sábado, 31 de octubre de 2015

LCP VI. LOS SAM. La redacción de una niña sam (3ª parte)

Al poco tiempo de la “danza del antílope”, mi hermana habló con mi madre y mi padre. En sus andanzas con sus amigas recogiendo frutos se habían cruzado varias veces con un grupo vecino. Allí había un chico que le interesaba. Habían intimado y ahora mi hermana les estaba comunicando la intención de casarse. Mis padres se sorprendieron de la noticia, pero mi hermana estaba decidida. Entre los sam, un hombre puede tener dos esposas. Pero éste no era el caso. Se trataba de un hombre joven, que se había iniciado hace poco en la vida adulta.

Al observar la decisión de su hija, mis padres aceptaron que se celebrara el enlace. Los días siguientes fueron muy atareados, pero llenos de alegría. Los dos grupos se encontraron y resultó que eran viejos conocidos. Se habían ayudado multitud de veces y habían compartido aventuras, enseres, alimentos. Los padres del novio y los míos se felicitaron por la elección que habían tenido ambos jóvenes. Y entre estas cosas y otras pasó el tiempo hasta que llegó el día de la unión, de la boda. Aquí, en el internado, me han contado que las celebraciones en otros pueblos son más o menos complicadas, que conlleva muchos y distintos actos. Incluso que en algunos lugares se unen para toda la vida. En los sam no es necesariamente así. Tanto el hombre como la mujer pueden separarse sin problemas. A esto lo llaman en otras culturas “divorcio libre”. Simplemente no se entienden y dejan de estar juntos, así de simple. Pero bueno, me estoy desviando de mi relato.

El día de la boda amanece temprano para las dos madres de la pareja. Juntos, colaborando, tienen que construir el primer refugio de la pareja. Aquél del que hablaba al comentar como se pasaba el invierno. Con palos y ramas construyen un refugio redondeado para los novios. Les llevó casi toda la mañana, porque tanto una como otra querían que quedase lo mejor posible. Una vez que estuvo construido, se reunieron los dos grupos, pues venía en estos momentos la parte más importante de la celebración.

Cada una de las familias trajo ascuas de sus hogueras respectivas. Y con ellas, las madres hicieron el primer fuego del primer hogar de la pareja. Con esto se quiere simbolizar que mi hermana y su novio forman un nuevo hogar, que surge de las dos familias, pero que es un hogar nuevo y distinto. A mí me lo explicó mi abuela, y me emocionó mucho. Un nuevo fuego a partir de las brasas de dos hogares distintos. Un símbolo precioso.

Por fin llegó nuestra parte de la celebración. Era la más sencilla. Junto con mis otros hermanos y amigos y amigas, tanto del novio como de la novia, trajimos a la pareja al refugio para que pasaran su primera noche de casados juntos. Allí los dejamos, y nos fuimos dónde el resto de la gente estaba cantando y bailando, celebrando el acontecimiento. Fue un día muy feliz para todos.

Bueno, he escrito tanto que espero que la maestra quede contenta. Creo haberle resumido bastante bien mi vida con mi familia antes del internado. Ya me lo contará cuando la lea.


viernes, 23 de octubre de 2015

LCP (V). EL PUEBLO SAM. La redacción de la niña sam (2ª parte)

Grupo Sam

Si en nuestro recorrido nos topábamos con otro grupo de sam, nos saludábamos con gran alegría. En las condiciones duras del desierto, siempre es agradable encontrar a otros como tú. A veces, nos juntábamos con otro grupo durante unos días. Entonces repartíamos por igual los resultados de nuestras correrías y de la caza de los hombres. Como si fuéramos un solo grupo. Cooperamos entre nosotros para salir adelante. 

I Guerra Mundial

Al llegar al internado, me enteré que esta conducta no es muy común entre los hombres de otros pueblos. Suelen pelear de forma frecuente. Y me han contado que hay enfrentamientos entre multitud de hombres, formando grandes grupos, cuyo objetivo es matar al mayor número de hombres que hay enfrente y que el que lo consigue, gana. Son las guerras. A nosotros no se nos ocurriría algo así. Ya es suficientemente complicada la vida en el desierto, como para que nosotros la compliquemos más. Me dicen que es debido a que unos quieren tener lo que tienen los otros, y estos otros no quieren dárselo. Es curioso, hasta llegar al internado no entendí que las cosas que tenía eran propias mías. Hasta entonces yo entendía que tenía algo para que lo usara todo el grupo, aunque yo lo guardara. Pero parece que esa no es la forma en que se piensa fuera del Kalahari.

Danza a contraluz
Ese día, a la vuelta de la recolección, mi madre nos tenía que dar una gran noticia. Mi hermana mayor había alcanzado la pubertad. Y en unas semanas realizaría la “danza del antílope”, siendo reconocida desde ese momento como mujer por el resto del grupo. Había avanzado un escalón más en su crecimiento, y ahora podría comportarse como una adulta. Se relacionaría de tú a tú con el resto de los mayores del grupo. Podría tomar decisiones propias. También podría ver a los hombres de otra manera, y un buen día casarse, tener hijos y cuidarlos, como había hecho mi madre con nosotras. Pero todo ocurrió más rápido de lo que yo me había imaginado.

Tras la “danza del antílope”, mi hermana, junto con sus amigas, comenzaron los paseos de recolección por sí mismas. Yo continuaba con mi abuela y su grupo. Me gustaba aprender mucho. Mi abuela y sus amigas eran la mejor fuente de conocimientos. No solamente para encontrar frutos, raíces, huevos u otras cosas; sino, sobre todo, para evitar encuentros peliagudos con leones, chacales o hienas. Aunque los hombres son los que tienen mayor probabilidad de encontrarlos, pues van detrás de las mismas piezas, eso no quita que en nuestros paseos nos podamos encontrar con alguna de estas fieras. De ellas, la que más temor me dan son las hienas.

