lunes, 4 de diciembre de 2017

LCP Cap. 68: LA DANZA DEL PUEBLO MAASAI


Al atardecer del día en que el grupo volvió de la caza del león, comenzaron las danzas de celebración por el regreso de la partida de Lengwesi. Los maasais se agruparon, los morani, y las mujeres maasais, las más jóvenes, distribuyéndose en círculo, y empezaron a moverse de forma cadenciosa, con un movimiento del tórax hacia delante y hacia atrás rítmico, que poco a poco se fue intensificando, haciendo que los pesados collares de cuentas de las muchachas golpearan sus hombros y pechos al compás de la danza. En ese momento, uno a uno, los morani, los guerreros maasai, tanto los nuevos guerreros que habían vuelto de su prueba contra la naturaleza, como los que ya llevaban años disfrutando de su vida como morani, se fueron situando en el centro.


Y es entonces cuando comienza la parte de la danza maasai que conocemos todos por las películas, los relatos de viajes y los documentales. El morani, recto, se diría que rígido como un poste de telégrafos de los de antaño, como un mástil de un barco, las manos pegadas a los costados, las rodillas juntas y un puñado de hierba fresca apretada bajo los sobacos, comienza a saltar. Primero hacia arriba, probando su capacidad para el salto, y en cuanto ha cogido confianza, para lo cual tarda muy poco, empieza a realizar unos saltos verticales alcanzando alturas inverosímiles para cualquier occidental que quisiera probar, o igualar, a dicho guerrero maasai. Estará realizando estos saltos verticales durante algún tiempo, hasta que se canse, o hasta que haya llegado a su altura máxima, o bien hasta que otro morani le desplace para mostrar él sus dotes de salto y de agilidad.


Todo este despliegue de fuerza, armonía, agilidad y precisión -pues los saltos deben ser realizados siguiendo una verticalidad absoluta- puede durar varias horas, y el baile acabará cuando todos queden exhaustos.

Así ocurrió en el enkang de Lengwesi. Se celebró con una gran danza a los supervivientes del encuentro con simba, el león. La fiesta duró hasta cerca del amanecer, y se llegó a la extenuación de todos.


De todos menos de Ikoneti. El patriarca simplemente había adoptado una actitud de observación. Le gustaba el bullicio y la alegría de los niños y de los jóvenes. Le recordaba su juventud. Disfrutaba viendo como reían, se hacían bromas, se perseguían; de los jóvenes lo que le gustaba era la apostura, la gallardía, el orgullo que sentían al verse ya como guerreros maasai. Como cuando él lo había sido. Pero aquel tiempo quedaba ya lejano. Sabía que el tiempo se acababa y que una nueva era estaba a punto de llegar.
Justo, cuando empezaba a despuntar el sol en el horizonte, un muchacho se le acerco y se sentó a su lado.

-Se ha pasado bien la noche, ¿Verdad, padre? -Era Lengwesi, que tras haber descansado unos momentos tumbado junto a sus compañeros, volvía a su lado.

-¿Por qué lo dices?

-Toda la gente de fiesta, alegre, bailando hasta casi el amanecer.

-Sí, siempre es bueno ver a la gente contenta. -fue la respuesta de su padre.

-Padre. He visto a Makutule.

-¿Y?

-Me salvó de morir en las garras del león.

Ikoneti se volvió hacia Lengwesi. Su mirada expresaba una profunda tristeza, al mismo tiempo que intentaba, con todas sus fuerzas, evitar que la humedad que le bañaba en esos momentos sus ojos no saliera al exterior.

-¿Cómo fue? -acertó a preguntar, manteniendo la seriedad en su rostro.

-Había matado al primer león, cuando en ese momento se abalanzó sobre mí un segundo león que nos pilló a todos completamente desprevenidos. No pensábamos que lo hubiera. Conforme saltaba el león, una lanza cruzó el aire y le traspasó el corazón. No sabíamos quien había sido. Hasta que apareció Makutule.

Ikoneti miró al horizonte. El sol empezaba a verse en su primer cuarto, como un plato de loza.

-Un buen hermano. -hizo una pausa para continuar- Un buen hermano y un buen hijo. Siempre lo fue y siempre lo será. -y volviendo su rostro hacia Lengwesi le dijo- Al igual que tú, Lengwesi, al igual que tú.


lunes, 27 de noviembre de 2017

LCP Cap. 67: EL REGRESO DE LOS GUERREROS MORANI


Lengwesi volvió a su aldea donde le esperaban todos sus habitantes. El regreso del grupo de nuevos morani se vive en los enkang maasais de forma muy festiva y, al mismo tiempo, con gran sosiego y tranquilidad para aquellas familias que ven volver a sus hijos, así como tristeza y congoja en aquellas otras que saben que alguno de sus miembros ha perdido la vida en el encuentro con el gran rey de la sabana, con simba, el león.


Pero, ¿cómo es posible que la familia sepa, antes de que lleguen los morani, que su familiar ha fallecido? ¿Cómo es posible que los maasais sepan, no actualmente que existen los móviles, sino antes, cuando eran ellos solos, sin tecnología superior a la madera o al metal, metal que por otro lado era considerado impuro, cómo era posible que supieran, antes de que llegarán los morani, si alguno de ellos había muerto en el lance de caza?


Pues bien. Los maasais se guiaban por algo mucho más sencillo que las ondas electromagnéticas de nuestros móviles. Los maasais usaban algo que al ser humano del primer mundo, de nuestras abarrotadas ciudades, algo que a usted y a mí se nos está atrofiando. Utilizaban sus sentidos. Y dentro de sus sentidos el que, quizá, más importante ha sido para el ser humano, desde antes de descender de la copa de los árboles. La vista.


Si la partida de caza ha tenido éxito, un éxito completo, total, los morani se acercarán al poblado maasai portando la cabeza y la piel del león. La cabeza sobre una lanza, enarbolándola como si se tratara de una enseña. La piel la portará otro morani, otro de los guerreros maasai que haya protagonizado el episodio de la lucha contra la fiera salvaje. Pero una de las señales más importantes que suele ver con ansiedad el vigía que observa la llegada del grupo de nuevos morani es la forma en que se acercan al enkang.


Si el grupo de jóvenes guerreros se acercan al poblado en línea recta, en fila india, una sonrisa se dibujará en la faz del vigía que les está observando desde lejos. El grupo ha salido no solamente exitoso, sino que, además, no ha sufrido ninguna baja. Pero, sin embargo, si la faz del vigía se entristece al ver llegar al grupo, es porque estos se acercan haciendo una maniobra de zig-zag, como si se tratara de un destacamento militar durante unos ejercicios de instrucción, o en una avanzadilla. Esta manera de acercarse al enkang les señala la mala noticia. Podrán haber vencido al gran rey de la sabana, a su gran competidor, a su gran enemigo, a aquel que les roba de cuando en cuando alguna res. Pero en el trance de la lucha con simba, con el león, han perdido a uno, o a varios, de sus queridos muchachos, de sus jóvenes guerreros, de sus nuevos morani.


