una reflexión sobre los textos evangélicos que corresponden a los distintos sitios que visita. Y por último, lo une a sus experiencias personales a lo largo de su vida y intenta dar las explicaciones doctrinales, más o menos actuales, más o menos correctas, sobre lo que se puede pensar, desde el punto de vista de la fe, de lo que realmente sucedió en esos sitios.

Y ahí justamente, cuando trata de explicar el porqué de los distintos pasajes del evangelio es donde más me ha sorprendido. Puede ser que el uso excesivo de la palabra "quizá" cuando va a explicar las distintas interpretaciones que da la Iglesia a los sucesos evangélicos. Puede ser que mi cultura, española y europea, y la suya, norteamericana son muy distintas. Puede que a alguien que inició su cristianismo desde una familia atea, al contrario de lo que me pasó a mi, la visión de los hechos que narran los Evangelios suponen cosas distintas. O puede, simplemente, que con mis años, 54, he alcanzado las suficientes certezas en ciertas cosas como para no andar mareando perdices.

El caso es que la sorpresa me llevó a la decepción. Es un señor que tiene que tener estudios teológicos superiores a los míos, de hecho yo no tengo ninguno. Es un señor que tiene que estar continuamente orando y celebrando el misterio de la Eucaristía, no en vano es sacerdote; yo no lo soy. Es un señor que, como se puede reflejar por su amplia producción literaria, tiene tiempo para poder escudriñar y asegurar lo que debe decir; yo no, ya quisiera, pero tengo unas responsabilidades que no permiten ocuparme las 24 horas del día en el misterio de la Encarnación. El caso es que me decepcionó. Y las novedades que puede presentar, las reflexiones que aporta, muy ricas, no digo que no, no son suficientes para cubrir esa sensación de que parece que el autor del libro, en lugar de un hombre de fe, de Fe con mayúscula, es un hombre de duda. Salvo por ciertas expresiones o afirmaciones, parece el libro que hubiera escrito alguien agnóstico. Alguien que sí, que se cree el cuento de la historia de los Evangelios, pero que mantiene una separación entre esa historia y lo que "realmente" sucedió.

Desde aquí recomendar otro libro, con el que sí se puede disfrutar, que rezuma en todas sus páginas el cariño de la obra bien hecha, y que sí que se nota en cada letra que quien lo ha escrito es un hombre de Fe. Se trata de "Jesús, aproximación histórica" de José Antonio Págola. Quizá algún día hable sobre él. Pero creo que mejor es que lo descubran todos ustedes.

Nos vemos en la red.



sábado, 23 de octubre de 2021

LOS SILENCIOS DE SAN JOSÉ. 1960. Michel Gasnier

 

Como estamos en el año que el Vaticano, y más concretamente el Papa Francisco, ha dedicado a la figura de San José, no está de más volver otra vez sobre un libro que nos habla de él. Y en este caso, a diferencia del que leí hace algunos meses, no se trata de hablar de teología, de trascendencia, de representación de Dios con los hombres y de la situación que ocupa cada uno de los miembros de la Sagrada Familia con respecto a Dios.

Es un libro pequeño, de apenas 136 páginas, y de hace algún tiempo, concretamente 61 años. Fue publicado en 1960. Y nos muestra, como corresponde a su época y a su extensión, a San José tal como se le entendía entonces. Nos cuenta su faceta como hombre, como padre, como cabeza de familia. Y nos lo muestra con la sencillez de una figura que, dentro de su humildad, es terriblemente importante. Mucho más importante de lo que cualquiera que conozcamos los Evangelios nos podríamos suponer.

Porque el autor nos habla de los distintos hechos en los que aparece San José. Y nos lleva, de una forma muy sencilla, a entender porque, sin necesidad de tener ni una sola palabra en los Evangelios, juega un papel importante en la vida de Jesús y de María.

Una delicia de libro para leer, y una suerte que cayera en mis manos a lo largo de este año dedicado a su figura.

