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jueves, 24 de mayo de 2018

LCP Cap. 78: EL MATRIMONIO MAASAI


Hasta ahora, Makutule y Lengwesi, nuestros principales protagonistas, han vivido la experiencia de los distintos rituales de iniciación que los convertían, sucesivamente, en morani, el Emorata, y en maasais adultos, el Eunoto. A partir de este último, pasarán a tomar esposa, a casarse. Pero, ¿cómo es el matrimonio en el pueblo Maasai?

Los matrimonios, dentro de la etnia Maasai, suelen estar decididos generalmente por el padre, y suele hacerse durante la infancia de los niños, incluso a veces antes del nacimiento. En el caso del sexo femenino, ellas suelen casarse con hombres muy mayores respecto a las muchachas y que tienen ya varias mujeres.


Si no se da ninguno de esos antecedentes, suele celebrarse una feria de matrimonios, dónde los jóvenes buscan pareja. Se busca pareja en otros clanes, para evitar la consanguinidad y los problemas que suele conllevar.

Para comunicar su intención de casarse a la candidata correspondiente, tanto Makutule como Lengwesi tendrán que hacer sonar delante de ella sus campanillas, que llevan al efecto, tantas veces como ganados tenga su padre. Antes de casarse, nuestros protagonistas deben haber alcanzado cierta riqueza, que se traduce en el ganado que poseen por sí mismos, o del que pueden disponer. Normalmente, aunque la dote se suele discutir, suele contar, al menos, con tres vacas, un buey y dos ovejas.

Campanilla Maasai de hierro con cuero

Hasta aquí hemos hablado desde el punto de vista del hombre Maasai. ¿Pero qué ocurre con la mujer, con el sexo femenino? Aunque ya dimos algunas pinceladas en capítulos anteriores, vamos a explicarlo un poco más en profundidad.

Pero para eso necesitáremos un tiempo un poco más largo que el de parte de una entrada. De ahí que la próxima entrada la dedicaremos a ellas. Hasta entonces, queridos amigos, nos vemos en la red.


jueves, 10 de mayo de 2018

LCP Cap.76: EL EUNOTO. EL PASO A LA MADUREZ DEL MORANI


Habíamos dejado a nuestros queridos Makutule y Lengwesi en la Gran Reunión Maasai, donde se decidió el abandono de las prácticas guerreras y de las razzias contra los poblados de otras etnias distintas a la suya propia.

En ese momento estaban llevando la vida típica de morani, de guerrero Maasai. Y así lo harán durante quince años hasta que lleguen al siguiente paso en su maduración, dentro de la sociedad maasai.

Como pudimos ver, la sociedad Maasai está estructurada en los llamados grupos de edades, que son aquellos grupos de varones, y también de mujeres, que pasan los rituales de iniciación (circuncisión, Emorata) y de maduración (Eunoto) en el mismo momento.

Pues bien. A nuestros dos hermanos ya les ha llegado el momento de pasar ese ritual de maduración, el Eunoto, el cual se celebra, aproximadamente, a los 15 años de haber realizado el Emorata. Con este rito los morani pasan a adquirir responsabilidades dentro de la vida del poblado. Ya no son simples guerreros que luchan contra los enemigos, o contra las fieras salvajes. Desde el momento en que se celebre el Eunoto, podrán formar una familia, casarse (siempre fuera del clan de la familia, y, por supuesto, al no ser monógamos, con varias esposas). También podrán adquirir ganado propio. Y si todo sale según las expectativas, engendrarán hijos que continúen su legado.

Por tanto, el Eunoto es la ceremonia más importante en la vida de un morani. Supone la transición de guerrero joven a adulto y desde ese momento podrá, tal como he dicho antes, casarse, tener hijos y tener posesiones. Si alguien pensaba que el ritual más importante era el Emorata, la circuncisión, se equivocaba.

Pero pasemos al ritual propiamente dicho. Metámonos en la piel de nuestros dos hermanos y vivamos con ellos el Eunoto.

En un primer momento, todos los morani van a pintar sus rostros con pintura rojiza. Con ello quieren simbolizar su ferocidad y su arrojo en la lucha. Abandonan sus lanzas y solamente van armados con largos palos. Hay que indicar que la ceremonia se va a celebrar en un recinto construido por las madres de los guerreros. Este recinto se rodea de chozas, y se celebrarán festivas danzas.

Por tanto, aquí tenemos a Makutule y Lengwesi que están pintándose sus cabezas de ocre, de rojo para destacar su valentía, dentro del resto de los compañeros del grupo de edad.

