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viernes, 5 de diciembre de 2014

NO FUE LA MANZANA, FUE EDMUND HALLEY

¿Sabíais que el científico más famoso de la era moderna, aquél que sentó las bases del pensamiento científico racional, estuvo a punto de quedar relegado al olvido más miserable?

¿Y sabíais que fue gracias a la curiosidad y honestidad de otro científico el que en el día de hoy se le rinda el justo homenaje que merece?

Todo empezó allá a mediados del s. XVII. 

Trinity Collegue. Cambridge University. 1690.

Isaac Newton estudiaba desde 1661 en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Aunque no destacó como alumno aventajado, sus esfuerzos se dirigieron hacia la investigación de la naturaleza, y dentro de ella, al estudio sobre los fenómenos físicos y astronómicos. Andando el tiempo fue avanzando en sus estudios y conocimientos, algo que le reportó algo de fama entre los círculos científicos. Eso hizo que Robert Hooke -director de experimentación en la Royal Society de Londres en 1662 y secretario de la misma en 1677- comenzara a mantener una correspondencia científica que fue abandonada y retomada en varios momentos. Hasta que en 1679 Hooke trató de retomar la relación de Isaac Newton haciendo que éste comentara las conclusiones a las que el propio Hooke había llegado sobre el movimiento de los planetas. Los comentarios no se correspondían a lo que Hooke esperaba, lo que hizo que ambos científicos se enfrentaran. Robert Hooke era un científico ya mayor, ya reputado, ya con la influencia suficiente como para encumbrar o para hundir a alguien. Y eso es lo que hizo con Isaac Newton.

Robert Hooke

Los dos hombres de ciencia, uno mayor, el otro más joven, tuvieron desavenencias -decir desavenencias es poco, tuvieron un auténtico enfrentamiento- sobre la forma de abordar uno de los problemas que en esos momentos más acuciaba al mundo científico en general y al anglosajón en particular.


Ya era aceptada la teoría heliocéntrica. Los sacrificios de sabios anteriores, como Copérnico, Galileo Galilei y Giordano Bruno -a este último le costó la vida-, habían abierto las puertas al estudio del Universo tal como hoy lo conocemos.
Pero había una dificultad que vencer. Había un vacío en esa teoría que había que completar. Cómo se movían los distintos planetas alrededor del astro rey. Y cómo se movía este último en el espacio, con respecto a los otros cuerpos estelares que poco a poco se iban descubriendo.


Sobre este tema fue sobre el que se produjo el enfrentamiento. Y como suele suceder, el viejo y reputado venció al joven y éste tuvo que conformarse y abandonar la relación con la Royal Society de Londres, en donde aquél era por aquellos años secretario.
Y así tenemos a un joven Isaac Newton, confinado en un departamento de matemáticas y física de la Universidad de Cambridge, con una teoría revolucionaria en el fondo de un baúl porque la cerrazón y miopía de los poderes fácticos de ese momento no aceptaban sus razonamientos.

Edmund Halley

Y aquí aparece la figura de Edmund Halley. El hombre que calcularía la órbita de un cometa por primera vez, lo que le permitiría adivinar su próximo paso cerca de la Tierra, estaba interesado en las matemáticas y la astronomía. Halley frecuentaba los mismos círculos científicos que Robert Hooke y se sintió atraído por los trabajos de éste sobre el movimiento de los planetas. Pero, sin embargo, cada vez que Edmund Halley le pedía una demostración matemática a Robert Hooke de sus conclusiones científicas, éste no sólo no conseguía dar ninguna explicación convincente sino que acababa esgrimiendo el principio de autoridad académica.

Un día, Halley fue informado que existía un joven en la universidad de Cambridge que sí había logrado la demostración matemática del movimiento de los astros. Pero como esta demostración difería de la de Hooke, este último se las había arreglado para apartarle de los círculos científicos londinenses.

Isaac Newton

Halley se acercó a Cambridge a visitar a esa persona. Lo encontró en su estudio y consiguió, no sin esfuerzo, que Isaac Newton le mostrara los cálculos matemáticos. Halley quedó tan impresionado con la exactitud de los resultados que inmediatamente instó a Newton para que publicara sus hallazgos. Y no sólo se conformó con animarle para publicar su obra, sino que se encargó de pagar de su propio bolsillo la publicación de "Philosophiae naturalis principia mathematica", la obra donde Isaac Newton plantea su Ley de Gravitación Universal, dando paso con ello a una nueva era del conocimiento científico.

Todo esto ocurría allá por 1687.