Queridos amigos, nos vemos en la red.

sábado, 2 de julio de 2016

EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


APUNTES A PARTIR DE UNA IDEA INSPIRADA DURANTE LA LECTURA DE LA ENCÍCLICA “LAUDATO SI” DEL PAPA FRANCISCO.

Partimos de la existencia de Dios. Si no, no tiene mucho sentido que nos preguntemos por la Santísima Trinidad. Para la demostración de Su existencia dejo a los Padres y Doctores de la Iglesia que, en su sabiduría, intentaron demostrar de forma razonada la existencia de Dios. A mí me basta con la creencia en Él. Pues está comprobado empíricamente, y aquí caigo en contradicción, que por muy científicamente demostrada que esté una verdad, aquél que no cree en ella no hará caso ni a la verdad científica ni a las conclusiones que puedan derivarse de ella. Por lo tanto, mi razonamiento acerca de la Santísima Trinidad será filosófico, teológico incluso, pero no científico. Por eso parto directamente de la existencia de Dios e intento razonar una de sus consecuencias.

La Santísima Trinidad es un dogma de la Iglesia Católica. Se debe creer sin más. Dios es único, pero posee tres personas: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Un solo Dios, tres Personas distintas. Pero si Dios es un único Ser, ¿cómo es posible que se “divida” en tres? ¿Y esas tres personas tener vida propia? A ello la Iglesia Católica contesta que precisamente por eso se trata de un misterio. Algo que el ser humano, creatura de Dios, no alcanza a comprender; algo que sobrepasa la capacidad de entendimiento humano. Por eso se habla de Misterio. Y como es algo que sobrepasa ese entendimiento del hombre, creado por Dios, debe ser creído sin más; por ello se decidió que fuera dogma de fe. Es decir, que tenía que ser creído a pie juntillas.


Bien. Repasemos ahora la actuación de las Tres Personas de la Santísima Trinidad a lo largo de la historia de la humanidad. En términos religiosos y católicos, por supuesto; recordemos que estamos hablando de un Misterio y un Dogma de la Iglesia Católica. Por tanto, hay que jugar en su campo. Igual que para hablar de algún dogma de fe de otra creencia habría que jugar también dentro de las reglas de la creencia a la que nos refiriéramos.


Durante todo el Antiguo Testamento, Dios se manifiesta al hombre de múltiples maneras. Según el relato de la creación de la humanidad, el de Adán y Eva, se manifiesta directamente Él mismo. También ocurre lo mismo con el relato de Caín y Abel, incluso en el de Noé. Parece que la comunicación de la humanidad antediluviana con Dios es directa, sin intermediarios. Con la humanidad postdiluviana ya es otro cantar. Dios se manifiesta ante el hombre a través de catástrofes, como la destrucción de la Torre de Babel, la destrucción de Sodoma y Gomorra, o bien de fenómenos naturales, como pudieran considerarse las plagas de Egipto, la zarza ardiendo, la columna de fuego, etc. A partir de la elección de los hijos de Abrahám como su pueblo elegido, Dios suele usar mediadores entre Él y su pueblo: los profetas. Los profetas serán personas escogidas que, a través de sueños o de otro tipo de sensaciones o percepciones, que hoy podríamos llamar alucinaciones, transmiten el deseo de Dios a su pueblo. Actúan como intermediarios. Dios les envía señales de distintos tipos y ellos las transmiten a su pueblo, al pueblo de Israel. Así durante todo el Antiguo Testamento.


Pero llega el Nuevo Testamente. Y llega Jesús. Jesús habla de Dios como Padre. Y dice ser su Hijo y ser la Palabra de Dios encarnada, hecha carne. Dice que sólo Él conoce al Padre, a Dios. Y que sólo se llega al Padre, a Dios, a través de Él. En todo su mensaje destaca el deseo de presentarnos a Dios de la forma más clara, y al mismo tiempo más sencilla posible. De presentárnoslo como Alguien que ama al hombre. De presentárnoslo como Padre. Nos dice que su labor es comunicar “la voluntad del Padre”, que para eso es para lo que ha venido al mundo. San Juan, en su evangelio, ya habla de Jesús como la palabra, que existía desde el principio, que era Dios y que bajó a la Tierra y se encarnó para la salvación del hombre. Esta salvación era el acercamiento del hombre a Dios, después que aquel se hubiera alejado de Dios por el pecado. Y en ese acercamiento de Dios era necesario que Dios se “diera a conocer” de forma más directa, más personal, más íntima, si se quiere decir.