Eso es lo que ocurrió con la partida de Lengwesi cuando llegó al enkang. Fueron recibidos con gran júbilo. ¡Habían vencido a su gran enemigo! ¡Al león! Pero el rey se había cobrado su tributo. Y dos de los jóvenes de la partida habían quedado tendidos en la tierra de la sabana, en la lucha contra la fiera. Ello hizo que la celebración no fuera tan intensa como en un primer momento se había pensado. Las familias de aquellos que habían fallecido en el combate rompieron a llorar, y prepararon los duelos, mientras el resto del poblado se dispuso a celebrar esa noche el triunfo del hombre sobre la naturaleza salvaje, sobre el gran representante de ésta, el rey de la misma, simba, el león. 


sábado, 18 de noviembre de 2017

LA FIRMA MÁS BELLA


Esta vez la entrada está escrita a pecho descubierto. ¿A qué me refiero? A que lo hago sin guión previo, sin planificación, sin preparación alguna. Solamente a partir de los sentimientos, pensamientos y reflexiones que surgieron de la presentación que se realizó ayer de mi último libro publicado: "MI SUEÑO ES ÁFRICA".

Manuela Bravo, la dueña de la Librería Bravo, rodeada de los dos autores, Jesús Gallego y Cruz Gómez-Valades
En primer lugar, quiero agradecer a todas las personas que se acercaron a la Librería Bravo para poder escuchar sobre lo que iba mi libro. ¡Y más importante! Para comprarlo. No porque con esas humildes adquisiciones yo me vaya a hacer de oro. ¡Qué va! Estoy seguro que lo que redunde en mi beneficio me lo habré gastado, con creces, la próxima vez que tenga que llenar el depósito de mi automóvil.
El autor con una de sus familiares
Mi familia, mi mujer y mi hija, mis suegros y mis cuñados. Me han acompañado en las dos presentaciones. Han comprado los dos libros. Y he de decir que han sido lo suficientemente críticos con ellos, sin llegar a la "maldad" que se le atribuye a la familia política. Espero que este segundo les guste más, si cabe, que el primero, pues es muy distinto.
Colegas de letras
Una colega mía, y sin embargo amiga, que me dijo que no se lo iba a perder y, efectivamente, no se lo perdió. Este libro no se escribió nunca como una fábula. Por eso dije en la presentación del libro que el final me costó que fuera tal como es. Pero me alegra un montón que te guste. Y mi amiga María, ¡me gustará tanto que disfrutes con él! Así lo espero.
Compañeros de trabajo
Mis compañeras de trabajo, amigas, y con las que he compartido alegrías y desdichas del lugar dónde pasamos muchas horas de nuestras vidas. Patricia y Fe, Fe y Patricia, que tanto monta, monta tanto. Porque, aunque nuestros puestos de trabajo son diferentes, nuestras personas, que es lo que realmente importa, hacen que entre nosotros exista una amistad serena, enraizada y estable. El marido de Fe, al que sólo conozco de la anterior presentación, pero nos caímos bien con los primeros cruces de palabras, como suele ocurrir entre los hombres de bien. Y eso no es fácil hoy en día. Y las amigas de Fe. Siempre es agradable que alguien que no te conoce directamente te estime y te valore, y eso lo ves en ellas.
El autor con Gema
No pueden olvidárseme aquellos que recorrieron más de 70 km para ver mi presentación. Es una pareja estupenda, Gema y Valentín. Y tanto uno como otro están prestos a darme ideas para el desarrollo e interpretación de los personajes. Sus críticas me sirven siempre de contrapeso y siempre se puede sacar algo suculento de ellas. En el campo personal, creo que dice bastante el que se pegaran la "panzada" de viaje sólo para escuchar lo que yo podía decir de mi nuevo, no tanto, libro.

A todos ellos les deseo que disfruten con este pequeño libro de menos de 200 páginas, en donde se describen los momentos más cruciales, quizá, de la vida de una persona. Cuando llega el día en que la persona debe tomar la decisión de adonde quiere dirigir su vida. Y si quiere dirigirla él o dejar que la dirijan.

Pero si hay alguien que ha hecho especial esta firma, esta presentación de "MI SUEÑO ES ÁFRICA" en la Librería Bravo, ha sido una pequeña muchacha. Una niña de preciosos ojos azules, que cuando la ví, brotaban de ellos pequeños diamantes líquidos.
Yo ya estaba fuera, con los míos, preparándonos para marcharnos, cuando me llamaron.
-¡Jesús! ¡Por favor! ¡Qué queda aún una firma!
Por supuesto, volví a la librería. Había tiempo de sobra, y si alguien más quería mi firma, no iba a negársela. Pero cuando entré en el local, la escena que vi me llenó de ternura y de emoción.
La hija de la representante de la otra autora que presentaba conmigo el libro, que se llamaba Alejandra como después supe, estaba sollozando porque se había ido el autor sin firmarle el libro que deseaba tener para leer.
-No te preocupes, ahora mismo. ¿Cómo te llamas? -y ahí es cuando me dijo su nombre.
Y en ese momento me surgió la dedicatoria más bella de toda la noche. Esa dedicatoria queda entre ella y yo, y a quién ella la quiera enseñar.
Si con las vueltas que da internet, querida Alejandra, llegases a leer esta entrada, te digo:
-Gracias por poder firmarte aquel primer libro que escribí con 19 años. Ha sido todo un placer.

Queridos amigos, nos vemos en la red.

sábado, 11 de noviembre de 2017

LA INSPIRACIÓN o EL PORQUÉ HA PASADO TANTO TIEMPO

Las tentaciones de san Antonio. 1540, óleo sobre tabla. Pieter Coeckle Van Aelst


Cuando un blog lleva tanto tiempo parado como lleva éste suele ser debido a malas noticias. O bien el autor está enfermo, o bien el blog se ha cerrado, o simplemente el autor ha perdido la inspiración necesaria para seguir escribiendo las historias que correspondían al mismo.

No es mi caso. Mi caso es que no se daban las condiciones necesarias para que se pudiera seguir construyendo la historia que quería llevar a cabo. No tanto porque la inspiración no surgiera del mismo, no era eso. Suelo estar de acuerdo con lo que decía Picasso a un periodista cuando le preguntaba un día en una entrevista:

-Sr. Picasso, maestro. ¿Existe la inspiración?

Cuentan que cuando oyó la pregunta, Picasso sonrió socarronamente, pues ya tenía sus años, ya había vivido lo suficiente, y ya se habían mezclado en él el sentimiento andaluz de su nacimiento, el sentido catalán que adquirió en su estancia por aquellas tierras, y la luz del París que disfrutó a principios de siglo. Bueno, a lo que iba. A tamaña pregunta, la respuesta del genio de la pintura del s. XX fue muy sencilla.

