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viernes, 9 de diciembre de 2016

LCP Cap. 46: LAS REGLAS DE ADOPCIÓN EN EL PUEBLO MAASAI


Obago vio venir a Ikoneti por el camino. Desde lejos le saludó. Ikoneti devolvió el saludo. Al llegar a la entrada de la choza, fue el primero en hablar, con la fórmula de rigor.

-Espero que tu ganado esté bien.

-Y yo espero que el tuyo esté bien. -respondió Obago- ¿A qué se debe tu visita?

-Laibón, tengo un problema con uno de mis hijos y vengo a pedirte consejo. -expuso respetuosamente Ikoneti.

-Pasemos dentro.

Obago le indicó la entrada y al mismo tiempo le dijo a uno de sus hijos que le ayudaban que no vería a nadie más mientras estuviera dentro de la choza.

La disposición de la choza había variado poco desde la vez que estuvo Ikoneti allí con sus dos hijos. La sencillez y la simplicidad presidía toda la decoración del lugar, si es que se podía hablar de decoración al referirse a ladisposición de las distintas hierbas, raíces, frutas y a los utensilios que usaba el laibón en su día a día. Obago le invitó a sentarse a Ikoneti y le dijo:
 
-Has tardado. Esperaba tu visita con anterioridad en el tiempo.

Ikoneti quedó algo sorprendido.

-¿Por qué? -acertó a preguntar.

-No, no, esta vez no han sido mis dotes de laibón, de veedor del futuro. -Obago sonrió- Simplemente un hijo tan curioso y audaz como el tuyo tarde o temprano te metería en un tipo de problema de esos de los que necesitas mi ayuda. Pero creí que iba a ser mucho antes.

-No, no es así exactamente. -respondió Ikoneti.

-Bien, cuéntame entonces y veremos qué tipo de ayuda necesitas.

Ikoneti comenzó a hablar.

-Has acertado en cuanto al niño. Sí, se trata de Makutule. Es el que fue tan impertinente preguntándote esas cosas la última vez que estuvimos aquí. Me alegro que te acuerdes de él. Desde aquel día trabaja conmigo con el ganado, y es aplicado, inteligente, laborioso. No ha dado problemas.


-¿Entonces? -preguntó Obago.

Ikoneti, que hasta ese momento había mantenido la mirada baja, alzó sus ojos y miró directamente a los de Obago.

-Tiene sueños en los que ve el futuro.

El silencio se hizo entre los dos. La expresión amable, casi risueña, de Obago, se transformó. Su cara se mostraba seria, preocupada. Había dejado por un momento de mirar a Ikoneti, para poder digerir mejor la noticia que éste le acababa de dar. Volvió a enfrentar su mirada.

-Eso es muy serio. ¿Estás seguro?

-No estaría aquí si no lo estuviera.

-¿Y qué pretendes? -interrogó Obago.

-Esos sueños le están produciendo un gran sufrimiento a mi hijo. -contestó Ikoneti- Como laibón, haz lo que consideres más adecuado. No me importa que deje de tenerlos. Yo, como padre, únicamente te pido que hagas lo posible para que mi hijo deje de sufrir por esos sueños.

El silencio volvió a instalarse entre los dos hombres. Obago reflexionó. Si Ikoneti le estaba pidiendo ésto, era porque el don de los sueños sería muy fuerte en el niño y estaría interfiriendo en su labor como pastor. Pero la solución podía traer al niño tanto sufrimiento como el que tenía ahora. De pronto se dio cuenta que no lo había preguntado:

-¿Por qué sufre el niño?

-Porque como no pertenece a vuestro clan, y sin embargo tiene esos sueños, -explicó el padre- cree que los tiene por alguna razón maligna o bien que le destinan a algo malo.

-En ese caso, la solución que puedo darte acabará con el problema, pero te dejará sin un hijo.

A Ikoneti se le heló la sangre. No podía ser que el laibón le estuviera proponiendo algo tan horrendo. Casi no se atrevía a preguntar. Pero había ido allí para ayudar a su hijo, y llegaría hasta donde hiciera falta.

-¿Cómo?

-Puedo adoptarle, -Ikoneti suspiró tranquilo- y tratarle como a uno de mis hijos. Por lo curioso que es y lo inteligente que dices que es, puede ser candidato incluso a ser un buen laibón.

-Pero, ¿puede ser? Quiero decir, ¿es posible? -a Ikoneti se le iluminaba la cara por momentos.

-Puede ser. -explicó Obago- Por lo general sólo hacemos adopciones entre miembros de nuestra familia inmediata, pero con tu hijo haré una excepción.

-¿Y cómo vivirá? -preguntaba Ikoneti, que aún no podía creerlo.

-Pues como cualquiera que es adoptado por un laibón. Se le tratará como a un hijo, se le dará ganado, se le arreglará su circuncisión y su matrimonio. A tales personas se les suele llamar "ol-onito".

-¿Cómo podría agradecértelo?