En el ritual toman parte cuarenta y nueve guerreros. Es una ceremonia de toda la comunidad; y, al igual que en otras ocasiones, centenares de personas, procedentes de enkangs distintos, asistirán a la misma. Los detalles de la ceremonia se preparan con sumo cuidado.


En un primer momento nos encontramos con el ritual de la fiesta del buey negro. ¿Por qué negro? Ya sabemos de entradas anteriores que los Maasais adoran a Ngai, su Dios supremo. Pues el color bueno de Ngai, de Dios, es el negro. De ahí la necesidad de que el buey tenga también el mismo color. Una vez escogido el buey, desde bastantes días antes de la ceremonia se le va a engordar a base de cerveza de miel mezclada con hierbas, pero no con unas hierbas cualquiera, sino con hierbas escogidas específicamente para este ritual.

Se procede a la punción de la yugular, acontecimiento que todos hemos podido ver en los documentales. Y todo el grupo de morani, dirigidos por el laibón, va tomando pequeños sorbos de la sangre del buey, que se ha mezclado con leche. Después, cada uno de ellos, uno por uno, deberán beber la sangre directamente de la yugular del buey.

Una vez se sacrifica el buey en el recinto que se ha preparado para ello, todo él es empleado durante la ceremonia. La piel será consagrada por el laibón, y llevadas por mujeres mayores, parientes de los morani que están celebrando el Eunoto, fuera del poblado, en donde la clavarán en el suelo. Una vez seca, empiezan a cortar la piel en trozos suficientes para que todos los graduados en la ceremonia puedan exhibirlos.

Para mostrar la cohesión del grupo, y la obediencia a sus hermanos de grupo de edad, todos ellos deberán morder el corazón y los pulmones del buey sacrificado.

Una vez que Lengwesi y Makutule han pasado por todo ello, no llega al fin de la ceremonia, sino que asistiremos con ellos al culmen de la misma. ¿Y cuál es ése?

Ése, queridos amigos, lo veremos en la próxima entrada de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.



miércoles, 2 de agosto de 2017

LCP Cap. 66: LA ÚLTIMA PRUEBA DEL EMORATA (VII).


-¿Tienes todo preparado? -preguntó Ikoneti a Lengwesi.

-Sí, padre. -respondió Lengwesi, que iba a bajar la cabeza ante su padre en señal de respeto.

-¡No, Lengwesi! -le paró su padre, indicándole con la mano que subiera la cabeza- Recuerda. Ya eres un morani. Ya no debes respeto a nadie. Te lo deben a ti.

-Pero usted es mi padre. -replicó Lengwesi.

-¡A nadie! -dijo Ikoneti con rotundidad- Ni siquiera a tu padre. -y tras un instante de tenso silencio, continuó- Y más después de lo que vas a hacer.

-Todos los guerreros Maasai lo han hecho.

-No por eso es menos meritorio. Y no todos lo han hecho. Muchos han muerto en el intento.

-Te prometo que yo no moriré. -afirmó Lengwesi con decisión.

-No pretendas conocer lo que Ngai (Dios) te tiene preparado.

Lengwesi se quedó parado. No conocía que Ikoneti hubiera perdido a ningún hijo a manos de Simba, el león. Ésta era la prueba, la última que tenía que pasar para ser consagrado como guerrero Maasai. Enfrentarse al león, armado únicamente con su lanza y su machete, matarlo, cortarle la melena, para luego enarbolarla como señal de victoria en las danzas festivas a la vuelta de la expedición en la que se disponía a partir junto a sus compañeros de circuncisión.

-No, padre. No pretendo molestar a Ngai. Muy al contrario. Sé que me ayudará. -dijo Lengwesi al cabo de unos segundos.

-Nadie sabe los dictados de Ngai. -sentenció Ikoneti, y añadió- Sólo pretendo que vayas con mucho cuidado. Y no te confíes.

Esto último se lo dijo poniéndole las manos en los hombros, en señal de cariño. Era un acercamiento al que Lengwesi no estaba acostumbrado. Ikoneti se había saltado su seriedad, su distanciamiento, su severidad; y había realizado un gesto paternal. Más raro aún, pues lo estaba haciendo en la puerta de la choza, delante de toda la comunidad. Lengwesi no supo que hacer. Se sintió azorado. Sólo acertó a realizar una afirmación con la cabeza. Dio la conversación por acabada, se despidió de su padre y del resto de su familia y se unió al grupo, que partió en busca de Simba, el león, el rey de los animales.