-Claro que existe la inspiración. ¡Pero te tiene que pillar trabajando!

Y en todo este tiempo no he tenido ni un sólo momento para poderme poner seriamente sobre el teclado para poder hilvanar las historias que voy contando. Tanto las historias de los Maasais, como las de mi hija, que ya va camino de diez meses y me he saltado los nueve meses sin contar todos los avances que supusieron los nueve, tanto en el campo de la motricidad, como en el de la psicología, cognición e inteligencia y emotividad.

Quizá de ahora en adelante pueda conseguirlo y seguir escribiendo de forma más regular. Creo que aquellos que, me consta, seguían la historia de Lengwesi y Makutule, los dos niños, ya muchachos, maasais se merecen saber el final de la misma. He de decir que en algún momento me vi tentado de acabarla y pasar a una descripción somera de las tradiciones que nos quedan por vivir en el pueblo Maasai. Pero trataremos de seguir en la misma linea.

Por el momento, anunciar que ya está preparada la siguiente entrada de dicha historia y que saldrá en breve. Y que posiblemente, además de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS, iniciaremos otra serie de relatos referidos a otros campos distintos, pero que seguirán teniendo como común denominador el título de dicho blog: culturayserenidad.blogspot.com.es. Y entre medias, puede ser que se reinicie o se retome, quién sabe la escritura de un nuevo libro. Todo ello, como decían antiguamente, si Dios quiere.

Escrito en el año de Nuestro Señor de 2017, a 11 de noviembre, en la festividad de San Martín

La Piedad. 1450, óleo sobre tabla. Roger Van Der Weyden

domingo, 3 de septiembre de 2017

CUANDO EL SEGUNDO ES EL PRIMERO



Pues por fin ocurrió. Lo voy a narrar como si fuera un cuento.

Hace mucho, mucho tiempo -han pasado un montón de vidas de por medio- un joven ilusionado con su porvenir, se le ocurrió poner sobre el papel una historia a partir de una escena propia que vivió durante su segundo curso de carrera universitaria. Por supuesto, a partir de esa escena, todo lo demás era inventado.

Inventó los protagonistas, inventó los personajes que los rodean, las relaciones entre los mismos, las situaciones que viven y el final también lo inventó. Pero, si reflexiono un poco, no es verdad que ese muchacho los inventara. Fueron ellos, los personajes, los que fueron cobrando vida poco a poco.

El joven les dio el soplo vital necesario para que fueran surgiendo sus deseos, sus motivaciones, la forma en que iban actuando y las decisiones que iban tomando. Todos ellos empezaron a actuar independientemente. Y cuando el joven escritor quiso darse cuenta, los personajes se habían adueñado de la historia, la habían hecho suya, y decidían el final de la misma.

Y así surgió una novela. La primera novela que yo escribí. Y que quedó guardada en el cajón de una mesa, en espera de encontrar alguien que se decidiera a editarla. 

La segunda maravilla de esta historia que ahora os presento es que fue escrita hace la friolera -aunque más arriba no lo he dicho, ahora sí lo desvelo- de 30 años. Y no he variado una coma de ella. Por lo tanto, es un auténtico viaje en el tiempo, al autor que era yo hace 30 años.

Por todo ello, os invito a todos a disfrutar con estas páginas en las que la ilusión campa por todos los rincones de la obra. Se me olvidaba deciros su título. Como os habréis imaginado algunos de vosotros es éste:

miércoles, 2 de agosto de 2017

LCP Cap. 66: LA ÚLTIMA PRUEBA DEL EMORATA (VII).


-¿Tienes todo preparado? -preguntó Ikoneti a Lengwesi.

-Sí, padre. -respondió Lengwesi, que iba a bajar la cabeza ante su padre en señal de respeto.

-¡No, Lengwesi! -le paró su padre, indicándole con la mano que subiera la cabeza- Recuerda. Ya eres un morani. Ya no debes respeto a nadie. Te lo deben a ti.

-Pero usted es mi padre. -replicó Lengwesi.

-¡A nadie! -dijo Ikoneti con rotundidad- Ni siquiera a tu padre. -y tras un instante de tenso silencio, continuó- Y más después de lo que vas a hacer.

-Todos los guerreros Maasai lo han hecho.

-No por eso es menos meritorio. Y no todos lo han hecho. Muchos han muerto en el intento.

-Te prometo que yo no moriré. -afirmó Lengwesi con decisión.

-No pretendas conocer lo que Ngai (Dios) te tiene preparado.

Lengwesi se quedó parado. No conocía que Ikoneti hubiera perdido a ningún hijo a manos de Simba, el león. Ésta era la prueba, la última que tenía que pasar para ser consagrado como guerrero Maasai. Enfrentarse al león, armado únicamente con su lanza y su machete, matarlo, cortarle la melena, para luego enarbolarla como señal de victoria en las danzas festivas a la vuelta de la expedición en la que se disponía a partir junto a sus compañeros de circuncisión.

-No, padre. No pretendo molestar a Ngai. Muy al contrario. Sé que me ayudará. -dijo Lengwesi al cabo de unos segundos.

-Nadie sabe los dictados de Ngai. -sentenció Ikoneti, y añadió- Sólo pretendo que vayas con mucho cuidado. Y no te confíes.

Esto último se lo dijo poniéndole las manos en los hombros, en señal de cariño. Era un acercamiento al que Lengwesi no estaba acostumbrado. Ikoneti se había saltado su seriedad, su distanciamiento, su severidad; y había realizado un gesto paternal. Más raro aún, pues lo estaba haciendo en la puerta de la choza, delante de toda la comunidad. Lengwesi no supo que hacer. Se sintió azorado. Sólo acertó a realizar una afirmación con la cabeza. Dio la conversación por acabada, se despidió de su padre y del resto de su familia y se unió al grupo, que partió en busca de Simba, el león, el rey de los animales.


Tuvo que alejarse bastante de su enkang el grupo de morani para encontrar a su presa. Ikoneti había escogido el lugar de asentamiento tan bien y tan alejado de las fieras, que necesitaron tres días con sus tres noches para llegar a una zona donde encontrar por fin el rastro de la fiera. Primero empezaron a notar los olores que desprendían los orines del león, dejados como signo de su dominio del territorio; después descubrieron aquí y allá deyecciones del animal; más tarde los restos de las presas que había cazado y de las que había dado buena cuenta; y, por fin, las huellas que confirmaban su presencia.

