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domingo, 9 de octubre de 2016

LCP Cap. 38: EL ORIGEN DE LA FUERZA MAASAI

Pastor Maasai en Tanzania.

Makutule y Lengwesi vieron como su padre se dirigía a uno de los muchachos que cuidaban el ganado.

-¡Mwampaka!

-Sí, padre. -contestó solícito el muchacho.

-Te presento a Makutule y Lengwesi. Mis nuevos hijos. -Los niños quedaron un poco retrasados, como avergonzados. No esperaban que allí hubiera otros miembros de la familia de Ikoneti- Quedan a tu cuidado. Les enseñarás todo lo que tienen que hacer para cuidar las vacas. Vendrán a partir de hoy todos los días, y se ocuparán de un puñado de ellas. Las pastorearan, las llevarán a las zonas más verdes, a los riachuelos más cristalinos, velarán porque no se pongan enfermas y porque sus terneros crezcan sanos. ¿Entendido?

-Sí, padre. -el rostro del muchacho no mostraba ninguna emoción en especial. Y sin decir nada más sobre el tema, añadió- Tengo el buey preparado. ¿Sacamos ya la sangre?

-Sí. -respondió Ikoneti- Y así aprenderán estos dos. ¿Queréis ver de dónde obtenemos nosotros toda la fuerza que nos hace tan poderosos? -les preguntó a los niños.

Los dos chavales afirmaron con la cabeza. Se habían vuelto un poco vergonzosos. Mwampaka les empezó a hablar:

-Venid conmigo. Yo os lo contaré.

Anciano y niño con su ganado, en las inmediaciones del P. N. del Masai Mara
Y los tres se adelantaron unos pasos. Ikoneti los siguió indolentemente. Mwampaka comenzó a narrarles cómo los Maasai obtenían toda la fuerza de la sangre de su ganado. Cuando uno de ellos estaba enfermo, agotado o después del rito de la circuncisión había quedado debilitado, se le daba a beber sangre de buey. Ésta le hacía que se recuperara rápidamente y que pronto volviera a ser el guerrero que era previamente. Normalmente era el laibón quien indicaba la necesidad de que el enfermo tomara la sangre del animal. El laibón es una mezcla de adivino, médico, consejero espiritual y sacerdote. Son aquellos que se ocupan de mantener y enseñar la religión tradicional dentro de la sociedad Maasai.

Llegaron al lugar donde se encontraba el buey. El animal estaba pastando tranquilamente, ajeno al rito del que iba a ser protagonista. Mwampaka miró a su padre de reojo, sonrió y se dirigió a los niños.

-¡Bueno! ¿Cuál de los dos le va a sujetar?

Los niños se quedaron de piedra. La alzada del buey superaba sus cabezas. De hecho, La punta de sus cuernos superaba la altura de Mwampaka. Tanto Makutele como Lengwesi empezaron a tartamudear.

-¿Nosotros?

-Sí. Si queréis ser pastores, tendréis que sujetar animales como éste. -los niños miraban a Ikoneti, el cual asentía con la cabeza. Ellos se veían impotentes. Mwampaka se divertía con la pequeña broma que les estaba gastando. Llamó a otro muchacho que estaba cerca, el cual llegó con un arco y una flecha.

-Bueno, pues si no os atrevéis, lo tendré que hacer yo. -los niños negaron con la cabeza. Mwampaka miró a su padre. Éste sonrió y nuevamente asintió, en este caso a Mwampaka, y este último les dijo a los dos niños- Fijaos bien.


Mwampaka se acercó al buey, por delante. Comenzó a hablarle de forma muy pausada, el buey levantó la cabeza y al ver que era él, volvió a bajar la testuz y siguió pastando. El muchacho le empezó a acariciar la giba y poco a poco se fue dirigiendo al cuello. Al mismo tiempo, su padre se iba colocando al otro lado del animal, a la altura de la cabeza. Cuando Mwampaka alcanzó la altura del cuello, rodeó éste con una correa de cuero, momento que aprovechó Ikoneti para agarrar fuertemente la cornamenta del bovino. Mwampaka ató fuertemente la correa al cuello del animal, de tal forma que enseguida se notó la yugular del buey bajo la piel. El muchacho que había llamado Mwampaka se colocó frente a la misma y lanzó la flecha a quemarropa, provocando un agujero en la piel del animal de donde brotó un chorro abundante de sangre.


Inmediatamente, Ikoneti dispuso la calabaza que llevaba debajo del chorro de sangre, esperó el tiempo que consideró adecuado, y cuando creyó que ya tenía suficiente hizo una señal a su hijo. Éste aflojó el nudo de la correa. La sangre dejó de brotar tan rápido y el muchacho del arco cerró la herida con un empaste que tenía preparado y que consistía en una mezcla de tierra y estiércol. Esa mezcla de tierra y estiércol hizo que se coagulara muy pronto la sangre y se cerrara la herida de tal forma que el buey no perdió más del litro o litro y medio que Ikoneti había extraído. Más o menos la cantidad que el laibón le había pedido para un muchacho de la aldea, que se encontraba enfermo.

Makutule se acercó al muchacho del arco.

-¿Cómo es la punta de la flecha?

-Mírala tú mismo, está hecha de madera, la punta la tiene roma, ¿sabes por qué?

-¿Así no penetra mucho?

-Premio para el niño listo. ¡Ikoneti! -llamó al padre- Tienes aquí a un curiosillo, que le gusta saber trucos, quizá fuera mejor que se lo dejaras al laibón para que le enseñara el oficio.

Ikoneti se volvió, vio la escena y sonrió. Ya se había dado cuenta que Makutule tenía una curiosidad superior al resto de sus hijos. Siempre andaba preguntando el porqué de las cosas. Quizá fuera verdad, pero mientras, deseaba que se hiciera un pastor, un guerrero y un Maasai.