Tuvo que alejarse bastante de su enkang el grupo de morani para encontrar a su presa. Ikoneti había escogido el lugar de asentamiento tan bien y tan alejado de las fieras, que necesitaron tres días con sus tres noches para llegar a una zona donde encontrar por fin el rastro de la fiera. Primero empezaron a notar los olores que desprendían los orines del león, dejados como signo de su dominio del territorio; después descubrieron aquí y allá deyecciones del animal; más tarde los restos de las presas que había cazado y de las que había dado buena cuenta; y, por fin, las huellas que confirmaban su presencia.

Siguieron las huellas metódica y cuidadosamente hasta llegar a una zona arbustiva donde había restos de presas junto con bastantes huellas. Al examinarlas, decidieron que eran todas de un solo ejemplar. Además, el ejemplar debía tener algún defecto físico o algún daño, pues los restos de las presas indicaban que se trataba de individuos de pequeño tamaño, no de grandes herbívoros. Por tanto, debían prepararse para el enfrentamiento contra un león que se encontraba sólo y enfermo. Ahora sólo quedaba saber si, como se podía presumir por la experiencia acumulada en la cultura Maasai a través del tiempo, se trataba de un macho.

Establecieron puestos de vigilancia y el león no apareció. Sabían que podría tardar mucho, por lo que hicieron turnos durante la noche. Nada. Esperaron todo el día siguiente, pero la fiera no daba la cara. ¿Y si les había olido y se había marchado? No sería la primera vez. Decidieron aguantar una noche más. Si la fiera tenía aquí su cubil, ¿por qué no aparecía? Al día siguiente, el tercero, empezaron a pensar en marcharse. Total, podían probar suerte en campo abierto. Dar una batida, como les habían contado sus abuelos, y encontrar un macho. Más arriesgado para su seguridad, pero más seguro para encontrar al rey de los animales. Y estos pensamientos les cruzaban por su mente cuando apareció.


Se trataba de un ejemplar majestuoso. Poseía una melena grande, rubia, redondeada, que le llegaba hasta el pecho. Le hacía parecer al sol en su cenit. Salió de unos matorrales. Traía en sus fauces una gallina de Guinea. Al principio se le veía un animal soberbio, sin ninguna tara. Sin embargo, al andar se pudo observar que arrastraba el cuarto trasero derecho. De vez en cuando lo apoyaba y daba un saltito, lo que le permitiría posiblemente dar caza a piezas pequeñas y sobrevivir. Pero el magnífico animal estaba tarado.

El león se dirigió a su cobijo de la zona arbustiva, ignorante de lo que se avecinaba. Lengwesi miró a los compañeros que tenía a su derecha e izquierda. Todos asintieron y a la de una, saltaron con las lanzas y machetes, gritando, sobre el león. Éste, sorprendido, soltó la presa y se revolvió. De un zarpazo, lanzó a uno de los maasai a cinco metros de distancia, con la cavidad abdominal abierta. Otro, que fue a clavarle una lanza en el cuello, al volver la cabeza la fiera, desvió el arma. El maasai elevó su machete al aire, pero no le dio tiempo a más, pues el león saltó sobre él, le derribó y le rompió el cráneo, oyéndose un horrendo crujido, de un mordisco.

Lengwesi elevó su lanza lo más alto que le permitían sus brazos y la hundió en el pecho de la fiera, traspasándola. La fiera lanzó un rugido tremendo al sentir el lanzazo mientras elevaba la cabeza. Tuvo tiempo aún de revolverse, encarar a Lengwesi, que ya se había preparado para el ataque con el machete, y se derrumbó en el suelo, muerta. Los maasai lanzaron un grito de júbilo, Lengwesi relajó los músculos, cuando, súbitamente, de la espesura detrás de Lengwesi surgió un león joven saltando sobre él. Al mismo tiempo, una lanza cruzaba el aire, ensartando al segundo león por el tórax y hacía que cayera, fulminado, a los pies de Lengwesi, que en este caso, ni siquiera había podido tener tiempo para volverse.


Una vez que recuperó el aliento, Lengwesi preguntó:

-¿Quién ha sido mi salvador?

Nadie contestó.

-Alguien tenéis que haberlo hecho.

-Ninguno de nosotros hemos tirado la lanza. Tenemos nuestras lanzas aún en nuestras manos.

Y era verdad, sus compañeros se las mostraron.

-¿Entonces? -preguntó Lengwesi.

Alguien que salió de la espesura en ese momento, se dirigió a Lengwesi.