Por último, antes de la ascensión a los cielos, Jesús dice a sus apóstoles que reciban al Espíritu y exhala su aliento sobre ellos. San Lucas contará en el libro de los Hechos de los Apóstoles que el Espíritu lo recibirían después de la ascensión de Jesús, una vez que Jesús hubiera desaparecido de entre ellos. Sea de una o de otra manera, el Espíritu que reciben les hace comprender en toda su profundidad lo que Jesús les había ido contando durante su vida. Los Apóstoles ya no necesitan tener a Jesús para saber qué es lo que Dios quiere. Jesús ya se lo dijo, y con la ayuda del Espíritu lo han comprendido.


Estos tres últimos párrafos son un resumen de la actuación, dentro de la Biblia, de las Tres Personas de la Santísima Trinidad. Parecen tres entidades bien diferenciadas: Padre, Hijo y Espíritu. ¿Cómo pueden ser una sola sin dejar de ser las tres? O más bien, ¿cómo pueden constituir las tres por entero un único Dios? La clave está en la comunicación entre Dios y los hombres; y más concretamente en la manifestación de Dios a los hombres.

Durante el Antiguo Testamento vemos que Dios se manifiesta a través de intermediarios, bien fenómenos de la propia naturaleza como las catástrofes mencionadas antes, o bien mediante hombres que reciben Su mensaje por sueños, alucinaciones u otros fenómenos, y que interpretan este mensaje: los profetas. La comunicación tiene un único momento en que Dios se manifiesta directamente al hombre: en el relato de la creación y en los primeros relatos anteriores al Diluvio Universal. Después se pierde esa relación directa. Por tanto, en la mayoría de la historia bíblica, Dios escoge intermediarios para su manifestación a la humanidad. Diríamos que es como el jefe de una empresa que sólo se comunica con sus empleados a través de correo, pero que no se deja ver.

En el Nuevo Testamento, tal como nos cuenta San Juan en su evangelio, el Logos, la Palabra de Dios se hace carne. El mensaje de Dios a la humanidad toma forma humana. ¿Por qué? Porque Dios quiere hablar directamente al hombre. No han servido los intermediarios, ni fenómenos de la naturaleza, ni profetas. Y quiere que su Voz se oiga y la escuchen los hombres. Esa Voz es la que se hará hombre, esa Voz es lo que conocemos como Hijo, como Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Sigue siendo Dios, sigue siendo el mismo Ser, pero ya son dos personas, el Padre que hasta entonces se había manifestado por intermediarios, y el Hijo que es la manifestación oral del mismo Padre. Al ser la Voz del Padre, siempre ha existido con Él, siempre ha sido Él, siempre ha sido Dios, de igual manera que el Padre. Por eso Jesús dice: “nadie va al Padre sino por mí.” Igual que a una persona no la conoces hasta que “hablas” con ella, por mucho que antes te hayan contado cosas de esa persona, así el hombre no conoce a Dios hasta que se enfrenta con su Palabra. Dios no se manifiesta “a través” de Jesús. Dios se manifiesta directamente al hombre a través de su Voz, de su Palabra, de lo que hemos dado en llamar la Segunda Persona, el Hijo. Por eso Jesús habla de Dios como Padre, no porque Le conozca, sino porque es Él mismo, y está transmitiéndose y manifestándose en ese momento la Voz de Dios. Dios está hablando directamente al hombre.