Siguieron las huellas metódica y cuidadosamente hasta llegar a una zona arbustiva donde había restos de presas junto con bastantes huellas. Al examinarlas, decidieron que eran todas de un solo ejemplar. Además, el ejemplar debía tener algún defecto físico o algún daño, pues los restos de las presas indicaban que se trataba de individuos de pequeño tamaño, no de grandes herbívoros. Por tanto, debían prepararse para el enfrentamiento contra un león que se encontraba sólo y enfermo. Ahora sólo quedaba saber si, como se podía presumir por la experiencia acumulada en la cultura Maasai a través del tiempo, se trataba de un macho.

Establecieron puestos de vigilancia y el león no apareció. Sabían que podría tardar mucho, por lo que hicieron turnos durante la noche. Nada. Esperaron todo el día siguiente, pero la fiera no daba la cara. ¿Y si les había olido y se había marchado? No sería la primera vez. Decidieron aguantar una noche más. Si la fiera tenía aquí su cubil, ¿por qué no aparecía? Al día siguiente, el tercero, empezaron a pensar en marcharse. Total, podían probar suerte en campo abierto. Dar una batida, como les habían contado sus abuelos, y encontrar un macho. Más arriesgado para su seguridad, pero más seguro para encontrar al rey de los animales. Y estos pensamientos les cruzaban por su mente cuando apareció.


Se trataba de un ejemplar majestuoso. Poseía una melena grande, rubia, redondeada, que le llegaba hasta el pecho. Le hacía parecer al sol en su cenit. Salió de unos matorrales. Traía en sus fauces una gallina de Guinea. Al principio se le veía un animal soberbio, sin ninguna tara. Sin embargo, al andar se pudo observar que arrastraba el cuarto trasero derecho. De vez en cuando lo apoyaba y daba un saltito, lo que le permitiría posiblemente dar caza a piezas pequeñas y sobrevivir. Pero el magnífico animal estaba tarado.

El león se dirigió a su cobijo de la zona arbustiva, ignorante de lo que se avecinaba. Lengwesi miró a los compañeros que tenía a su derecha e izquierda. Todos asintieron y a la de una, saltaron con las lanzas y machetes, gritando, sobre el león. Éste, sorprendido, soltó la presa y se revolvió. De un zarpazo, lanzó a uno de los maasai a cinco metros de distancia, con la cavidad abdominal abierta. Otro, que fue a clavarle una lanza en el cuello, al volver la cabeza la fiera, desvió el arma. El maasai elevó su machete al aire, pero no le dio tiempo a más, pues el león saltó sobre él, le derribó y le rompió el cráneo, oyéndose un horrendo crujido, de un mordisco.

Lengwesi elevó su lanza lo más alto que le permitían sus brazos y la hundió en el pecho de la fiera, traspasándola. La fiera lanzó un rugido tremendo al sentir el lanzazo mientras elevaba la cabeza. Tuvo tiempo aún de revolverse, encarar a Lengwesi, que ya se había preparado para el ataque con el machete, y se derrumbó en el suelo, muerta. Los maasai lanzaron un grito de júbilo, Lengwesi relajó los músculos, cuando, súbitamente, de la espesura detrás de Lengwesi surgió un león joven saltando sobre él. Al mismo tiempo, una lanza cruzaba el aire, ensartando al segundo león por el tórax y hacía que cayera, fulminado, a los pies de Lengwesi, que en este caso, ni siquiera había podido tener tiempo para volverse.


Una vez que recuperó el aliento, Lengwesi preguntó:

-¿Quién ha sido mi salvador?

Nadie contestó.

-Alguien tenéis que haberlo hecho.

-Ninguno de nosotros hemos tirado la lanza. Tenemos nuestras lanzas aún en nuestras manos.

Y era verdad, sus compañeros se las mostraron.

-¿Entonces? -preguntó Lengwesi.

Alguien que salió de la espesura en ese momento, se dirigió a Lengwesi.

-Bueno, hermano, creo que la cabellera entera del segundo será para mí. Te parece justo, ¿no?

-¿Makutule? -preguntó Lengwesi asombrado.

-Sí, hermano.

-¿Has sido tú?

-La verdad es que sí, pero con mucha suerte y ayuda de Ngai. La próxima vez, comprobad bien las huellas.

-Lo haremos, hermano, lo haremos.


miércoles, 26 de julio de 2017

LCP Cap. 65: EL PERIODO DE AISLAMIENTO EN LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (VI)


Lengwesi despertó la mañana siguiente. La noche había sido agitada. Había tenido un sueño muy raro. En el sueño se habían mezclado todos los acontecimientos de los últimos días. La búsqueda del árbol "alatím", la conversación con su tío, el baño ritual, el agua del hacha, el rapado de cabeza y cuerpo, las sandalias, plantar el "alatím", y por fin, la ceremonia de la circuncisión. Pero todo estaba mezclado de forma abigarrada y sin sentido. Tan pronto era mujer como hombre. Tan pronto le circuncidaba su padre, su tío, como era él el que circuncidaba a ambos. Su madre lloraba casi siempre que salía en el sueño. Algo muy curioso, porque Lengwesi nunca la había visto llorar.

Poco a poco, conforme fue despertándose, fue dándose cuenta del dolor que comenzaba a sentir en su miembro viril. Éste se hallaba erecto y, aunque no sangraba ni supuraba, la zona de corte lucía un rojo intenso. Lengwesi dejó atrás el sueño y sacudiendo la cabeza salió al exterior. Sabía lo que le correspondía ahora. Unirse al grupo de recién circuncidados, aislarse en una choza preparada para ello y vivir a base de la caza de pájaros, mientras se recuperaban de la herida de la circuncisión.

Durante este tiempo de aislamiento, los recién circuncidados se visten con pieles animales que se han teñido de negro usando aceite y carbón de leña. En todo el tiempo del aislamiento dejan crecer su pelo. Las plumas de los pájaros las usarán para decorar una especie de tocado en la cabeza que llevarán al acabar su aislamiento, momento en el que también se pintan la cara de blanco. Por eso Ikoneti le había pedido a Lengwesi que recogiera plumas de avestruz, para el tocado que luciría al acabar su periodo de aislamiento.


Y así fue como Lengwesi pasó su periodo de aislamiento y recuperación de la circuncisión. Ikoneti hubiera querido que saliera antes, pero Lengwesi prefirió salir al mismo tiempo que el resto de sus compañeros, a los treinta y ocho días. Aunque tenía las plumas de avestruz y el preparado de Makutule para poder salir antes, decidió quedarse con sus compañeros. El emplasto lo repartió a partes iguales entre todos; y, a pesar de que fue de los primeros en recuperarse, resolvió esperar a los que presentaban una recuperación más lenta. Se preocupaba por todos los de su grupo, y cada día cuidaba de que los heridos tuvieran una evolución adecuada. De esta forma, sin proponérselo, fue convirtiéndose en el líder natural del grupo.

Cuando llegó el día de salir del aislamiento, todos salieron contentos, con su cara pintada de blanco, con su tocado de plumas, la mayoría de ellos de avestruz, y totalmente recuperados de la ceremonia de la circuncisión.