-Bueno, hermano, creo que la cabellera entera del segundo será para mí. Te parece justo, ¿no?

-¿Makutule? -preguntó Lengwesi asombrado.

-Sí, hermano.

-¿Has sido tú?

-La verdad es que sí, pero con mucha suerte y ayuda de Ngai. La próxima vez, comprobad bien las huellas.

-Lo haremos, hermano, lo haremos.


miércoles, 19 de julio de 2017

LCP Cap. 64: LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (V). EL ALATIM Y LA BEBIDA RITUAL

Acacia Tortolis. La especie de acacia más común de la sabana africana.

El día grande amaneció por fin para Lengwesi. Su madre le despertó y él, que casi no había podido conciliar el sueño al pensar en la nueva etapa que iniciaba a partir de esa madrugada, se levantó de un salto, cogió su árbol "Alatim", y salió a la puerta de su choza a plantarlo.

La tarde anterior, tras mucho buscar, encontró un buen tallo de acacia de unos cinco a diez centímetros de longitud. Lo que medía la palma de su mano abierta, según le había dicho su padre. Había decidido que lo mejor era plantar, como "alatim" a la puerta de su casa, una acacia. Eran los árboles más numerosos de la sabana, podían alcanzar los once metros de altura y su tronco un grosor de un metro. Pero lo más importante era que sus ramas, a partir de determinada altura, se distribuían de manera horizontal, dando lugar a una benéfica sombra alrededor de su tronco, de la que se aprovechaban todos los animales de la sabana. Por estas razones, Lengwesi se decidió por la acacia.

Al poco de plantarla, llegaron a la choza su padre junto con su tío y dos de sus primos. Eran los parientes, ya circuncidados, que Lengwesi había escogido para que le acompañaran en la operación, y le sujetaran durante la misma si ello llegaba a ser necesario. A todos ellos se les unió su madre, y el resto de sus hermanos y familiares. De esta manera, todos juntos se prepararon para la llegada del Torrobo, que sería el que celebraría la ceremonia.

Mujer Okiek con su bebé en brazos.

Tuvieron que esperar un tiempo a que llegara, pero por fin hizo acto de presencia el Okiek (los Maasai llaman a los Torrobo Okiek) que había contratado su padre para realizar la circuncisión. Alguien que no fuera maasai, que no perteneciera al grupo étnico maasai, no sería capaz de distinguir a un Okiek de un Maasai. Su manera de vestir era muy parecida, así como sus adornos; pero los Okiek no pasaban de ser una burda imitación de la elegancia en la apostura, en la vestimenta y en los complementos que caracterizan a los Maasai. Ikoneti estaba orgulloso de que, por mucho que lo intentaran, los Okiek nunca los igualarían.

-¿Está el muchacho dispuesto? -preguntó el Torrobo al llegar a la choza, delante de la cual estaba reunida toda la familia.

-Sí. -era Ikoneti quién respondía, con su voz, fuerte, segura, profunda.

El Torrobo sacó un paquete de tela de su morral y lo desplegó en el suelo, al lado del fuego. En él llevaba envueltos los cuchillos de la circuncisión. Una vez abierto, levantó la vista al grupo y ordenó:

-Que se acerque el muchacho.

Lengwesi se acercó lentamente a él, seguido por su tío y sus dos primos. Lo hizo de forma pausada, casi parsimoniosa. Una vez estuvo junto al Torrobo, éste le examinó el miembro viril, el cual, debido a la emoción que embargaba al muchacho, se hayaba erecto.

-¡Vaya! -se sorprendió el hombre- Tenemos un buen calibre.

El tono que usó fue totalmente neutro. Todos estaban esperando el momento cumbre. Y llegó. El Torrobo agarró la punta de la piel del prepucio de Lengwesi con una mano de forma firme y estiró de ella. El muchacho notó el tirón pero no expresó ninguna muestra de dolor. Sus padres, sin embargo, y tal como mandaba la tradición, empezaron a quejarse a voz en grito. Con la otra mano, el hombre, que sostenía firmemente el cuchillo, comenzó a cortar sin ningún tipo de titubeo la piel del prepucio que cubría el glande y el pene del muchacho. Tanto Ikoneti como la madre de Lengwesi estallaron en un alboroto de gritos, lloros, chillidos, quejas, pataleos. Sin embargo, el muchacho se mantenía firme. Ni siquiera fue necesaria la intervención de sus primos, ni la de su tío. Por dentro, Lengwesi luchaba porque una lágrima furtiva, que pugnaba por salir, no se dejara ver al exterior.