Tras la muerte y resurrección de Jesús, antes o después de su ascensión, los Apóstoles reciben el Espíritu, la Tercera Persona. Pero, ¿en qué consiste esa Tercera Persona? ¿Cómo puede ser también Dios? ¿Se infunde el Espíritu de Dios de forma “mágica” a los Apóstoles? No. La explicación es mucho más sencilla. Quién acepta que Jesús es Hijo de Dios, quién cree en su Palabra, quién comprende en la profundidad de la misma, en resumen, quién piensa en Jesús como en el Verbo, en la Voz del mismo Dios, llegará a un estado de íntimo conocimiento que le permitirá saber, sin necesidad de que nadie se lo diga, el pensamiento de Dios. Igual que las parejas que se quieren y llevan una vida juntos no necesitan casi hablarse para saber lo que piensan, así ocurre a aquel que ha llegado a ese punto de conocimiento de Jesús. Los Apóstoles son los primeros que experimentan la existencia de ese Espíritu. Han visto directamente a Jesús, el Hijo de Dios, la Segunda Persona. Y, a partir de Pentecostés, a partir que Jesús exhala su Espíritu, no necesitan el Verbo, la Voz de Dios. Su nivel de “complicidad” es tan grande que no necesitan la voz física de la vida pública de Jesús, para transmitir y comunicar los sentimientos de Dios hacia ellos y hacia los hombres. Pero todo aquel que haya alcanzado esa capacidad de apreciación, se verá “invadido” por ese Espíritu, por la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, de la misma forma que experimentaron los apóstoles. Se establece un grado de relación entre Dios y los hombres en el que, como en la pareja de enamorados que pasan toda su vida juntos, no es necesaria ninguna manifestación física, ni siquiera el Verbo, para saber lo que piensan cada uno y para “sintonizar” sus pensamientos.

¿Y aquellos que no “sienten” ese Espíritu? ¿Y aquellos que no experimentan esa Tercera Persona? Hemos puesto el ejemplo de una pareja que sabe lo que piensa el uno del otro sin necesidad de mirarse siquiera. Sigamos con el mismo ejemplo. Esa misma pareja que está tan bien compenetrada en el momento actual, habrá necesitado de mucho tiempo para llegar a ese punto. Una relación así no se forja de la noche a la mañana. Habrá necesitado tiempo, y trabajo, mucho trabajo, por parte de los dos. Por ello, hay parejas que no alcanzan esos niveles de intimidad, incluso parejas que no son tales, sino simples uniones de conveniencia. Es necesario ese trabajo mutuo. Y la historia bíblica puede ser también un reflejo de la historia de cada uno de nosotros. Siendo cada uno de nosotros quien decidamos si abrimos la Biblia o no; si llegamos al Nuevo Testamento o nos quedamos en el Antiguo; si queremos que el Espíritu llegue a nosotros o nos conformamos con reducir el Verbo de Dios a unas palabras dichas hace 2.000 años y lo tomamos como discursos de la historia humana.

Las Tres Personas de la Santísima Trinidad son las tres formas de comunicarse, de manifestarse Dios a los hombres a lo largo de la historia de la humanidad. Su Presencia, su Verbo, su Espíritu. Son tres personas, no son partes de un ser, son la misma esencia de ese mismo Ser que es Dios y que es único.

Para acabar, sólo hacer constar un detalle: Dios hizo al hombre libre. Por ello, depende del hombre mismo el experimentar a Dios como la Santísima Trinidad, como un Todo; como una parte tan sólo; o como una Biblia cerrada que no abrirá.

Escrito a las 02:45 horas del 19 de julio de 2015, por Jesús Alfonso Gallego Moreno.


domingo, 6 de marzo de 2016

EL HIJO PRÓDIGO, UNA PARÁBOLA ACTUAL


El evangelio que se lee hoy en todas las iglesias corresponde a la parábola del hijo pródigo. En ella, el hijo menor exige la parte de su herencia al padre, se marcha del hogar familiar y se la gasta de forma totalmente irresponsable. Al acabar con la herencia, tiene que aceptar cualquier tipo de trabajo para malvivir, hasta que recapacita, se arrepiente y decide regresar a casa de su padre a pedir perdón y solicitar que se le admita como simple criado. El padre, al verle, no solamente le perdona sino que organiza una fiesta para celebrar que ha recuperado al hijo que daba por perdido. Pero el hijo mayor no acepta la generosidad de su padre con su hermano pequeño. No entiende el porque se porta así con aquel que ha dilapidado su fortuna de tan mala manera y, sobre todo, no entiende cómo le iguala a él que siempre ha estado a su lado. El padre le intenta hacerle comprender el porque. No es justicia, como pide él; es misericordia, como le dice su padre.