El grupo fue recibido en el enkang con gran alegría. Un nuevo grupo de moranis se añadía a los que había en el poblado. Nuevos guerreros, jóvenes, fuertes y que sabían valerse por sí mismos entraban por la puerta de la boma, de la pequeña pared de espino que se levanta alrededor del poblado para hacer desistir a las fieras, animales o no, de atacar el poblado.

Al llegar cada uno a su choza, había un nuevo ritual que cumplir. El afeitado de cabeza; la pintura de todo el cuerpo, de cabeza a los pies, de color ocre; y el vestido de la toga roja como auténticos morani.

Pero aún les quedaba algo para que fueran respetados y se consagraran definitivamente como guerreros morani.

Aquello que aún falta por cumplir, tanto para Lengwesi como para el resto de sus compañeros, lo descubriremos en la próxima entrega de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.

Hasta entonces, queridos amigos, tengan un buen día. Nos vemos en la red.


Foto cortesía de Elena Cerezo

miércoles, 19 de julio de 2017

LCP Cap. 64: LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (V). EL ALATIM Y LA BEBIDA RITUAL

Acacia Tortolis. La especie de acacia más común de la sabana africana.

El día grande amaneció por fin para Lengwesi. Su madre le despertó y él, que casi no había podido conciliar el sueño al pensar en la nueva etapa que iniciaba a partir de esa madrugada, se levantó de un salto, cogió su árbol "Alatim", y salió a la puerta de su choza a plantarlo.

La tarde anterior, tras mucho buscar, encontró un buen tallo de acacia de unos cinco a diez centímetros de longitud. Lo que medía la palma de su mano abierta, según le había dicho su padre. Había decidido que lo mejor era plantar, como "alatim" a la puerta de su casa, una acacia. Eran los árboles más numerosos de la sabana, podían alcanzar los once metros de altura y su tronco un grosor de un metro. Pero lo más importante era que sus ramas, a partir de determinada altura, se distribuían de manera horizontal, dando lugar a una benéfica sombra alrededor de su tronco, de la que se aprovechaban todos los animales de la sabana. Por estas razones, Lengwesi se decidió por la acacia.

Al poco de plantarla, llegaron a la choza su padre junto con su tío y dos de sus primos. Eran los parientes, ya circuncidados, que Lengwesi había escogido para que le acompañaran en la operación, y le sujetaran durante la misma si ello llegaba a ser necesario. A todos ellos se les unió su madre, y el resto de sus hermanos y familiares. De esta manera, todos juntos se prepararon para la llegada del Torrobo, que sería el que celebraría la ceremonia.

Mujer Okiek con su bebé en brazos.

Tuvieron que esperar un tiempo a que llegara, pero por fin hizo acto de presencia el Okiek (los Maasai llaman a los Torrobo Okiek) que había contratado su padre para realizar la circuncisión. Alguien que no fuera maasai, que no perteneciera al grupo étnico maasai, no sería capaz de distinguir a un Okiek de un Maasai. Su manera de vestir era muy parecida, así como sus adornos; pero los Okiek no pasaban de ser una burda imitación de la elegancia en la apostura, en la vestimenta y en los complementos que caracterizan a los Maasai. Ikoneti estaba orgulloso de que, por mucho que lo intentaran, los Okiek nunca los igualarían.

-¿Está el muchacho dispuesto? -preguntó el Torrobo al llegar a la choza, delante de la cual estaba reunida toda la familia.

-Sí. -era Ikoneti quién respondía, con su voz, fuerte, segura, profunda.

El Torrobo sacó un paquete de tela de su morral y lo desplegó en el suelo, al lado del fuego. En él llevaba envueltos los cuchillos de la circuncisión. Una vez abierto, levantó la vista al grupo y ordenó:

-Que se acerque el muchacho.

Lengwesi se acercó lentamente a él, seguido por su tío y sus dos primos. Lo hizo de forma pausada, casi parsimoniosa. Una vez estuvo junto al Torrobo, éste le examinó el miembro viril, el cual, debido a la emoción que embargaba al muchacho, se hayaba erecto.

-¡Vaya! -se sorprendió el hombre- Tenemos un buen calibre.

El tono que usó fue totalmente neutro. Todos estaban esperando el momento cumbre. Y llegó. El Torrobo agarró la punta de la piel del prepucio de Lengwesi con una mano de forma firme y estiró de ella. El muchacho notó el tirón pero no expresó ninguna muestra de dolor. Sus padres, sin embargo, y tal como mandaba la tradición, empezaron a quejarse a voz en grito. Con la otra mano, el hombre, que sostenía firmemente el cuchillo, comenzó a cortar sin ningún tipo de titubeo la piel del prepucio que cubría el glande y el pene del muchacho. Tanto Ikoneti como la madre de Lengwesi estallaron en un alboroto de gritos, lloros, chillidos, quejas, pataleos. Sin embargo, el muchacho se mantenía firme. Ni siquiera fue necesaria la intervención de sus primos, ni la de su tío. Por dentro, Lengwesi luchaba porque una lágrima furtiva, que pugnaba por salir, no se dejara ver al exterior.

Por fin, la operación acabó. El Torrobo guardó sus cuchillos, felicitó al muchacho y a sus padres y continuó con su labor. Para Lengwesi quedaba una última ceremonia antes de retirarse a curar la herida de la circuncisión.

-Ya puedes beber la sangre de la vaca. -le acercó un recipiente su padre, donde estaban mezcladas la sangre de una ternera con leche agria. Lengwesi bebió.

-Gracias, padre. -acertó a decir. El dolor empezaba a invadirle por entero.

-¡Muy bien, muchacho! -le dijo su tío- Ya no tienes que agacharte delante de nosotros para que te toquemos la cabeza. ¡Ya eres morani!


-Sí, pero ahora dejad que le hagamos la primera cura, antes que se vaya con el grupo a la cabaña de aislamiento. -terció su madre, que prácticamente arrancó a Lengwesi de manos de sus tíos, primos y hermanos.

Lengwesi lo agradeció. Estaba ya muy mareado. Se sentía a punto de desplomarse. El interior de la choza lo notó con una familiaridad extraña, como si las horas pasadas fuera de la misma hubieran sido días o meses. Al contárselo a su madre, ésta le explicó:

-La sensación de la circuncisión y la fuerza que tenéis que hacer para no llorar os produce ese efecto.

Le estaba poniendo una cataplasma hecha con hierbas, leche y estiércol.

-Ésto te clamará. Ya lo verás. -le decía mientras se la aplicaba en el miembro viril, con mucha delicadeza- ¿A qué no sabes quién te la ha preparado?

-No, madre. ¿Quién?

-Tu hermano. Makutule.

-¡Qué bien! Makutule. -y Lengwesi cayó en un sueño muy profundo.