Por fin, la operación acabó. El Torrobo guardó sus cuchillos, felicitó al muchacho y a sus padres y continuó con su labor. Para Lengwesi quedaba una última ceremonia antes de retirarse a curar la herida de la circuncisión.

-Ya puedes beber la sangre de la vaca. -le acercó un recipiente su padre, donde estaban mezcladas la sangre de una ternera con leche agria. Lengwesi bebió.

-Gracias, padre. -acertó a decir. El dolor empezaba a invadirle por entero.

-¡Muy bien, muchacho! -le dijo su tío- Ya no tienes que agacharte delante de nosotros para que te toquemos la cabeza. ¡Ya eres morani!


-Sí, pero ahora dejad que le hagamos la primera cura, antes que se vaya con el grupo a la cabaña de aislamiento. -terció su madre, que prácticamente arrancó a Lengwesi de manos de sus tíos, primos y hermanos.

Lengwesi lo agradeció. Estaba ya muy mareado. Se sentía a punto de desplomarse. El interior de la choza lo notó con una familiaridad extraña, como si las horas pasadas fuera de la misma hubieran sido días o meses. Al contárselo a su madre, ésta le explicó:

-La sensación de la circuncisión y la fuerza que tenéis que hacer para no llorar os produce ese efecto.

Le estaba poniendo una cataplasma hecha con hierbas, leche y estiércol.

-Ésto te clamará. Ya lo verás. -le decía mientras se la aplicaba en el miembro viril, con mucha delicadeza- ¿A qué no sabes quién te la ha preparado?

-No, madre. ¿Quién?

-Tu hermano. Makutule.

-¡Qué bien! Makutule. -y Lengwesi cayó en un sueño muy profundo.

Foto cortesía de Elena Cerezo

martes, 11 de julio de 2017

LCP Cap. 63: LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (IV). EL ENGARE ENDOLU


Con toda esta conversación habían llegado al arroyo. Éste corría salvaje, raudo, hacia la planicie. Sus aguas eran cristalinas. Provenían de un manantial que se hallaba mucho más arriba, cerca de la cumbre. Lengwesi recordaba haber ascendido la corriente del arroyo, junto con alguno de sus amigos, en busca del manantial, hacía ya algún tiempo. En uno de los recodos del arroyo, un muro de rocas no les permitió continuar el camino, por lo que no consiguieron alcanzar la fuente del mismo. Pero la excursión les sirvió para conocer otro tipo de fauna diferente a la que estaban acostumbrados. Los colobos, monos que vivían en los árboles, avisaban de su paso al resto de los habitantes del bosque. Dik-diks de bosque, más pequeños que los de sabana. Y multitud de paseriformes, pájaros de vivos colores, mucho más abundantes y variados que en el llano; y que precisamente necesitan los colores para comunicarse en el sotobosque.

Una voz le sacó a Lengwesi de sus recuerdos. Era la de su tío.

-¡Vamos, muchacho! ¡Desnúdate! ¡Qué hay que lavarte de la cabeza al dedo gordo del pie!

Ya se oían las primeras quejas seguidas de los primeros reproches. El agua, como era de esperar por el lugar y el momento del día, estaba bastante fría. Y los acompañantes les estaban afeando la conducta a sus jóvenes aspirantes a circuncisos.

-¡Pues buenos estamos si os quejáis por un poco de agua fría!

-¡Menudo papelón vais a hacer mañana!

-¿Y así estáis de preparados para la ceremonia de mañana?

Lengwesi, a pesar de que el agua fría le penetraba por todos los poros de su piel como agujas, procuró en todo momento no quejarse ni ofrecer el menor atisbo de dolor o impresión.

-Tranquilo, chico. -le decía su tío mientras le restregaba fuertemente la piel- No pasa nada porque ahora se muestre uno quejica. Lo importante es mañana, en la circuncisión. ¡Ahí es donde se acrisola el valor! -esto último lo había dicho en un tono serio y triste al mismo tiempo.

Calabazas Maasai
Lengwesi tenía los dos pies metidos en un recipiente, de tal forma que toda el agua usada para limpiarlo caía y se recogía en dicho recipiente. Una vez quedó lavado, ese agua que había sido usada para su aseo y que estaba sucia se guardó en la calabaza que había cogido Lengwesi al salir de la choza. En el viaje de vuelta fue nuevamente su tío quien explicó al muchacho el significado de esa agua:

Hacha Maasai de mediados s. XX
-El agua que llevas en la calabaza, Lengwesi, es el agua de la limpieza de toda tu juventud incircuncisa. Se llama "Engare Endolu" (agua del hacha) porque cuando llegues a tu choza la guardarás toda la noche junto con un hacha. Este agua simboliza el lavado y al limpieza de todas las transgresiones que hayas hecho desde tu niñez hasta el día de hoy.