León
Chacal

Los leones suelen huir al distinguir nuestro olor y, a no ser que algo se lo impida, prefieren no cruzarse con nosotros. Los chacales son asustadizos por naturaleza, al lanzarles unas cuantas piedras salen corriendo y se retiran. Pero las hienas no. Son animales muy cabezones, físicamente y de comportamiento, y si creen que van a sacar tajada te siguen a dónde quiera que vayas, aunque sea muy lejos. He oído a los hombres muchas historias de sus lances de caza. Con los leones en ocasiones se atreven a intentar quitarles la presa. Sobre todo si se trata de un león solitario. Pero con las hienas no. Siempre van en manadas, y por las que se dejan ver, hay otras tantas escondidas en las cercanías expectantes, preparadas para intervenir cuando les corresponda. Por ello, si los hombres ven que su presa ha sido descubierta por una jauría de hienas, suelen retirarse sin reclamarla. Tienen un mordisco muy fuerte, que puede partir incluso los huesos. Son unos bichos de cuidado.

Grupo de hienas devorando la presa

sábado, 17 de octubre de 2015

LCP (La Cultura de los Pueblos). EL PUEBLO SAM (III): La redacción de la niña sam (1ª parte)

Escuela en Botswana

La maestra de la escuela a dónde voy me ha pedido que escriba un relato de lo que he vivido junto a mi grupo, junto a mi familia. No sé por dónde empezar. Tampoco sé concretamente lo que quiere. ¡He llevado una vida tan sencilla hasta llegar al internado! Bueno. Allá va.

Familia de sam en labores cotidianas
Nací en uno de los últimos grupos Sam que existen, en mitad del desierto del Kalahari. Cuando crecí mi madre me contó que estábamos en una reserva. Yo no comprendía. Mi madre me explicó que era una gran extensión de terreno. Mucho más grande de lo que yo podía abarcar con la vista. Y que estaba hecha para evitar que los animales se acabaran. “¿Se acabaran? ¡Pero si hay multitud!” pensé entonces. Más adelante conocí a los otros hombres. Primero los guardas de la reserva. Venían y hablaban con el chamán del grupo. Él sabía todo lo que había que saber para vivir. Después unos grupos de hombres y mujeres extraños, muy pálidos, y que tenían unos instrumentos que al apretar un lado de ellos, salía una pintura pequeñita; yo tengo algunas que me enviaron. Luego conocí que se llamaban cámaras y servían para parar y guardar el momento. Y por fin, vinieron otros hombres y mujeres que hablaron con mi madre y mi padre, y les convencieron para que viniera aquí. Recuerdo la mirada de tristeza de mi abuela cuando me alejé del grupo montada en uno de sus coches, rumbo al internado, abandonando la que había sido mi vida hasta ese momento.

¿Que cómo había sido mi vida? Ahora os lo cuento.

Choza de invierno

Formaba parte de un grupo que no solía quedarse quieto en un sitio. Recorríamos toda la extensión del Kalahari. Nos guiaba nuestro anciano más sabio. Los blancos suelen llamar a esta figura chamán. Él sabe dónde se encuentran los pozos de agua, las mejores zonas de caza, dónde se pueden encontrar los panales de miel. En resumen, el mejor guía para nuestro grupo. En invierno nos indicaba las mejores zonas dónde acampar. Porque en invierno la temperatura del Kalahari baja mucho, por debajo de los cero grados. Y nos construimos refugios de palos y ramas, para que el calor de la fogata que hacemos en el centro no se disipe y nos mantenga calientes durante la noche. El resto del año es mucho mejor. Podemos estar durmiendo allí dónde nos pilla la noche. Para eso hacemos cada uno de nosotros un hoyo en el suelo, al lado de la fogata y nos cubrimos con una capa de piel. Es una sensación agradable, el contacto con la arena. Te acuna. Te hace sentir parte de ella. Sientes que formas parte de todo lo que te rodea. Y así pasas la noche.

-¡Vamos, perezosa!

Mujer bebiendo de un huevo de avestruz
Es mi abuela que me despierta. Mantengo la sensación de adormecimiento durante un ratito, y luego me pongo a mirar a mi abuela. Está preparando sus utensilios. Entre ellos, el que más me llama la atención es un huevo grande, con un agujero en dónde va metiendo los frutos que encuentra en sus largas caminatas. Estos los llamamos “ga” y “bi”. Ésta última es una raíz. Para nosotros supone un manjar. Aquí, en la escuela del internado, he aprendido que se trata de raíces, tubérculos, pepinos y melones silvestres. Mi abuela está casi preparada, así que me levanto, me aseo y me dirijo a ella.

Avestruz a la carrera
-¿Dónde vamos hoy?
-¿Te gustaría ver un avestruz? –me responde.
-¡Me encantaría! –son unas de las aves que más me gustan. Su porte desgarbado desaparece cuando comienzan a correr por la sabana.
-Pues hoy iremos en busca de nidos. Ya es hora de que tengas tu propio huevo de avestruz.
-¿De verdad?
-Sí.

Y así iniciamos el recorrido de ese día. Podíamos estar todo el día andando de un lugar a otro. En el internado me dijeron que en esos paseos llegábamos a recorrer veinte kilómetros. En esa época yo no era consciente de la cantidad de distancia que andábamos. Sólo que pasábamos el día buscando frutos, lagartijas, huevos de ave o crías. Cuando mi abuela consideraba que ya tenía suficiente volvíamos a donde estaba el grupo.

Anciana sam