Espero no haberme extendido mucho en mi resumen, pero es que era necesario contarlo así para entender lo que quisiera transmitir en este momento. Y es que la parábola es muy actual. Por desgracia. Se puede analizar desde un montón de puntos de vista. Da para libros enteros. Pero yo me voy a referir solamente a un hecho actual. Hoy la parábola tendría algunas variaciones, para desgracia de algunos protagonistas de la misma. Esas variaciones son: el padre ha muerto, el hijo mayor es dueño de la casa, y el hijo menor está llamando infructuosamente a las puertas y nadie quiere abrirle ni tan siquiera la parte del establo dónde se guardan los animales y dónde tendría cobijo para el duro invierno. ¿Ven por dónde voy?

Consejo de Europa 2015

Europa hace unos años se declaró muy ufana en una Constitución en la cual renunciaba a su pasado de civilización cristiana. Renunciaba a Dios. Se declaraba muy ufana de ser una civilización laica, sin Dios, en la cual solamente la razón, el bien común, el bienestar de los pueblos era suficiente para conseguir unos comportamientos éticos y morales que fueran el ejemplo para el resto del mundo. Como una nueva civilización griega, íbamos a ser la antorcha que iluminaríamos al mundo con el fulgor de la cultura. Por tanto, no necesitábamos la figura de ningún "padre". Por tanto, murió el padre de la parábola.

Constitución Europea

De esta forma, nos erigíamos en el hermano mayor, aquél al que había que dirigirse ante cualquier problema. Aquél al que había que consultar ante cualquier duda. Aquél al que había que solicitar cualquier ayuda. Y, por tanto, nos hicimos los dueños de la casa.

Zoco de Damasco (antes de la guerra civil de 2011)

¿Y el hermano menor? Ya lo habréis adivinado. Fueron todos aquellos pueblos que nos tenían como espejo. Que se miraban en nosotros porque aspiraban a nuestro nivel de vida. Que soñaban con que algún día pudieran llegar a tener el mismo bienestar del que nosotros disfrutábamos.

Hasta aquí, bien. Hasta aquí, el equilibrio. Pero llegó algo que cambió. El hermano menor recapacita y decide ir a casa del padre y solicitar ayuda, aunque sea la de un criado. Posiblemente, si Jesús de Nazareth estuviera físicamente conmigo ahora (déjenme que lo imagine por un momento) me miraría entre sonriente y melancólico y me preguntaría: "¿Estás seguro?" Yo seguramente levantaría la cabeza y le devolvería la mirada y le respondería atolondrado: "Sí." Y Él insistiría: "¿Seguro que vienen por recapacitar?"

Refugiados sirios

No. No vienen por recapacitar. No vienen porque hayan gastado su parte de la herencia. No vienen porque éste sea su hogar que hayan abandonado hace algún tiempo. Es algo mucho peor. Vienen porque su hogar, su mundo, ha sido destruido con bombas, con armas, con misiles que han sido fabricados por nosotros, vendidos por nosotros, a aquellos que los están lanzando sobre ellos. El hermano mayor es el que está destruyendo el medio de vida del hermano menor. Y cuando el hermano menor viene a las puertas de la casa del hermano mayor, éste último le niega la entrada. Normal, natural. El padre ha muerto.