Foto cortesía de Elena Cerezo

martes, 11 de julio de 2017

LCP Cap. 63: LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (IV). EL ENGARE ENDOLU


Con toda esta conversación habían llegado al arroyo. Éste corría salvaje, raudo, hacia la planicie. Sus aguas eran cristalinas. Provenían de un manantial que se hallaba mucho más arriba, cerca de la cumbre. Lengwesi recordaba haber ascendido la corriente del arroyo, junto con alguno de sus amigos, en busca del manantial, hacía ya algún tiempo. En uno de los recodos del arroyo, un muro de rocas no les permitió continuar el camino, por lo que no consiguieron alcanzar la fuente del mismo. Pero la excursión les sirvió para conocer otro tipo de fauna diferente a la que estaban acostumbrados. Los colobos, monos que vivían en los árboles, avisaban de su paso al resto de los habitantes del bosque. Dik-diks de bosque, más pequeños que los de sabana. Y multitud de paseriformes, pájaros de vivos colores, mucho más abundantes y variados que en el llano; y que precisamente necesitan los colores para comunicarse en el sotobosque.

Una voz le sacó a Lengwesi de sus recuerdos. Era la de su tío.

-¡Vamos, muchacho! ¡Desnúdate! ¡Qué hay que lavarte de la cabeza al dedo gordo del pie!

Ya se oían las primeras quejas seguidas de los primeros reproches. El agua, como era de esperar por el lugar y el momento del día, estaba bastante fría. Y los acompañantes les estaban afeando la conducta a sus jóvenes aspirantes a circuncisos.

-¡Pues buenos estamos si os quejáis por un poco de agua fría!

-¡Menudo papelón vais a hacer mañana!

-¿Y así estáis de preparados para la ceremonia de mañana?

Lengwesi, a pesar de que el agua fría le penetraba por todos los poros de su piel como agujas, procuró en todo momento no quejarse ni ofrecer el menor atisbo de dolor o impresión.

-Tranquilo, chico. -le decía su tío mientras le restregaba fuertemente la piel- No pasa nada porque ahora se muestre uno quejica. Lo importante es mañana, en la circuncisión. ¡Ahí es donde se acrisola el valor! -esto último lo había dicho en un tono serio y triste al mismo tiempo.

Calabazas Maasai
Lengwesi tenía los dos pies metidos en un recipiente, de tal forma que toda el agua usada para limpiarlo caía y se recogía en dicho recipiente. Una vez quedó lavado, ese agua que había sido usada para su aseo y que estaba sucia se guardó en la calabaza que había cogido Lengwesi al salir de la choza. En el viaje de vuelta fue nuevamente su tío quien explicó al muchacho el significado de esa agua:

Hacha Maasai de mediados s. XX
-El agua que llevas en la calabaza, Lengwesi, es el agua de la limpieza de toda tu juventud incircuncisa. Se llama "Engare Endolu" (agua del hacha) porque cuando llegues a tu choza la guardarás toda la noche junto con un hacha. Este agua simboliza el lavado y al limpieza de todas las transgresiones que hayas hecho desde tu niñez hasta el día de hoy.

-De acuerdo, tío. -respondió el muchacho.

-Porque mañana, Lengwesi, recuérdalo bien, el corte de la carne te convertirá de muchacho a hombre. Te hará un auténtico Maasai.

Tío y sobrino se miraron con complicidad. Ya se hallaban cerca del enkang. En la entrada al mismo, expectantes, se encontraban los niños de menor edad, que estaban atentos a todo lo que suponía la preparación para la gran fiesta del Emorata que se iba a celebrar al día siguiente. Entre el barullo formado por los pilluelos entraron los aspirantes a morani, y cada uno de ellos se dirigió a su cabaña. Allí les esperaba su madre. A Lengwesi le recibió la suya.

-Madre, aquí estoy con la Engare Endolu. -le dijo el muchacho alargándole la calabaza que contenía el agua de su limpieza ritual. Su madre sonrió. Era una sonrisa franca, en la que dejaba ver su dentadura que, a pesar del paso de los años y los embarazos que había sufrido, se conservaba sana. Estaba orgullosa de que otro de sus hijos fuera a hacerse morani, guerrero maasai.

-Vamos, entra. Encontrarás el hacha en el rincón más alejado de la puerta. -le indicó a Lengwesi- Y luego vuelve fuera, que hay que continuar con la preparación.

-¡Sí, madre!

Lengwesi entró sin que se lo repitieran dos veces. Su madre quedó sola por un momento, y miró las navajas que tenía preparadas para afeitar la cabeza de su hijo, para que después él mismo se afeitara el resto del cuerpo, así como el vestido nuevo y las sandalias que debía usar a partir de ahora y que serían las primeras posesiones que tendría, pues todo lo que le había pertenecido hasta ahora debía abandonarlo.

Lengwesi salió rápidamente.

-¡Ya estoy aquí, madre!

-Muy bien. Pues empecemos. -y cogiendo uno de los cuchillos comenzó a rapar cuidadosamente la cabeza de su hijo.

-Madre.

-Sí, hijo mío.


-El tío me ha contado que el Emorata de la mujer es más duro que el del hombre.

-¿Y por qué cree él que es más duro? -se interesó la madre.

-Porque dice que os cortan más carne y de la parte más sensible del cuerpo.

La madre de Lengwesi quedó paralizada. Siempre le había dado gracias a Ngai (Dios) por haber tenido sólo varones, y no tener que someter a ningún retoño suyo a lo que ella sufrió en el Emorata. Pero nunca imaginó que uno de sus hijos pudiera preguntarle precisamente eso. Tras unos segundos, siguió rasurando la cabeza de su hijo.

-¿Por qué te ha contado eso?

-No sé. -dijo Lengwesi tranquilamente- Surgió en la conversación.

-Me imagino que quería hablarte como si fueras ya un morani. -dijo su madre más relajadamente- Sus razones tendría.

-Entonces, ¿es verdad? -Lengwesi insistió. Su madre creyó que ya no era ningún niño y que no debía zafarse de la pregunta, por mucho que a ella le resultara dolorosa.

-Sí, Lengwesi. Sí es verdad. -y cambiando el tono de voz a uno totalmente autoritario- Y ahora, aspirante a morani, eres tú el que te tienes que rapar el resto del cuerpo. Y recuerda que después debes limpiarte adecuadamente, sin dejarte un sólo pelo.

Lengwesi aseguró a su madre que así lo haría y cogió otro de los cuchillos que había, comenzando a rasurarse adecuadamente todos los pelos que quedaban en su cuerpo. Cuando toda su piel quedó bien limpia de ningún pelo, se dirigió a su madre. Ésta le revisó de arriba a abajo.