-De acuerdo, tío. -respondió el muchacho.

-Porque mañana, Lengwesi, recuérdalo bien, el corte de la carne te convertirá de muchacho a hombre. Te hará un auténtico Maasai.

Tío y sobrino se miraron con complicidad. Ya se hallaban cerca del enkang. En la entrada al mismo, expectantes, se encontraban los niños de menor edad, que estaban atentos a todo lo que suponía la preparación para la gran fiesta del Emorata que se iba a celebrar al día siguiente. Entre el barullo formado por los pilluelos entraron los aspirantes a morani, y cada uno de ellos se dirigió a su cabaña. Allí les esperaba su madre. A Lengwesi le recibió la suya.

-Madre, aquí estoy con la Engare Endolu. -le dijo el muchacho alargándole la calabaza que contenía el agua de su limpieza ritual. Su madre sonrió. Era una sonrisa franca, en la que dejaba ver su dentadura que, a pesar del paso de los años y los embarazos que había sufrido, se conservaba sana. Estaba orgullosa de que otro de sus hijos fuera a hacerse morani, guerrero maasai.

-Vamos, entra. Encontrarás el hacha en el rincón más alejado de la puerta. -le indicó a Lengwesi- Y luego vuelve fuera, que hay que continuar con la preparación.

-¡Sí, madre!

Lengwesi entró sin que se lo repitieran dos veces. Su madre quedó sola por un momento, y miró las navajas que tenía preparadas para afeitar la cabeza de su hijo, para que después él mismo se afeitara el resto del cuerpo, así como el vestido nuevo y las sandalias que debía usar a partir de ahora y que serían las primeras posesiones que tendría, pues todo lo que le había pertenecido hasta ahora debía abandonarlo.

Lengwesi salió rápidamente.

-¡Ya estoy aquí, madre!

-Muy bien. Pues empecemos. -y cogiendo uno de los cuchillos comenzó a rapar cuidadosamente la cabeza de su hijo.

-Madre.

-Sí, hijo mío.


-El tío me ha contado que el Emorata de la mujer es más duro que el del hombre.

-¿Y por qué cree él que es más duro? -se interesó la madre.

-Porque dice que os cortan más carne y de la parte más sensible del cuerpo.

La madre de Lengwesi quedó paralizada. Siempre le había dado gracias a Ngai (Dios) por haber tenido sólo varones, y no tener que someter a ningún retoño suyo a lo que ella sufrió en el Emorata. Pero nunca imaginó que uno de sus hijos pudiera preguntarle precisamente eso. Tras unos segundos, siguió rasurando la cabeza de su hijo.

-¿Por qué te ha contado eso?

-No sé. -dijo Lengwesi tranquilamente- Surgió en la conversación.

-Me imagino que quería hablarte como si fueras ya un morani. -dijo su madre más relajadamente- Sus razones tendría.

-Entonces, ¿es verdad? -Lengwesi insistió. Su madre creyó que ya no era ningún niño y que no debía zafarse de la pregunta, por mucho que a ella le resultara dolorosa.

-Sí, Lengwesi. Sí es verdad. -y cambiando el tono de voz a uno totalmente autoritario- Y ahora, aspirante a morani, eres tú el que te tienes que rapar el resto del cuerpo. Y recuerda que después debes limpiarte adecuadamente, sin dejarte un sólo pelo.

Lengwesi aseguró a su madre que así lo haría y cogió otro de los cuchillos que había, comenzando a rasurarse adecuadamente todos los pelos que quedaban en su cuerpo. Cuando toda su piel quedó bien limpia de ningún pelo, se dirigió a su madre. Ésta le revisó de arriba a abajo.

-Bien. Ahora te toca ponerte este vestido y estas sandalias nuevas, que son signo de tu nueva etapa. -Lengwesi se puso la vestimenta y las sandalias. Su madre añadió:

-Ahora tienes que buscar el árbol "Alatim". Es el árbol que vas a plantar mañana por la mañana, y que será símbolo de tu hombría. Así que ya sabes, -y se acercó a él para darle un abrazo, tras lo cual completó la frase- ya sabes, busca el más fuerte y el que mejor arraigue.

-Así lo haré, madre.