martes, 29 de diciembre de 2015

EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD

Es una expresión que siempre me ha resultado curiosa. Que poco a poco ha ido tomando cada vez más fuerza en nuestra sociedad consumista. Que se ha ido resumiendo en nuestra civilización occidental en las comidas de empresa con los compañeros de trabajo; en las reuniones familiares de parientes que quizás, el resto del año no se ven e incluso se ignoran; en el deseo de parabienes entre amigos lejanos que se envían fotos a través de Whatsapps -pues ya no hace falta siquiera realizar el esfuerzo de comprar una tarjeta navideña, escribir cuatro frases y echarla al correo-, Y que se ha ido representando por un señor barbudo y canoso, barrigón, con un traje de lana rojo, con terminaciones blancas y cinturón blanco, que intenta meterse por una chimenea inexistente en nuestros edificios actuales para dejar regalos la noche del 24 de diciembre. 

Cristo como Sol Invicti
Mosaico romano s.III d.C. 
Pues bien. Llega la resaca del 25. Los platos por fregar. La basura por bajar. Los cartones de los juguetes de los niños por recoger y el terrible dolor de cabeza de los que se hayan pasado con la bebida la noche anterior. Incluso en alguna reunión familiar, habrá habido algún altercado y habrán acabado las cosas mal. Y el famoso "espíritu navideño" se habrá ido a freír espárragos, pues bien es sabido que los niños, los locos y los borrachos son los únicos que dicen la verdad; o que creen decirla. En suma, un cuadro muy "edificante" de una celebración que hunde sus orígenes en unas creencias de las que la sociedad occidental está renegando. Las creencias cristianas. Sí, ya lo sé. Los eruditos me dirán: "Sr. Jesús, tenga usted en cuenta que la fecha del 25 de diciembre la puso la Iglesia el solsticio de invierno para juntar su celebración con la del sol invicti de los romanos." Habría mucho que discutir, pero de acuerdo, acepto la corrección. Y la acepto, porque no van por ahí los tiros de este post de hoy. Como tampoco van, como pudiera parecer por lo comentado hasta ahora, por el materialismo que ha inundado las fiestas navideñas desde el último tercio del siglo XX hasta nuestros días. No. Me refiero al significado de la expresión "el espíritu de la Navidad".

¿Llegamos a entender nosotros, ciudadanos "de un lugar llamado mundo -occidental, siglo XXI, lejos de lugares de conflicto-", lo que significó la primera Navidad? ¿Llegamos, por tanto, a entender lo que realmente estamos celebrando, el hecho que ha dado lugar a esta celebración a lo largo de los últimos 20 siglos -si somos puristas 16 siglos-?

Intentemos situarnos. Si partimos de la tradición, tenemos el portal de Belén. José, María, Jesús recién nacido, el buey, la mula, los pastores que llevan sus cosas para adorar al niño, etc. Quieren que "desbrocemos" la tradición, igual que hicimos con la de los "Reyes Magos" hace aproximadamente un año, ¿se acuerdan?


Empecemos. En primer lugar, fuera buey y fuera mula. Son introducidos muy posteriormente, cuando la piedad popular de la Edad Media considera que al ser un establo dónde dio a luz la Virgen María, perfectamente podría haber en él un buey y una mula. Y como en la Edad Media, la población de las aldeas solía compartir vivienda, incluso habitación dormitorio con sus animales de labor, que mejor que asegurar una "calefacción natural" para el recién nacido Niño Dios. Bien, buey y mula fuera.

Los pastores, que le adoran y le llevan presentes, o sea regalos. Permitidme la expresión: ¡Y una leche! El evangelio de S. Mateo no habla de pastores en absoluto, sólo cuenta el episodio de los Magos. Y el de S. Lucas, que es el que cuenta el de los pastores sólo dice que volvieron al pueblo y difundieron la noticia. Os transcribo el pasaje:


2:15 Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado". 
2:16 Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. 
2:17 Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, 
2:18 y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.