-Bien. Ahora te toca ponerte este vestido y estas sandalias nuevas, que son signo de tu nueva etapa. -Lengwesi se puso la vestimenta y las sandalias. Su madre añadió:

-Ahora tienes que buscar el árbol "Alatim". Es el árbol que vas a plantar mañana por la mañana, y que será símbolo de tu hombría. Así que ya sabes, -y se acercó a él para darle un abrazo, tras lo cual completó la frase- ya sabes, busca el más fuerte y el que mejor arraigue.

-Así lo haré, madre.

Ella vio como Lengwesi salía del enkang. Estaba segura que lo lograría. Era un muchacho valiente e inteligente. Pero ésta era la prueba más fácil de todas a las que se tenía que enfrentar a partir de ahora.


martes, 4 de julio de 2017

LCP Cap. 62: LA CIRCUNCISIÓN FEMENINA. EL EMORATA (III).


-¿Por qué? -preguntó Lengwesi extrañado.

-Porque nuestra comunidad Maasai nos reserva todo lo bueno y todos los honores al varón. -en el tono de voz Lengwesi no pudo apreciar el orgullo que notaba en su padre cuando hacía afirmaciones similares. Su tío era distinto y Lengwesi lo sabía.

-¿Sabes cómo es la circuncisión de la muchacha maasai? -le preguntó nuevamente a Lengwesi. Como éste le negó con la cabeza, su tío se dispuso a contársela.

-Pues no está tan llena de ceremonia ni de fasto. Sí, tiene que buscar el árbol "alatim" para ponerlo en la puerta de su casa, como tú lo vas a hacer hoy. Sí, sus padres tienen que preparar cerveza de miel, como los tuyos. No necesita plumas de avestruz; y hasta puede gritar, llorar y quejarse en la circuncisión, porque no se espera de ella que sea valiente.

-¿De verdad? -preguntó Lengwesi en un tono de sorpresa, y añadió- Entonces es más fácil que lo nuestro.

-Hasta cierto punto, Lengwesi, hasta cierto punto. -dijo su tío- ¿Sabes qué le cortan en la circuncisión?

-No.

-¿Qué te imaginas?

-Pues la piel externa, como a nosotros.

El tío de Lengwesi sonrió amargamente. En su interior pensó que así debía de ser. Pero no. La respuesta era más dura.

Durante la circuncisión, una mujer agarra la muñeca de la muchacha a la que se circuncida. Foto cortesía de Meeri Koutaniemi—Echo

-No, querido sobrino. Les cortan el clítoris y los labios internos.

Lengwesi paró un momento de andar. Dirigió su vista a su tío y lo miró fijamente a los ojos. Su tío mantenía la sonrisa amarga, con un punto de socarronería.

-¡Me estás mintiendo! -exclamó Lengwesi- ¡No puede ser ! ¡Si es...

-Sí. -le cortó su tío- Es la parte de mayor placer en el acto sexual. Y no, no te estoy mintiendo.

Lengwesi no entraba en sí.

-Entonces... -acertó a decir Lengwesi al cabo de un rato.

-Nosotros llevamos la mejor parte. Y hay más.

Lugar de la ceremonia de circuncisión, una vez que dicha ceremonia ha acabado. Foto cortesía de Meeri Koutaniemi—Echo

-¿Más? -preguntó Lengwesi incrédulo.

-Una vez que está circuncidada está lista para casarse. Antes no. Pero, si comete un "pequeño" desliz y queda embarazada, además de la gran humillación que acarrea a toda la familia, ya no sirve para casarse. Ya está "estropeada" para una boda. -Lengwesi escuchaba atentamente- Sólo puede esperar que haya algún hombre que la acepte y adopte al niño como suyo.

-Lo cual es muy raro. -completó Lengwesi.

-Así es. -dijo su tío- Pero, ¿sabes lo más gracioso?

-No, tío.

-¿Sabes lo que le pasa al hombre que causó el embarazo, si es que se llega a saber quién es?

-No. ¿Qué le ocurre? -preguntó el muchacho, interesado con todo lo que le estaba contando su tío.

-Bueno, en realidad es un buen castigo para un Maasai.

El tío de Lengwesi dejó unos segundos de hablar. Lengwesi que estaba ansioso por saberlo, pero que sabía que a su tío le gustaba causar expectación, esperó sin perder un ápice de su curiosidad. Al cabo de ese tiempo, su tío retomó la explicación:

-El embarazo cuesta siete cabezas de ganado al que la preña, pero; y ahora viene lo gracioso; si la chica se circuncida, sólo le costará un ternero.

-¿Cómo? -preguntó Lengwesi, que no salía de su asombro.

-Ya sabes. Si dejas preñada a alguna incircuncisa, convéncela para se circuncide antes de pagar la multa. ¡Te saldrá más barato! -una risa sorda y una sacudida de cabeza siguieron a ésta última afirmación.

-Ahora entiendo lo que me decías, tío.

Joven Maasai con la cabeza afeitada. El afeitado de cabeza forma parte de los ritos de paso a la edad adulta de la cultura Maasai. Foto cortesía de Javier Carcamo.

lunes, 12 de junio de 2017

LCP Cap. 61: EL EMORATA. LA CIRCUNCISIÓN MAASAI (II). EL LAIYOK.


Ikoneti, como buen maasai, respetuoso de las tradiciones, ya tenía todo preparado para el Emorata de Lengwesi. Ya había comprado el toro que necesitaba para la celebración. De la misma manera, había dispuesto miel en cantidad suficiente, mezclada con agua y unas determinadas raíces, en varias calabazas junto al fuego de la boma, en las últimas dos semanas, para proceder a su fermentación. De esta forma había obtenido la cerveza con que iba a agasajar a los familiares y amistades que acudieran al Emorata. Cuando faltaran dos o tres días, lo filtraría y lo dispondría en calabazas más pequeñas, para que su distribución fuera más fácil.


Lengwesi había cumplido con su tarea. Había recolectado las suficientes plumas de avestruz. Éso le permitiría que el periodo de aislamiento tras el Emorata se limitara únicamente al necesario para la cura y cicatrización del corte que se le iba a realizar cuando se le extirpara el prepucio. Las plumas del avestruz las necesitaba para la corona con la que se decoraban la cabeza los jóvenes recién circuncidados.

Otros aspirantes a morani debían esperar cazando pájaros, una vez que se habían curado, y usando las plumas de dichas aves para su tocado, lo cual hacía que su periodo de aislamiento se alargara meses. Por otro lado, aquellos que gritaban o lloraban durante la circuncisión debían lucir un tocado en la cabeza de plumas grises, no de colores, como lucía el resto, los que sí se habían aguantado las ganas; los que sí se habían comportado como valientes morani.

Muchacho maasai neocircuncidado con tocado de plumas de avestruz.

Ikoneti, al pedir a Lengwesi que recogiera las plumas de avestruz, blancas, contaba con ello. Conocía de sobra la valentía de su hijo y sabía que no gritaría ni lloraría.