Ella vio como Lengwesi salía del enkang. Estaba segura que lo lograría. Era un muchacho valiente e inteligente. Pero ésta era la prueba más fácil de todas a las que se tenía que enfrentar a partir de ahora.


lunes, 12 de junio de 2017

LCP Cap. 61: EL EMORATA. LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (II). EL LAIYOK.


Ikoneti, como buen maasai, respetuoso de las tradiciones, ya tenía todo preparado para el Emorata de Lengwesi. Ya había comprado el toro que necesitaba para la celebración. De la misma manera, había dispuesto miel en cantidad suficiente, mezclada con agua y unas determinadas raíces, en varias calabazas junto al fuego de la boma, en las últimas dos semanas, para proceder a su fermentación. De esta forma había obtenido la cerveza con que iba a agasajar a los familiares y amistades que acudieran al Emorata. Cuando faltaran dos o tres días, lo filtraría y lo dispondría en calabazas más pequeñas, para que su distribución fuera más fácil.


Lengwesi había cumplido con su tarea. Había recolectado las suficientes plumas de avestruz. Éso le permitiría que el periodo de aislamiento tras el Emorata se limitara únicamente al necesario para la cura y cicatrización del corte que se le iba a realizar cuando se le extirpara el prepucio. Las plumas del avestruz las necesitaba para la corona con la que se decoraban la cabeza los jóvenes recién circuncidados.

Otros aspirantes a morani debían esperar cazando pájaros, una vez que se habían curado, y usando las plumas de dichas aves para su tocado, lo cual hacía que su periodo de aislamiento se alargara meses. Por otro lado, aquellos que gritaban o lloraban durante la circuncisión debían lucir un tocado en la cabeza de plumas grises, no de colores, como lucía el resto, los que sí se habían aguantado las ganas; los que sí se habían comportado como valientes morani.

Muchacho maasai neocircuncidado con tocado de plumas de avestruz.

Ikoneti, al pedir a Lengwesi que recogiera las plumas de avestruz, blancas, contaba con ello. Conocía de sobra la valentía de su hijo y sabía que no gritaría ni lloraría.

Esa mañana, un alboroto que llenaba de gritos, cánticos y llamadas todo el enkang, despertó a Lengwesi. Era el día previo al Emorata, y de pronto se abrió la cortina de la choza donde Lengwesi estaba durmiendo.

-¡Lengwesi! ¡Sal! ¡Qué empieza el Laiyok!

El Laiyok era el rito de purificación previo al Emorata y que se realizaba el día anterior. Comenzaba temprano por la mañana. El grupo de los muchachos que iban a ser circuncidados se dirigía al arroyo más cercano para lavarse.

-¡Qué no se te olvide la calabaza! -volvió a atronar la voz en el interior de la choza.

-Vamos Lengwesi, levántate. -esta vez era su madre quién le conminaba a levantarse- Si no, tu tío nos va a dejar sordos.

Lengwesi se desperezó, cogió la calabaza y salió al exterior de la choza, donde le esperaba su tío. Éste, al verle, le introdujo en el grupo de los que iban a ser circuncidados y continuaron llamando a los que quedaban por despertar.

Una vez estuvieron todos, iniciaron el camino hacia el arroyo que, naciendo de las montañas cercanas, discurría rápido en su primer tramo para luego, al llegar al llano, enlentecer su camino provocando una zona pantanosa. Ellos se dirigían al tramo alto, allí donde las aguas corrían libres y rápidas.

-Escogió muy bien tu padre el nuevo asentamiento. -el tío de Lengwesi siempre había estado unido a la familia de Ikoneti.

-Sí, tío. Fue un acierto. Sobre todo la fuente de agua tan cercana.

-¿Te has entrenado para mañana? -los muchachos maasai que van a ser circuncidados suelen practicar con los compañeros, pellizcándose fuertemente la piel del prepucio, intentando aguantar todo lo posible sin pestañear.

-Sí, tío. -fue la respuesta de Lengwesi.

-Me alegro. Y me alegro que seas un varón. -dijo entonces su tío.

-¿Por qué? -preguntó Lengwesi extrañado.


Pero ese porqué que Lengwesi le pregunta tan extrañado a su tío, lo encontraremos en la próxima entrega de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.

Hasta ese momento, queridos amigos, nos vemos en la red.

martes, 6 de junio de 2017

LCP Cap. 60: EL EMORATA. LA CIRCUNCISIÓN MAASAI. (I)

Jóvenes Maasai en la ceremonia del Emorata.