-Espera. -le indicó Obago- Él debe querer. Porque esta relación es terminable a voluntad. Si el adoptado decide romper la relación, se afeita el pelo y se va, pero tiene que dejar atrás todo, -remarcó esta última palabra- todo lo que se le ha dado. Esto último lo tiene que tener muy, muy claro.

Las últimas palabras del laibón devolvieron seriedad a todo el interior de la choza. Pasados unos segundos, Ikoneti contestó:

-Hablaré con Makutule y te traeré su respuesta. Por mi parte, si esa es la manera de mejorar a mi hijo, estoy dispuesto a prescindir de él.

Ikoneti se inclinó y salió por la puerta de la choza. Obago le vio salir. Sentía curiosidad. Makutule con sus sueños que se cumplían. Makutule, un "veedor". ¿Sería capaz de ser un laibón? En ese momento no lo sabía. El tiempo se encargaría de mostrárselo.

Paisaje Maasai, fotografiado por Chris Minihane

viernes, 2 de diciembre de 2016

LCP Cap. 45: LA CONFIDENCIA DE LENGWESI

Alrededores del Parque Nacional del Serengeti, al final de la estación seca. Tanzania.

La estación seca estaba llegando a su final. Pronto llegarían las lluvias y la hierba nuevamente volvería a crecer en la sabana, produciendo y renovando, como cada año, el milagro de la vida. También, pasado algún tiempo, vendrían las grandes manadas de herbívoros, principalmente ñús y cebras; y con ellos los leones, el gran animal que sirve de símbolo al pueblo Maasai.

Grandes manadas de ñus con algunos rebaños de cebras entre ellos. Parque Nacional del Serengeti, Tanzania.

Pero aún quedaba algo de tiempo para que ocurriera todo eso, y mientras tanto había que conducir el ganado a los charcos y a los arroyos que, desde el tiempo de los antepasados, los Maasai sabían que todavía gozaban de suficiente cantidad de agua para que sus reses abrevaran adecuadamente.

Ikoneti, con sus hijos, iba dirigiendo de esta forma su ganado cuando notó una pequeña presencia a su lado. Era su hijo Lengwesi.


-¿Qué quieres, Lengwesi? ¿Tienes algún problema con el ganado?

-Ninguno. -contestó el niño.

Durante el tiempo que llevaba de pastor había ganado en audacia, aunque también sabía que a su padre debía tratarle con respeto.

-Entonces, ¿por qué estás aquí? -la pregunta que le hizo su padre sonó más a un reproche.

-El ganado que cuido está estupendamente. -afirmó Lengwesi sin hacer caso al tono de su padre- Por eso me permito abandonarlo un momento para comentarle, padre, -remarcó la palabra "padre"- un problema que me preocupa bastante.

-¿Tan importante es? -preguntó Ikoneti sin cambiar el tono de voz.

-Sí, padre. -volvió a repetir "padre" como fórmula de respeto.

-Espero que así sea. -esta vez el tono era de enfado- Vamos, cuenta.

-Se trata de Makutule. Tiene sueños en los que adivina el futuro.

Ikoneti se quedó paralizado como una estatua. De todas las reacciones que había previsto Lengwesi, ésta era la que menos habría esperado.

-¿Adivina el futuro? -preguntó Ikoneti, sin moverse un ápice.

-Sí, padre.

-¿Estás seguro? ¿No será invención suya?

-No, padre. Eso creí yo también, pero no. Le viene en sueños lo que va a suceder al día siguiente o a los pocos días.

Ikoneti suspiró. Todo su cuerpo se relajó.

-Y lo peor -continuó Lengwesi- es que está muy preocupado porque cree que es malo, que al no pertenecer al clan del laibón, eso no puede ser más que una mala señal.

-¿Una mala señal? -preguntó el padre.

-Sí, padre. Que esa capacidad que tiene es porque está destinado para el mal. -el tono del muchacho paso a ser de súplica- No habría alguna forma de convencerle de lo contrario, o de que no volviera a tener esos sueños. Tú sabes mucho. Seguro que sabes también como resolver esto y quitarle esas ideas de la cabeza a Makutule, porque yo lo he intentado pero no he podido. -Lengwesi tenía los ojos enrojecidos y estaba luchando por no llorar. Un Maasai no llora.

Ikoneti se acuclilló frente a él y le sujetó con sus fuertes manos por sus hombros.

-Escucha, Lengwesi. Has hecho lo que debías. Hablaré con tu hermano. Y haré lo posible por arreglar su problema, ¿de acuerdo?

Lengwesi afirmó con un movimiento de cabeza, empezó a sonreír. Ikoneti, que por un momento se había mostrado tierno, se alzó sobre sus piernas, adoptó nuevamente una pose seria y le dijo:

-Y ahora a tu ganado. Que ya lo has dejado mucho tiempo sin cuidar.

Lengwesi le lanzó una sonrisa en la que resaltaba la blancura de su dentadura.

-Sí, padre. Por supuesto.

Y se marchó, corriendo hacía donde estaba su parte del ganado.