Esa mañana, un alboroto que llenaba de gritos, cánticos y llamadas todo el enkang, despertó a Lengwesi. Era el día previo al Emorata, y de pronto se abrió la cortina de la choza donde Lengwesi estaba durmiendo.

-¡Lengwesi! ¡Sal! ¡Qué empieza el Laiyok!

El Laiyok era el rito de purificación previo al Emorata y que se realizaba el día anterior. Comenzaba temprano por la mañana. El grupo de los muchachos que iban a ser circuncidados se dirigía al arroyo más cercano para lavarse.

-¡Qué no se te olvide la calabaza! -volvió a atronar la voz en el interior de la choza.

-Vamos Lengwesi, levántate. -esta vez era su madre quién le conminaba a levantarse- Si no, tu tío nos va a dejar sordos.

Lengwesi se desperezó, cogió la calabaza y salió al exterior de la choza, donde le esperaba su tío. Éste, al verle, le introdujo en el grupo de los que iban a ser circuncidados y continuaron llamando a los que quedaban por despertar.

Una vez estuvieron todos, iniciaron el camino hacia el arroyo que, naciendo de las montañas cercanas, discurría rápido en su primer tramo para luego, al llegar al llano, enlentecer su camino provocando una zona pantanosa. Ellos se dirigían al tramo alto, allí donde las aguas corrían libres y rápidas.

-Escogió muy bien tu padre el nuevo asentamiento. -el tío de Lengwesi siempre había estado unido a la familia de Ikoneti.

-Sí, tío. Fue un acierto. Sobre todo la fuente de agua tan cercana.

-¿Te has entrenado para mañana? -los muchachos maasai que van a ser circuncidados suelen practicar con los compañeros, pellizcándose fuertemente la piel del prepucio, intentando aguantar todo lo posible sin pestañear.

-Sí, tío. -fue la respuesta de Lengwesi.

-Me alegro. Y me alegro que seas un varón. -dijo entonces su tío.

-¿Por qué? -preguntó Lengwesi extrañado.


Pero ese porqué que Lengwesi le pregunta tan extrañado a su tío, lo encontraremos en la próxima entrega de LA CULTURA DE LOS PUEBLOS.

Hasta ese momento, queridos amigos, nos vemos en la red.

martes, 6 de junio de 2017

LCP Cap. 60: EL EMORATA. LA CIRCUNCISIÓN MAASAI. (I)

Jóvenes Maasai en la ceremonia del Emorata.

Han pasado varios años y Lengwesi ha ido creciendo. Ya casi no queda nada, a sus quince años, del niño que aquel primer día, guíado por su padre, acompañó a su hermano Makutule por primera vez al rebaño de vacas. Y escucharon por primera vez la historia de Dios, de Ngai. Desde entonces han pasado multitud de cosas. La adopción de Makutule por parte de Obago, el laibón de la zona en que se encontraban. La muerte de Mwampaka en una de las muchas incursiones maasais para la obtención de ganado de otras tribus. El funeral de este último y el posterior traslado del enkang, tal como mandaba la tradición, a un día de distancia del lugar donde se encontraban antes. Pero ahora llegaba una ocasión muy especial para él, para su vida. La ceremonia del Emorata.

La ceremonia del Emorata era aquella en la que un muchacho maasai deja de ser un niño para convertirse en un morani, en un joven guerrero. Es aquella en donde comienza a contar algo para la comunidad maasai. No suele celebrarse todos los años, de ahí que la edad de los que la realizan puede oscilar entre trece y dieciocho años. Lengwesi alcanzaba los quince.

Jóvenes en los que se ha realizado la circuncisión y se les está realizando los cuidados posteriores

Los preparativos habían comenzado tiempo atrás. Un día su padre, Ikoneti, le había llamado a su presencia.

-Padre, aquí estoy. ¿Para qué me querías?

Avestruz
-Cuando acabe la estación de las lluvias -comenzó Ikoneti sin preámbulos- se va a celebrar el Emorata y tú ya estás preparado para pasarlo. -a Lengwesi le brillaron los ojos de alegría- Debes ir guardando aquellas plumas de avestruz que veas que son dignas para la ceremonia.

-Sí, padre. -contestó Lengwesi. Ikoneti le miró seriamente, pues no esperaba la interrupción.

-No he acabado. -Lengwesi bajó la cabeza en señal de respeto- Yo iré preparando la miel para la fabricación de cerveza; y me encargaré de elegir la cabra con la que pagaré al Torrobo que te circuncidará. -Ikoneti observó una cara de extrañeza en Lengwesi- ¿Pasa algo, Lengwesi?

Lengwesi se atrevió a hablar.

-Sí, padre. Creí que serías tú el que me circuncidaría.

Ikoneti esbozó una leve sonrisa, y después continuó con gesto serio:

-No. Yo como padre, junto con tu madre, tenemos que hacer la pantomima de retorcernos y gritar de dolor. Es el papel que nos corresponde en el Emorata. Tú, en cambio, debes estar callado y mostrar en todo momento tu valentía.

-Sí, padre.

-De acuerdo. Una última pregunta, ¿has tenido sexo en algún momento con una mujer circuncidada?

A Lengwesi le sorprendió que le interrogara sobre ese particular.

-No, padre. ¿Por qué me lo preguntas?

Los maasai no tienen ningún tipo de tabú en cuanto a las relaciones sexuales. Sin embargo, hay cierto tipo de ellas que conllevan una serie de penalizaciones. Una era la que le había preguntado Ikoneti, por eso le aclaró:

Cuchillo de circuncisión Maasai
-Si lo hubieras tenido, los cuchillos de tu circuncisión se volverían malditos y habría que avisarlo al Torrobo antes que aceptara circuncidarte. ¡Me costaría otra cabra más! -acabó Ikoneti con sorna.

Dado que veía a su padre con mejor humor que otros días, Lengwesi se atrevió a preguntarle una duda que le había quedado.

-¿Puedo preguntarle una duda, padre?

-Dí.

-¿Quién es un Torrobo? ¿Tiene que ser obligatoriamente uno quién me circuncide? ¿Por qué no puede ser un familiar?

-Los Torrobo, Lengwesi, -Ikoneti le había puesto la mano sobre el hombro al muchacho- simbolizan a nuestros antepasados, a los antepasados de los Maasai. Según la leyenda, vivieron en el Parakwo (Jardín del Edén). También son los oficiantes en las ceremonias para atraer la lluvia, y también los llamamos para los funerales. Por ello quiero que sea un Torrobo el que te circuncide. ¿Lo has entendido?

-Sí, padre. -contestó Lengwesi con una amplia sonrisa.

-Tú preocupaté de no llorar o gritar durante la ceremonia, pues entonces me llenarás de vergüenza y la riña que te esperará de mi parte la recordarás toda tu vida.

-Sí, padre. Descuida, padre. Estarás orgulloso.

Y Lengwesi se alejó del lado de Ikoneti.