Han pasado varios años y Lengwesi ha ido creciendo. Ya casi no queda nada, a sus quince años, del niño que aquel primer día, guíado por su padre, acompañó a su hermano Makutule por primera vez al rebaño de vacas. Y escucharon por primera vez la historia de Dios, de Ngai. Desde entonces han pasado multitud de cosas. La adopción de Makutule por parte de Obago, el laibón de la zona en que se encontraban. La muerte de Mwampaka en una de las muchas incursiones maasais para la obtención de ganado de otras tribus. El funeral de este último y el posterior traslado del enkang, tal como mandaba la tradición, a un día de distancia del lugar donde se encontraban antes. Pero ahora llegaba una ocasión muy especial para él, para su vida. La ceremonia del Emorata.

La ceremonia del Emorata era aquella en la que un muchacho maasai deja de ser un niño para convertirse en un morani, en un joven guerrero. Es aquella en donde comienza a contar algo para la comunidad maasai. No suele celebrarse todos los años, de ahí que la edad de los que la realizan puede oscilar entre trece y dieciocho años. Lengwesi alcanzaba los quince.

Jóvenes en los que se ha realizado la circuncisión y se les está realizando los cuidados posteriores

Los preparativos habían comenzado tiempo atrás. Un día su padre, Ikoneti, le había llamado a su presencia.

-Padre, aquí estoy. ¿Para qué me querías?

Avestruz
-Cuando acabe la estación de las lluvias -comenzó Ikoneti sin preámbulos- se va a celebrar el Emorata y tú ya estás preparado para pasarlo. -a Lengwesi le brillaron los ojos de alegría- Debes ir guardando aquellas plumas de avestruz que veas que son dignas para la ceremonia.

-Sí, padre. -contestó Lengwesi. Ikoneti le miró seriamente, pues no esperaba la interrupción.

-No he acabado. -Lengwesi bajó la cabeza en señal de respeto- Yo iré preparando la miel para la fabricación de cerveza; y me encargaré de elegir la cabra con la que pagaré al Torrobo que te circuncidará. -Ikoneti observó una cara de extrañeza en Lengwesi- ¿Pasa algo, Lengwesi?

Lengwesi se atrevió a hablar.

-Sí, padre. Creí que serías tú el que me circuncidaría.

Ikoneti esbozó una leve sonrisa, y después continuó con gesto serio:

-No. Yo como padre, junto con tu madre, tenemos que hacer la pantomima de retorcernos y gritar de dolor. Es el papel que nos corresponde en el Emorata. Tú, en cambio, debes estar callado y mostrar en todo momento tu valentía.

-Sí, padre.

-De acuerdo. Una última pregunta, ¿has tenido sexo en algún momento con una mujer circuncidada?

A Lengwesi le sorprendió que le interrogara sobre ese particular.

-No, padre. ¿Por qué me lo preguntas?

Los maasai no tienen ningún tipo de tabú en cuanto a las relaciones sexuales. Sin embargo, hay cierto tipo de ellas que conllevan una serie de penalizaciones. Una era la que le había preguntado Ikoneti, por eso le aclaró:

Cuchillo de circuncisión Maasai
-Si lo hubieras tenido, los cuchillos de tu circuncisión se volverían malditos y habría que avisarlo al Torrobo antes que aceptara circuncidarte. ¡Me costaría otra cabra más! -acabó Ikoneti con sorna.

Dado que veía a su padre con mejor humor que otros días, Lengwesi se atrevió a preguntarle una duda que le había quedado.

-¿Puedo preguntarle una duda, padre?

-Dí.

-¿Quién es un Torrobo? ¿Tiene que ser obligatoriamente uno quién me circuncide? ¿Por qué no puede ser un familiar?

-Los Torrobo, Lengwesi, -Ikoneti le había puesto la mano sobre el hombro al muchacho- simbolizan a nuestros antepasados, a los antepasados de los Maasai. Según la leyenda, vivieron en el Parakwo (Jardín del Edén). También son los oficiantes en las ceremonias para atraer la lluvia, y también los llamamos para los funerales. Por ello quiero que sea un Torrobo el que te circuncide. ¿Lo has entendido?

-Sí, padre. -contestó Lengwesi con una amplia sonrisa.

-Tú preocupaté de no llorar o gritar durante la ceremonia, pues entonces me llenarás de vergüenza y la riña que te esperará de mi parte la recordarás toda tu vida.

-Sí, padre. Descuida, padre. Estarás orgulloso.

Y Lengwesi se alejó del lado de Ikoneti.