Asi que eso de regalitos al niño, tradición, pero nada más. Otra tradición a desmontar. Y aquí alguién puede que me apedree. Tanto en la Biblia de Jerusalén como en la Biblia Septuaginta no he encontrado el pasaje de "parió sin dolor". No dice en ningún sitio, según afirma la tradición cristiana, que la Virgen María pariera sin dolor. En este caso vuelve a ser S. Lucas quién habla de ello, porque S. Mateo no hace ninguna referencia. Os lo vuelvo a transcribir:

2:6 Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; 
2:7 y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.

Luego el parto debió ser tan normal como el de cualquier otra mujer, con sus dolores, sufrimientos, temores y tantas otras cosas más. Y además, no en un sitio normal, pues una vez nacido, tuvo que acostar al niño en un pesebre, lo cual indicaba que estaban en un establo, pues "no había lugar para ellos en el albergue". 


Otra tradición que se cae. No se rechaza a la pareja de Nazaret porque la población belenita es "mala". No es que no se quiera dar cobijo a una embarazada porque la maldad ha "anidado" en el alma de los habitantes de Belén. Simplemente no hay ningún sitio libre, y el único libre es un establo, y antes que quedar a la intemperie, José decide que es el mejor sitio para pasar la noche y allí les llega el momento del nacimiento de Jesús.

Y ahora, después de desmontar todas las "tradiciones" que se han ido acumulando sobre el nacimiento de Jesús, volvamos a nuestro mundo y a la pregunta que hacía antes. ¿Entendemos el acontecimiento que en realidad celebramos el 25 de diciembre? (Quede claro que me importa un rábano que sucediera el 25 de diciembre que el 14 de abril). Imaginemos por un momento:


El día del nacimiento de Jesús, una pareja de jóvenes, él 24 años aproximadamente, ella 15 años más o menos. Ella se encuentra embarazada de ocho meses y pico. Habían realizado un viaje de unos 170 km. a lomos de un burro, para registrarse por orden de una autoridad que estaba a miles de kilómetros de distancia. Habían hecho el trayecto por caminos de piedra y tierra, lodo y fango. Llevaban lo puesto y un hatillo, una especie de bolsa de viaje, con lo necesario (por favor, visualicen la escena). Llegan al pueblo al anochecer. Esta lleno de gente, pues es el destino de multitud de viajeros. Van preguntando por varias fondas y en ninguna encuentran habitación, ni siquiera hueco. Al final, alguien les dice que si quieren, en un establo pueden guarecerse de la noche, el joven mira a su esposa y ésta le asiente levemente mientras en su cara aparece un rictus de dolor. El joven acepta y guiado por el posadero se dirige al establo. 

Allí se acomodan lo mejor posible. Sin embargo, los dolores son cada vez más continuos, y la joven no puede aguantar le pide ayuda a él y el muchacho no sabe que hacer. Nunca se ha visto en esa situación. Si se va, la deja sola, abandonada en un establo. Si se queda, no puede ayudarla. Ella le pide un abrazo. Y así, a cada contracción, a cada grito, nota como sus manos se contraen en sus brazos, como sus dedos se clavan en su piel, y él la abraza intensamente, no puede hacer otra cosa. Al final, nota un esfuerzo inmenso por parte de ella. Ella, con dolor inmenso, empuja y nota que de su interior sale un cuerpo, se desliza un ser. Llama a su pareja, que se desase por un instante, se gira y mira su entrepierna. Entre restos de sangre ve un niño. Le coge, le agita y el niño empieza a llorar, y le pone en el regazo de la joven madre. 

La madre mira al niño feliz, le abraza a su pecho y abrazada a él, mira a su joven marido y sonríe. Con solicitud, limpian al niño de los fluidos del parto y lo envuelven en unos trapos limpios que han conseguido guardar para la ocasión. Buscan a su alrededor un sitio donde poder poner al niño para mientras poder limpiar a la madre. Lo único que ven es el pesebre lleno de paja para las ovejas, y el mullido de las pajas les parece el mejor sitio para que pueda descansar ese rato. Una vez que la madre quede lavada y limpia volverá a cogerle en sus brazos y podrán disfrutar de su presencia.


Queridos amigos. Feliz Navidad.